La ciudad dorada recibe su color y título de la piedra arenisca, sacada del desierto colindante, con la que están construidas la gran mayoría de sus casas y el imponente fuerte que corona la ciudad.
Nada más bajarnos del tren, observamos que la propia estación va a juego con la ciudad, luciendo sus tonos amarillos y anaranjados.
En la estación
Al cruzar las puertas, nos encontramos con una escena sobre la que habíamos sido advertidos por diversos blogs: una jauría de conductores de tuc-tucs (unos pequeños taxis a medio camino entre coche y moto) se abalanzan sobre nosotros y nos ofrecen llevarnos a la ciudad, el mejor hotel o la “guest house” más barata. Advertidos de antemano, sabemos que, si les dejamos llevarnos, no solo habrá que pagar el trayecto, sino que el alojamiento será más caro, pues cobran comisión. De hecho, en muchos casos, aun si vas con un hotel en mente y se lo indicas, pueden acabar llevándote a otro (en el que, como decimos, cobran comisión) con la excusa de que el primero está cerrado/se ha quemado o, simplemente esperando que no te fijes.
Así pues, nos dirigimos a paso ligero hacia el fuerte, sabiendo que la ciudad estará alrededor. Muchos habréis oído que en la India hay vacas por todas partes. Como ocurre con muchos de estos tópicos que dan la vuelta al mundo… es totalmente cierto. Allá donde mires, ves una vaca.
Ana con una vaca. La pequeña es Ana.
Vacas por todas partes
Vaca a la entrada de un templo
Vaquita quiere chai
Aparte de vacas, de camino al centro de la ciudad vemos un sinfín de perros callejeros y varios grupos de cerdos salvajes, que recuerdan más a los corsos que a sus equivalentes galos, los jabalíes.
Cerdos salvajes blancos
Llegamos finalmente a la ciudad, abarrotada de gente, y, caminando entre tiendas y puestos callejeros, vamos a cumplir nuestra primera misión: Localizar un sitio donde dormir.
Tras preguntar y regatear en un par de sitios, nos decidimos por Dhora Rani Guesthouse, un pequeño hostal a un par de minutos del fuerte con una estupenda terraza en la azotea. Tras regatear un poco (hasta el punto de estar ya marchándonos y que nos llamasen a gritos), conseguimos una habitación doble con baño privado por 300 rupias (unos 4 euros) por noche.
Nuestro primer cuarto
Una vez instalados, indicamos que estamos interesados es un safari en camello por el desierto del Thar, al lado de la ciudad, a sabiendas de que la mayoría de los sitios conocen a algún camellero que se dedica a esto.
Cinco minutos después estamos sentados en la terraza con Jamin, quien gestiona el asunto de los camellos, con sendas tazas de humeante chai frente a nosotros. Nuestra idea inicial era ir solamente a pasar el día, sin acampar, pero tras unos minutos de charla de ventas y una rápida consulta de opiniones de clientes previos, aceptamos que, para vivir la experiencia completa, hace falta pasar la noche. ¿El plan? Salir al día siguiente a las 3pm en Jeep hacia el desierto, hacer un par de paradas por el camino para ver unas ruinas, llegar al punto de encuentro con los camellos y cabalgar (camellear?) hasta unas dunas, donde los camelleros cocinarán la cena, harán un fuego y nos darán mantas para dormir bajo las estrellas. Al día siguiente, más camelleo, parada en unas aldeas del desierto y comida (una vez más, cocinada in-situ) en un oasis, donde nos recogerá el jeep para devolvernos a la ciudad, 24h después de salir. ¿El precio? 4500 rupias (60 euros) por cabeza.
Aunque el plan resulta apetecible, el precio se nos va de un presupuesto que estimaba un gasto de menos de 2000 rupias al día. Tras un buen rato de regateo, conseguimos bajar el precio a 2500 rupias (34 euros) por cabeza y las dos noches de alojamiento en la guesthouse gratis. Sigue siendo un golpe duro para nuestro presupuesto, pero, sabiendo que nos arrepentiremos si no lo hacemos, aceptamos con un apretón de manos.
Una vez acabado el chai, salimos a la ciudad con la intención de callejear un poco y de ver los dos principales monumentos: el fuerte y el haveli. Jamin se despide con un par de consejos: Las cosas dentro del fuerte son mucho más caras y el haveli es solo bonito por fuera. Por dentro es piedra desnuda y la entrada no es barata. Bueno es saberlo.
Aunque nos habían dicho que la ciudad era tranquila, lo cierto es que nos parece bulliciosa. Motos, peatones, vacas y tuc-tucs comparten carretera, armonizados por una permanente orquesta de pitidos. Algo que aprendimos rápidamente es que todos los Indios son unos virtuosos del claxon. ¿Si estás en medio? Bocina. ¿Si te van a adelantar? Bocina. ¿Si van a coger una curva? Bocina un par de veces. ¿Si eres blanco? Bocina. ¿Si eres indio? Bocina también, que no se diga.
Lo primero que vemos es el gigantesco fuerte de piedra dorada. Entramos, ignorando las ofertas y gritos de vendedores y guías. Pasadas las murallas existe una ciudad dentro de la ciudad. Más de 5000 personas viven dentro del fuerte, con sus casas y comercios en el interior de las murallas del mismo. Entre grabados centenarios puedes encontrar, no solo tiendas de souvenirs, sino restaurantes, hostales y casas particulares. Paseamos por encima de la muralla, en diversos estados de decadencia (la restauración es escasa y la piedra arenisca no se caracteriza por su resistencia a la erosión). Las vistas, eso sí, son inmejorables y, a pesar de los desperfectos, el fuerte es imponente.
Fuerte dorado de Jaisalmer
La ciudad dorada vista desde el fuerte.
Tras un rato pululando por el fuerte, hablamos con una mujer que vende figuritas y recuerdos varios. Nos cuenta que es estudiante y forma parte de un movimiento indio de liberación de la mujer. Está casada y su marido la apoya, pero tanto su familia como la de su marido la tienen repudiada. Nos explica que nadie quiere hijas en la India, porque eso implica tener que pagar una dote para casarla. Según nos cuenta, se mata a miles de niñas porque la dote puede ascender a 10.000.000 rupias (135.500€). Nos cuenta, además, que en el fuerte no están permitidos los musulmanes. Interesante.
Después de la charla, llega el inevitable intento de ventas. Como nos ha ablandado el corazón y el dinero va para las mujeres, nos interesamos por un porta incienso de latón con la imagen de Ganesha, dios destructor de obstáculos y patrón de las artes y las ciencias. El precio nos deja fríos y nos vuelve a endurecer el corazón: 950 rupias (13€), el equivalente a más de tres noches de alojamiento. Es regateable, pero la diferencia con lo que estaríamos dispuestos a pagar es tan grande que, con muchas disculpas, ni lo intentamos y nos alejamos, sintiéndonos un poco mal.
Salimos del fuerte y entramos en las calles, en la dirección que sospechamos está el haveli. Por el camino, nos paramos a comprar agua. 20 rupias (0.27€) por una botella de un litro. Al vernos dudar, la rebaja rápidamente a 5. Compramos dos.
Mientas paseamos, preguntamos el precio de pantalones de algodón en distintas tiendas. Rondan las 200 rupias (2,70€). Tras un rato pateando la ciudad, encontramos una pequeña tienda que, por el dibujo del cartel, sospechamos que vende ropa femenina. Como Ana está interesada en un sari, subimos escaleras arriba a través de la pequeña entrada.
Una chica india nos recibe y, por señas, pues no habla nada de inglés, preguntamos el precio del atuendo que lleva ella. No es un sari, sino un rajastaní, pero nos servirá para hacernos una idea. Cuando consigue entendernos, nos enseña un atuendo empaquetado, para confirmar, y nos dice que son 100 rupias (1.35€). No lo compramos, de momento, pero el precio nos impresiona. Parece que tenemos que subir de nivel nuestro regateo en las tiendas a pie de calle.
Llegamos al Haveli y, como decía Jamin, los labrados del exterior son preciosos y la entrada para extranjeros, cara. Decidimos seguir su consejo y no entrar. En lugar de eso, decidimos que ha llegado el momento de nuestra primera comida india (en el tren nos alimentamos de filipinos y reservas de comida que acumulamos en el avión).
Palacio-haveli
Al vernos mirar restaurantes, un indio nos capta rápidamente y nos ofrece un almuerzo-cena en el tejado de su hotel, con unas vistas inmejorables. Aceptamos y, tras un breve regateo, acordamos pagar la mitad de lo que pone en el menú. Pedimos dos thalis y sendos lassis, arriesgándonos desde el primer día.
El thali es un plato típico indio consistente en una bandeja con varios compartimentos que se llenan con una variedad de currys y otros alimentos. Uno siempre será arroz y otro chapati (un pan indio que hará las veces de cuchara), mientras que el resto varían. El lassi muy bueno, pero el thali no nos impresiona. Sin embargo, lo barato de los precios y la impresionante vista del fuerte al atardecer hace que valga la pena.
Comida con vistas al fuerte
Paseamos un poco más y, a medida que nos alejamos de la zona turística, vemos que los niños salen a jugar con la caída del sol. Son muy simpáticos y están todos deseando saludar en inglés, presentarse y pedirte que les hagas fotos (les encanta lo de las fotos).
Se hace tarde y estamos agotados del viaje, así que volvemos a la guesthouse. Por el camino, paramos a comprar más agua. Por algún motivo, no hay forma de encontrarla por menos de 20 rupias. El precio coincide en todas las tiendas y no dan lugar a regateo. Incluso en la tienda que compramos las botellas anteriores niegan haber vendido jamás por menos de 20. Nos vamos sin comprar agua. Todavía nos queda.
Decidimos subir a la terraza y tomar un chai antes de acostarnos.
En el tejado encontramos, una vez más, a Jaimin, el de los camellos, que rápidamente nos sirve un chai. Los indios toman chai a todas horas. Cada casa y tienda india tiene un termo enorme de chai, y por la calle hay numerosos puestos que lo sirven. En lo poco que llevamos en la India hemos aprendido a apreciar esta bebida caliente de té, leche, azúcar y jengibre.
Charlamos un buen rato con Jamin. Nos cuenta que él nació en una pequeña aldea del desierto y se vino a la ciudad con ocho años para trabajar con los turistas conduciendo camellos. Aprendió inglés e hindi a base de charlar con indios y turistas, pues él solamente hablaba el idioma de su aldea, que describió como “similar al hindi, del mismo modo que el español y el italiano son similares”.
Salen en la conversación otros españoles que se alojaron en la guesthouse y nos enseña una pintura en la pared, hecha por una española. Ana se ofrec e a pintar algo y Jamin le toma la palabra y le explica que quiere un dibujo que anuncie sus safaris. Es una persona muy amable, directa e interesante. Nos recomienda un par de guesthouses de amigos suyos en Johdpur y Udaipur, nuestros próximos destinos e insiste en que paremos en Mount Abu de camino a Jaipur, pues es menos turístico y, según él, precioso. Le preguntamos un poco de todo, incluyendo el misterio del precio del agua. Nos dice que, en el centro, el precio para turistas no baja de 15 rupias, y 10 para indios. Le sorprende los de las 5 rupias y no tiene explicación para nosotros. Entre las preguntas, nos interesamos por el motivo por el que los musulmanes no tienen permitido la entrada al templo, sobre todo teniendo en cuenta lo turístico que es hoy en día. Nos mira con cara rara y le explicamos lo que nos dijo la señora del fuerte. Nos dice que esa señora lleva contando la misma milonga años, que no sólo es él musulmán y entra en el fuerte, ¡sino que el propio arquitecto del fuerte era musulmán! De repente, se me han ido todas las penas por no haber comprado nada a la señora.
Tras un rato de conversación, Jamin nos cuenta, además, que Jaisalmer tiene un lago, dato que desconocíamos. Finalmente, se compromete a llevarnos a un vendedor local al día siguiente para ayudarnos a comprar un turbante, ya que Ana quiere practicar a atarlo. Tras darle las buenas noches y las gracias, nos acostamos.
Al día siguiente, estamos en pie a las siete y listos para pasear. Escogemos una dirección nueva y allá que vamos, con el objetivo de salir del centro y encontrar agua más barata. A estas horas, la ciudad es mucho más tranquila. Pedimos un par de chais en un puesto callejero y seguimos nuestro camino con sabor de té y jengibre en la boca. Nos cruzamos con un sinfín de vacas y niños. Las primeras nos miran perezosas, los segundos saludan con ganas y piden que les hagamos fotos. Todas las tiendas que pasamos insisten en vendernos el agua a 20 rupias el litro. No desistimos y seguimos avanzando.
Puesto callejero de chai
Niños
Más niños
Otros niños
Finalmente llegamos a una tienda donde, tras un breve regateo, nos lo rebaja a 10. Compramos cinco botellas, no sea que.
Cerca de la tienda, hay una pastelería con un puestecito callejero anexo. Compramos un dulce y una samosa para desayunar, a 10 rupias (0.14€) la pieza. Ambos espectaculares. Las samosas en EEUU pecan de secas. Esta, recién hecha, explotaba al morderla y goteaba salsa y curry. Impresionante.
Volvemos contentos a la guesthouse y, por el camino, vemos a alguien comprando leche en una tienda. El tendero abre un contenedor, saca la leche con un cazo, la mete en una bolsa y el cliente se la lleva tan contento. Sabemos, por Jamin, que la leche la traen recién ordeñada por las mañanas y se vende tal cual. Ni cortos ni perezosos, compramos una bolsita con el objetivo de cumplir el sueño de la vida de Ana: beber leche de vaca de verdad.
Probando leche recién ordeñada
Ya en la guesthouse y con un vaso improvisado, probamos la leche. ¡Estaba estupenda! Como leche de tienda, pero mucho más cremosa y con más sabor. No nos dura mucho, y nos la acabamos mientras Ana comienza a pintar en la pared. Aprovechamos que hay que dejar secar la pintura para ir con Jaimin a por el turbante. Escojo uno naranja que baja de 700 a 250 rupias sin mucha pelea. Sigue siendo carillo, pero bueno, un capricho. Me lo ata a la cabeza el dueño de la tienda.
Dejando su marca en Jaisalmer
¡Turbantes!
Tras dejar a Jaimin en la guesthouse, seguimos sus indicaciones hacia el lago, al lado de un templo de Shiva y lleno de peces gato. Alquilamos una pedaleta por 100 rupias (1.35€) y pasamos media horita relajándonos en el lago y haciendo fotos. Varios indios comentan que el turbante muy bueno, pero fatal anudado. Habrá que consultar Youtube.
Llegando al lago
Vista de Jaisalmer desde el lago
Volvemos a la guesthouse a la hora de comer y decidimos darle un tiento a la comida del hostal. Pedimos aloo gobhi (curry de patatas con coliflor), matar paneer (curry de queso indio con guisantes), arroz y sendos lassi. Nos sale la comida completa por algo menos de 300 rupias (4€). No es super barato, pero perfectamente asequible y la calidad es espectacular. Muy superior al almuerzo del día anterior.
Se acerca la hora de ir de safari. Ana sigue retocando el dibujo de la pared mientras yo charlo con un par de huéspedes israelíes que nos van a acompañar por el desierto.
A las tres en punto, tras una buena ducha, nos subimos al jeep camino al desierto de Thar.
Vaya aventura! Estoy enganchadisima!