Un día por Brașov

Hoy descansamos un poco de coche y nos toca pasar el día recorriendo Brașov. En concreto, tenemos planeado patearnos el centro histórico, una ciudad medieval amurallada.

Como tenemos bastante tiempo, reservamos un Free Tour para por la tarde. Para los que no lo sepáis, se trata de un servicio de visitas guiadas (a menudo por guías. profesionales) que se puede reservar de manera gratuita y, al final de la visita, cada cual paga lo que puede o lo que cree que vale el tour. Lo normal es pagar entre 10 y 20 euros por cabeza. Está bastante extendido por todo el mundo y es fácil de encontrar y reservar por internet.

La mañana la empezamos paseando por el centro, viendo las tiendas y locales. Desayunamos, sobre la marcha, una especie de palo de pretzel relleno de jamón y queso que localizó Ana en una panadería. Estaba muy bueno.

El desayuno
Un premio para el mejor conductor

Nuestra primera visita fue a la Iglesia Negra, un imponente edificio en pleno centro de la ciudad, construido a finales del siglo XIV y reconstruido a principios del XVIII tras un incendio causado por la invasión Austriaca. Es este incendio el que le dio su nombre actual.
La entrada cuesta 15 lei (unos 3 euros) y vale bastante la pena para ver el mayor ejemplo de arquitectura gótica de Rumanía.

En el exterior de la iglesia
En el interior de la iglesia

Brasov tiene una particularidad, entre muchas: en lo alto de la ladera de la montaña vecina, visible desde casi cualquier sitio, se encuentra el nombre de la ciudad, al más puro estilo Hollywood. Parece ser que, durante el periodo comunista del país (poco más de 40 años, de 1947 a 1989), Brașov fue rebautizada como «Stalin», y su nombre grabado en la montaña a base de talar árboles. Tras la caída del comunismo (precisamente liderada por las Revueltas de Brașov), replantaron los árboles y decidieron poner el nombre de la ciudad en la montaña, para que quedase claro.
Como curiosidad, inicialmente iba a ser Sibiu (uno de nuestros próximos destinos) la ciudad que llevaría el nombre de Stalin, pero parece que allí se hace un salami muy famoso y los comunistas vieron que «salami» y «Stalin» iba a dar lugar a juegos de palabras, potencialmente irrespetuosos, así que escogieron Brașov.

Hay un teleférico que, por 10 lei (2 euros) te lleva a lo alto de la montaña, así que, después de hacer una parada en la habitación para cambiar el carrito por la mochila de bebé, nos pusimos en la cola (bastante corta) para subir. El teleférico te deja al lado del cartel en un par de minutos. Paseamos un poco y nos hicimos las fotos correspondientes. Curiosamente, las vistas de la ciudad desde lo alto no le hacen justicia. A pie de calle es preciosa, con su arquitectura sajona y sus callejuelas, pero desde arriba pierde mucho encanto. Recomendamos subir a la cima del monte en vez de ir sólo hasta el cartel, ya que las vistas son mejores desde allí.

Se acerca la hora de comer, así que hay que ir bajando. Localizamos un caminito serpenteante que lleva a la base de la montaña, así que decidimos hacer un poco de ejercicio en lugar de coger el teleférico de vuelta. El camino, aunque pedregoso, está bien cuidado y es sencillo. Aunque en la montaña hay osos (hay unos 160 osos en los alrededores de Brașov), durante el día está bastante transitada, así que no hay peligro de que se acerquen. Por la noche o de madrugada es otro cantar.

Paseando por el centro, decidimos sentarnos a comer en La Ceaun, un restaurante rumano bastante fácil de localizar y con buena pinta. Más tarde, la guía nos lo recomendaría, así que se ve que acertamos. Nos encantó. Comimos un pastel de champiñones con salsa a las finas hierbas y unos sarmale (los rollitos de col rellenos de carne). Finalmente, decidimos pedirnos un postre que hemos visto en todos los restaurantes, pero con el que no nos habíamos atrevido: papanasi, unos donuts de queso servidos con salsa de yogur agrio y mermelada de frutos del bosque. ¡Impresionates! La comida, con bebida y postre, salió a unos 50 lei (10 euros) cada uno.
De momento, todo lo que hemos tomado en Rumanía nos ha gustado mucho, pero no es país para vegetarianos. Un buen 90% de la carta es cárnica.

Tras una parada técnica en la habitación y otro paseo por el centro, es la hora de nuestro tour con Diana. Hemos quedado en la plaza Sfatului, el núcleo urbano de la ciudad. Somos un total de 6 personas y Diana habla inglés estupendamente.

La visita, de dos horas, es muy recomendable. Nos contó un poco de la historia de la ciudad, fundada por alemanes (realmente sajones) durante la Edad Media a petición del rey de Hungría, que controlaba las tierras. A cambio de que construyesen defensas para defender las fronteras Húngaras, se les concedieron tierras y varios privilegios, como no pagar impuestos o tener la ciudad para ellos solos. Los rumanos no podían vivir en ella y se encontraban en los alrededores, fuera de la muralla.

El pueblo rumano «original» es un pueblo latino, originado por la mezcla de los romanos, que conquistaron el territorio en su momento, con las gentes autóctonas de la zona en aquella época. Es bastante común ver reproducciones de la estatua de la loba de Rómulo y Remo frente a ayuntamientos o edificios gubernamentales.

Durante la Edad Media, los rumanos convivieron con los sajones traídos por el rey de Hungría y con los gitanos que ya vivían en la zona. No se sabe muy bien cuándo llegaron estos últimos, pues hay pocos documentos anteriores a la Edad Media, pero vinieron de la India.

La visita nos llevó por los alrededores de la muralla a las torres Blanca y Negra, antiguos bastiones de defensa y, ahora, estupendos miradores de la ciudad, y por algunas callejuelas que nos habíamos perdido, incluyendo el callejón de la Cuerda (de un metro de ancho). Tanto las torres como el callejón se pueden visitar a cualquier hora del día.

Pasamos, además, frente a la casa de Katharina Siegel, una alemana que fue la amante del famoso Vlad Tepes. En su momento, Tepes quiso casarse con ella, pero el Papa (ortodoxo) no le concedió el divorcio con su anterior esposa, así que se quedaron de amantes, aunque su relación era muy pública y tuvieron 5 hijos.

Además de conocer mejor la ciudad por sus monumentos, Diana también nos dió unas pinceladas sobre la historia del país: los orígenes de los pueblos que conformarían Rumanía, la unificación de Rumanía, la constitución y declive del comunismo en Rumanía y la relación sociocultural entre alemanes, judíos, gitanos y rumanos.

Antigua entrada a la ciudad, ahora parte de la universidad.

La visita concluyó con algunas recomendaciones sobre qué y dónde comer, que siempre es útil.

En conjunto, nos gustó mucho y nos permitió ver y conocer bastante la ciudad en un par de horas. Si pasáis por Brașov y tenéis tiempo, lo recomendamos.

Llega la hora de cenar y decidimos repetir restaurante. En La Ceaun pedimos, esta vez, unos entrantes para untar: ensalada de berenjena (que, como decimos, es más un paté que una ensalada) y Zacusca, otro «paté» vegetal. ¡Súper impresionantes! De platos principales, un goulash de carne y una sopa de judías servida dentro de un pan. Una vez más, todo buenísimo. Aprovechamos también para probar otro par de cervezas rumanas. De momento, la mejor es la Mustata, aunque creo que solamente se fabrica y distribuye en Brașov.

Cae la noche y toca acostarse. Mañana volveremos a subir al coche, esta vez camino de Sighișoara.

2 comentarios

  1. Ángeles

    Preciosas fotos, un viaje inolvidable y bien acompañados, desde luego…Jjjjjj

  2. Elena

    Me está encantando este viaje! Yo quiero ir!!

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