De castillos va la cosa

Si algún día tenéis que salir de Bucarest en coche, recordad: A las 7:30 se empieza a formar un atasco que va «in crescendo». Hay que salir prontito y eso intentamos hacer. Armados con un tubo de galletas Digestive, nos subimos al coche sin desayunar y ponemos rumbo norte. Hace bastante más fresco del esperado, pero confiamos en que se vaya caldeando a medida que avance el día.

Aunque el destino final del día es Brașov, tenemos varias paradas importantes por el camino. La primera llega tras algo menos de dos horas rodando por carreteras rumanas: Sinaia.

Sinaia es una pequeña ciudad (o un gran pueblo) entre montañas, a unos 800 metros sobre el nivel del mar. Hay bastantes cosas que ver y hacer allí, pero su principal atracción turística es, sin duda, la que será nuestro primer contacto con los monumentos rumanos: El castillo de Peles.

El GPS nos lleva hasta un aparcamiento a las afueras del pueblo, desde donde se llega al castillo a pie. El precio es de 5 lei/hora.
Aunque Rumanía es parte de la Unión Europea, no utiliza el euro. En su lugar, sigue manteniendo la moneda local, el leu (lei, en plural). Un euro son, aproximadamente, 5 lei.

El caso es que da igual cuantos lei sean un euro, porque no tenemos ninguno y hay que pagar en efectivo. El agente del parking, muy simpático, nos dice que al lado del castillo hay un cajero y que ya pagaremos a la vuelta.

El paseo hasta el castillo es muy agradable, por un camino empedrado a través de un bosque y siguiendo un riachuelo. A lo largo del recorrido vemos varios puestos de artesanías y recuerdos para los turistas, junto con algunos vendedores de mazorcas de maíz asadas y manzanas de caramelo.
La temperatura no ha subido desde por la mañana (de hecho, es probable que haya bajado, por la altitud), así que hace algo de fresco para nuestras sudaderas. Llevamos al bebé en una mochila, pegado al cuerpo y bien abrigado, así que él no pasa frío.

Castillo de Peles

El castillo de Peles es impresionante ya por fuera. Es arquitectónicamente precioso y el emplazamiento montañoso no hace más que ayudar. Al acercarnos, vemos que los jardines están llenos de estatuas de estilo clásico y que se encuentra fenomenal conservado.

Efectivamente, hay un cajero y sacamos dinero, que las entradas al castillo también hay que pagarlas en efectivo. Hay dos tipos de entrada: primer piso, por 40 lei (8 euros) por cabeza; o ambos pisos, por el doble. Como es nuestro primer castillo y hemos leído que vale la pena, nos decidimos por ambos pisos.
Creemos que fue una buena decisión. Si el castillo impresiona por fuera, por dentro te deja boquiabierto. El primer piso es extremadamente rico, con abundancia de oros y un sinfín de acabados en distintas maderas talladas a mano.
El castillo fue mandado construir a finales del siglo XIX por el rey Carlos I de Rumanía, como residencia de verano, y se ve que se dejó el dinero para impresionar a los invitados. De hecho, en el segundo piso, están los llamados «aposentos imperiales», no para él, sino para el emperador Francisco José I del imperio astro-húngaro, que estuvo de visita.
En general, la visita vale mucho la pena y, si estáis por la zona, el desvío a Sinaia para verlo es casi obligatorio.

Lo que es menos obligatorio es el castillo vecino, el de Pelisor, a unos 200m, también construido por Carlos I, pero para los príncipes herederos Fernando y María. No les debía quedar dinero para amueblarlo, porque es muchísimo más simple y decepciona un poco (aunque la entrada son solamente 20 leis, unos 4 euros). Lo más interesante para nosotros quizás fue la introducción de la futura reina, María, de la que aprenderemos bastante más en nuestra visita al castillo de Bran.

Castillo de Pelisor

Al acabar las visitas, el Sol ya pega con ganas y la temperatura ha subido notablemente, hasta el punto que las sudaderas sobran. Perfecto, porque nuestro siguiente objetivo es una caminata hacia lo alto de la montaña, hasta la Cruz del Héroe, y el frío nos estaba echando para atrás. Nos tomamos una mazorca de maíz y una cestita de frutos del bosque de vuelta al coche.

Nosotros las probamos y el se comió el resto


Antes de nada, decidimos bajar al pueblo a comer y a visitar la oficina de turismo, donde esperamos que nos den indicaciones sobre la subida.
La indicaciones que nos dan son que no la hagamos. Cayó una nevada imponente anoche y la temperatura arriba ronda los cero grados, sin contar con el viento. No tenemos la ropa necesaria (y el bebé menos) para arriesgarnos, así que nos vemos obligados a cancelar el paseo (que además empieza a 45 minutos en coche del pueblo). Si volvemos alguna vez durante el periodo estival, le daremos un tiento.

Ya sin las prisas por hacer la caminata, paseamos por Sinaia, un pueblo pintoresco, claramente orientado al turismo, antes de decidir entrar en la Irish House a comer. A pesar del nombre, sirve, entre otras cosas, comida Rumana, y repetimos mititei, junto con unas salchichas ahumadas muy buenas. Aunque nos gustó, tardaron mucho en servirnos y seguramente haya lugares mejores en el pueblo.

Ya de vuelta en el coche, ponemos rumbo a nuestra siguiente parada: un tremendo atasco de una hora causado por unas obras en un puente. Espantoso.

La siguiente parada es mucho más entretenida: Bran, un pueblo que gira entero alrededor de una única figura. El más famoso de los rumanos ficticios: El Conde Drácula.
Cuando Bram Stoker, que nunca había estado en la zona de Rumanía, creó al más famoso de los vampiros, se basó en una figura histórica real, Vlad Tepes «el empalador», el más cruel de los príncipes de Valaquia (aunque transilvano de nacimiento) y héroe nacional de Rumanía y lo colocó en una misteriosa fortaleza inexpugnable en las montañas de Transilvania: el castillo de Bran.

Lo cierto es que no hay constancia de que Vlad Tepes pisase jamás el castillo, pero eso no ha impedido que se haya atado, inevitablemente, a la leyenda de Drácula, y que a su alrededor se forme un auténtico circo de vendedores, casas del terror y merchandising vampiresco. Venir en Halloween tiene que ser interesante.

Castillo de Bran

Sin embargo, una vez entras en el castillo (45 leis – 9 euros), Drácula desaparece para dar paso a la historia real: la de una fortaleza medieval construida sobre un emplazamiento de los caballeros teutones que a principios del siglo XX fue cedida a la reina María y a su esposo Fernando, quienes la reformaron, le añadieron calefacción y electricidad, y la habitaron durante años.
Ellos fueron, realmente, los primeros reyes de Rumanía tal y como la conocemos hoy. La reina María fue a París en persona, durante la Primera Guerra Mundial para presentar la unidad de Rumanía como nación y solicitar su reconocimiento. frente al resto de naciones, consiguiéndolo. Su tesón y esfuerzo llevó a un periódico francés a publicar que «en Rumanía solamente hay un hombre, y es la reina». No sabemos cómo se lo tomó su marido, ahora rey de la «Gran Rumanía».

El castillo es otra pasada y, una vez más, una visita obligada. Con su arquitectura base medieval, sobre la que la reina luego añadió todas las comodidades del siglo XX, es un edificio único.
Además del recorrido histórico, destina varias salas a los seres mitológicos y fantasmas transilvanos, y contaba con una exposición de máquinas de tortura medievales (que daban much más miedo que los monstruos y espíritus).

En general nos encantó la visita, y se encuentra a una media hora de Brașov, nuestro destino, así que vale la pena visitarlo si estáis en la ciudad.

A Brașov llegamos ya casi anocheciendo. Tenemos un pequeño apartamento en el mismo centro de la ciudad amurallada y conseguimos aparcar (eso sí, en zona blanca de pago) bastante cerca.

Hoy no nos da mucho tiempo a ver la ciudad, así que, tras instalarnos, damos un pequeño paseo y nos decidimos por un sitio donde cenar, un poco al azar, Ursul Carpatin.
O elegimos muy bien o aquí se come estupendamente en todas partes. Pedimos un estofado de carne y salchichas y algo con polenta y queso que no sabemos muy bien lo que es pero está bueno también. De acompañamiento, patatas con bacon y pepinillos.

La comida en Rumanía es muy cárnica en general, pero está buenísima. Por lo general, se come muy bien en un restaurante, con bebidas sale a unos 10 euros por cabeza. Por supuesto, ¡se puede comer por bastante menos si se quiere!

Mañana toca descansar de coche y conocer Brașov, la niña bonita de Rumanía.