Camelleando por el Desierto del Thar

Creímos que íbamos a morir varias veces en el trayecto hacia el desierto, los israelíes que nos acompañaban (Ron y Gabriel) opinaban lo mismo, que el Jeep iba a volcar en algún momento. Nuestro conductor era un indio de veinte años que parecía un niño de diez con bigote y conducía sin pudor a velocidades desconocidas, pues el indicador de velocidad del Jeep estaba roto. No dudaba en salirse de la carretera de un carril para adelantar a coches o esquivar a vacas, y si había baches o resaltos él pasaba como si nada.
El coche no tenía radio en sí mismo. En vez de eso, para emitir sonido usaba un aparato que parecía muy antiguo, y esto no sería raro si no tuviéramos en cuenta que las canciones procedían de un pen usb enchufado al aparato. Aparato que no paraba de botar en la guantera.
De camino al desierto, nos adentramos en las ruinas de una antigua aldea. La casta, Brahmin, que gobernaba la aldea antaño, la abandonó cuando el maharajá intentó obligarles a aceptar a otras castas en la aldea. Por lo visto, abandonaron la aldea de la noche a la mañana. La aldea en cuestión estaba repleta de turistas indios. La entrada eran 10 rupias (0.14€) y no había mucho que ver.
La aldea en cuestión.
Nuestra siguiente parada fue en el cementerio de la propia aldea, a cierta distancia de la misma. Allí pudimos ver varias tumbas, o lo que quedaba de ellas. Era curioso ver como cada tumba tenía lápidas donde los fallecidos aparecían esculpidos.
Tumba de lo que asumimos será un hombre con su hijo y sus varias mujeres.
Después de esto nos adentramos en el desierto, en busca de nuestro camellero y nuestras dunas.
El desierto de Thar está a medio camino entre un desierto propiamente dicho y el típico paisaje extremeño o andaluz. Es una zona seca y árida poblada de arbustos espinosos, retamas verdes, cactus alargados y estrechos, y una especie de higueras que dan un fruto del tamaño de un kiwi, que por fuera parece una sandía y por dentro tiene pepitas y sabe a melón. Hay dunas sin vegetación, pero solo en puntos específicos. Ciertas partes del desierto la usan distintas aldeas como tierra de cultivo (no vimos que creciera nada) y pasto.
Desierto y Jeep
En cuanto a la fauna, hay vacas, por supuesto, cabras, ovejas, camellos y unos mini antílopes de tamaño lince a los que los indios llaman ciervo, estos últimos son los únicos sin domesticar. La zona de las dunas tiene muchísimos escarabajos negros que andan por doquier excavando agujeritos. Aparte, hay aves, y en los oasis hay ranas, alimento de las aves.
Hay que mencionar que el desierto está plagado de aerogeneradores y es imposible mirar al horizonte sin cruzar la vista con uno.
Encontramos a nuestro camellero, Safir, con dos camellos para nosotros, Papaya y Papu, los dos machos. Nos subimos y nos despedimos del Jeep, al que en teoría reencontraríamos en las dunas.
Ir en camello es incómodo y ligeramente aterrador al principio, pero es fascinante una vez te habitúas, sobre todo, si vais corriendo, o trotando, o lo que sea que hagan los camellos cuando van rápido.
Lista para camellear
Adelantamos al Jeep, que acababa perdiéndose cada dos por tres y teníamos que esperarle. El joven conductor de Jeep había empezado a trabajar en el negocio en verano y no se acordaba bien del camino a las dunas, por suerte era un virtuoso del móvil al volante y podía llamar a Safir para recibir indicaciones.
Los indios conducen lo que sea hablando por el móvil: camellos, motos, autobuses, coches, … No creo que haya ninguna institución para regular el tráfico que se dedique a poner multas y no hemos visto ninguna señal de límite de velocidad, semáforo o paso de peatones al que la gente haga caso. Además, hemos visto a mucha gente conduciendo a contramano a toda pastilla, lo que dificulta cruzar la calle.
Tras un par de horas llegamos a las dunas, éramos los únicos allí a parte de Caroline, una alemana que llevaba ya 2 días allí y Daniel, su camellero. El recorrido total en jeep fue de unos 50 km.
Daniel y Safir han estado trabajando juntos desde hace muchos años haciendo safaris de camellos. Ahora trabajan únicamente para Jamin, junto a nuestro conductor y su padre.
Fuimos a la duna más alta para ver la puesta de sol, y luego volvimos a la retama de reunión para hacer la cena mientras los camellos se dedicaban a pastar por ahí.
El campamento

 

Dunas

 

Puesta de Sol en el desierto
Daniel y Safir utilizaron unas ollas super antiguas para preparar Chai sobre unas hogueras improvisadas. Utilizaron leche en polvo, puesto que no teníamos leche recién ordeñada. Luego prepararon una de las comidas más ricas que hemos probado. Hicieron un thali con unas patatas con cebolla, curry picante, arroz y chapati. El chapati de Daniel fue el mejor que habíamos probado nunca y lo hizo allí mismo en un momento, preparando la masa y tostándola al fuego.
Cafetería del Camel College
Gabriel y Ron compartieron unas galletas indias con todos, esta fue la primera vez que probamos galletas indias, tengo que decir que, aunque dulces, no resultan nada empalagosas y están buenísimas.
Mientras comíamos, un señor mayor con turbante salió de la nada y se nos unió. Daniel y Safir le trataron con cariño y le dieron de comer y una manta. Resulta que es frecuente que los pastores se adentren en el desierto en busca de un animal perdido y acaben uniéndose a grupos más grandes buscando cobijo. Por eso, Jamin intenta preparar comida extra para los safaris.
Después de comer, Daniel y Safir limpiaron los platos, vasos y ollas de metal frotándolos con arena del desierto. Luego hicimos una hoguera y nos sentamos alrededor charlando. Daniel cantaba frecuentemente canciones indias. No sé si es que canta bien o como el hindi es algo ajeno a nosotros siempre nos parece que suena muy bien.
Daniel y Safir, no tiegmhbnen familia y viven en el desierto con los camellos. Se encargan de cuidarlos, de sus partos y de hacer de guías para los safaris de camellos. Como dice Daniel “Camel college: full of knowledge, full power 24 h, no toilet, no shower” Esto es su vida y parece que les gusta mucho. Dicen que no podrían vivir en la ciudad y sólo van allí cuando necesitan algo. Según cuenta Daniel, él lo aprendió todo en el “camel college”, ya que nunca fue al colegio.
Nos contaron muchas cosas sobre los camellos, como que suelen vivir más de 20 años, que su gestación es de un año y que un buen camello (esto es un camello adulto y domesticado) cuesta alrededor de 30.000 rupias. También fue muy interesante intercambiar opiniones con Rob, Gabriel y Caroline y conocer sobre sus experiencias en la India, y detalles sobre su país.
Al caer la noche en el desierto contemplamos el cielo más estrellado que hayamos visto nunca, hay tantas estrellas que cuesta fijarse en ellas individualmente. Desgraciadamente nuestra cámara es incapaz de hacer una buena foto del cielo. Ojo, con las cámaras en el desierto, se llenan de arena muy fácilmente y no es difícil quedarse sin cámara.
Yo dormí como un tronco hasta que Alberto me despertó muerto de frío. Hay que pensar que el suelo del desierto es frío y sólo teníamos una manta cada uno para taparnos y la ropa que llevásemos. Alberto perdió su sudadera en el tren a Jaisalmer.
Nos pusimos el saco de sábana y nos acurrucamos para compartir manta y aún hacía frío. Estuvimos mirando el cielo desde las tres de la mañana y tuvimos la suerte de ver muchísimas estrellas fugaces.
La salida del sol fue sobre las seis y media. Contemplamos el amanecer más bonito que hemos visto nunca, aunque se hizo esperar, pues el cielo había empezado a aclararse antes de que pudiéramos ver el sol, que salió pasado un rato, cubierto de tonos naranjas y rojos y haciéndose más grande por momentos, hasta que pasados pocos minutos su brillo era tal que no podías mirarlo directamente.
Salida del Sol

 

Dunas mañaneras

 

Más Sol
Los demás se fueron despertando y Safir y Daniel prepararon el desayuno. Huevos hervidos, plátanos, pan tostado con mermelada, galletas, otra vez gracias a Ron y Gabriel, y, por supuesto, chai.
Luego nos despedimos de Ron y Gabriel, que volvían ya con el Jeep a Jaisalmer, y del pastor.
Caroline, Daniel, Safir y nosotros nos subimos a los camellos para visitar una aldea e ir en busca de un oasis donde comer a medio día.
De camino al oasis

 

La sombra del camello
Caminamos por el desierto hasta llegar a una pequeña “aldea”. En las aldeas del desierto vive una familia o un grupo de familias, tienen unas casas redondas con techos de paja. La familia al completo vive en la misma casa, que tiene sólo una habitación, donde duerme y come la familia. Sus únicas pertenencias son los utensilios de metal que utilizan para comer y cocinar, la ropa que llevan puesta y algunas herramientas para el cultivo y pastoreo. Parece que son bastante autosuficientes.
Una aldea en un país superpoblado
La aldea que visitamos era unifamiliar y sólo el niño estaba en casa, mientras su padre se encargaba del ganado y su madre del campo. Amablemente y por orden de Safir nos enseñó su casa y compartió con nosotros una fruta de las que describí anteriormente. Llevábamos algunas galletas para la familia y el niño se puso muy feliz en cuanto se las dimos.
Luego nos dirigimos al oasis. Por el camino, encontramos a algunos pastores que intercambiaron cuatro palabras con Daniel y Safir, creo que preguntaron si se podían unir a comer más tarde, pues el oasis es un lugar frecuente para los pastores de la zona y estos mismos pastores se apuntaron a la comida más tarde.
El oasis era un charco de agua cristalina con ranas, alrededor del cual se agrupaban cabras, ovejas y aves. Había árboles de verdad y hasta algo de hierba.
Oasis
 “Liberamos” a los camellos y se pusieron a comer hojas de las ramas más altas cual jirafas. Cuando los camelleros dejan a los camellos sueltos les unen las patas de adelante con una cuerda corta, para que tengan que dar pasitos cortos y no se alejen más de la cuenta. Por este es el motivo, a veces puedes ver camellos andando de rodillas, para evitar las cuerdas. Esto no siempre es efectivo. Anoche, Papaya se alejó varios kilómetros mientras cenábamos y Safir tuvo que ir a por él.
Otra vez, comimos una comida deliciosa, esta vez a la sombra de uno de los árboles del oasis. Daniel y Safir utilizaron agua del oasis para preparar la comida, que consistió en chai hecho con leche de una de las cabras del oasis (proporcionada por uno de los pastores que se nos unieron), patatillas indias (que se cocinaban como el pan de gambas), y un curry de coliflor con chapati. Esta vez fue Safir el que hizo el chapati y estaba incluso mejor que el de Daniel.

 

Los pastores que se nos unieron
Estuvimos hablando con Caroline hasta que el Jeep nos llevó a todos de vuelta a la guest house “Dhora Rani”. El conductor, esta vez, era el padre del chaval que llevó el jeep a la ida. Charlando con él, nos dimos cuenta de que todas estas personas llevaron una vida parecida. Nacidos en una aldea del desierto, se fueron a la ciudad de niños para tratar con los turistas y ganar dinero, sabiendo poco más que montar en camello. Según me contaba, en su aldea de 30 personas, toda familia tenía un camello. “No camel, no life”. Los camellos eran necesarios para arar la tierra e ir a por agua a los oasis. En aquella época, se podía comprar un camello por 200-300 rupias (3-4 euros).

 

Allí, sin coste alguno, Jamin nos dio una habitación donde podíamos descansar y ducharnos si queríamos. Nos quitamos toneladas de arena de encima y gatos (unos pinchitos como los gatos españoles, pero mucho más afilados, que se te clavan y te dejan la espina dentro). Una vez limpios, nos dedicamos a descansar en la terraza y terminar el dibujo para Jamin. A las doce de la noche anduvimos hasta la estación para coger nuestro tren a Jodhpur.
El dibujo de Ana

 

Dejando huella en Jaisalmer
 

No hay comentarios

  1. Carmen Prat

    Que súper aventura chicos!! se nota que lo estáis disfrutando y me alegro un montón 🙂 Espero ansiosa las historietas de los próximos días jijiji besotee!

  2. Elena

    Esperando al siguiente post!! Me encanta el dibujo!!

  3. Olga Camargo

    Bua! Que pasada lo del desierto !!! Me encanta tu dibujo Ana <3 me habría encantado ver ese cielo estrellado

  4. Olga Camargo

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