Llega la mañana y Ana está plenamente recuperada. Yo, en cambio, sigo encontrándome fatal y las náuseas no me abandonan, pero, a base de fortasec, ya no voy al baño.
A pesar del malestar, quedan cosas por ver, así que hago de tripas corazón y nos subimos al tuk-tuk del hermano de Narender, que nos espera, puntual, frente a la guesthouse.
El paseo en tuk-tuk no ayuda, pero paramos por el camino a saludar a Narender, que me ve mala cara y me dice que debería descansar. Luego seguimos, por un camino sinuoso y lleno de vacas que se aleja de la ciudad, hasta el templo de los monos, que parece estar montaña arriba.
Nada más llegar al templo nos encasquetan a un guía que nos echará una mano por “la voluntad”. Para que no tenga altas expectativas, le explico que tenemos poco dinero, pues lo de los billetes nos ha fastidiado y, con los cajeros vacíos, no hemos podido sacar más, así que gastamos con cuidado. Me dice que no hay problema.
Compramos cacahuetes para los monos a un viejo que hay en la entrada y pasamos hacia el recinto del templo.
Monos
Monos a por cacahuetes
Tras darle un par de cacahuetes a los monos y hacernos unas fotos, el guía nos indica que hay unos aseos si los necesitamos. Cuando voy a entrar, me hace gestos de que vaya al que está por el lateral, que es mejor.
¡Sorpresa! Al salir, un indio que hay allí me dice que le pague, también la voluntad, por usar el baño. Me quejo a él y al guía le digo que le dejé muy claro que no tenemos un duro y que qué es esto de llevarme a un baño de pago (el primero al que iba a ir no lo era) a la primera de cambio. Dice que “no worries” y que no hay que pagar, pero me quedo mosca.
Acto seguido, se acerca una india a pedir que nos hagamos una foto con ella, cosa bastante común en la India. Por algún motivo, les encantan las fotos. Pero… ¡sorpresa! Una vez hecha la foto, pide que le paguemos.
Quiero hacer notar que estos indios van decentemente vestidos y están bien alimentados, no es que pidan por necesidad extrema. En la India hay gente muy amable, pero la gran mayoría ven al extranjero como una cartera con patas a la que estafar.
Como ya van unas cuantas, y me encuentro fatal, me cabreo, los mandamos a todos al carajo y nos largamos del templo. Ya hemos visto los monos y, por lo que nos han contado, el templo, más que templo, son un par de casas derruidas.
Realmente me encuentro muy mal y no me veo con fuerzas para ir al Fuerte Ámbar y lidiar con los indios de allí, así que le pedimos al hermano de Narender que nos devuelva al hotel. Tengo que descansar para tener fuerzas por la tarde, que tenemos programado el gran capricho del viaje, que reservamos antes de venir: ¡el paseo y cena con elefantes!
El descanso me sienta bien, aunque sigo hecho un guiñapo. A las tres nos recoge un Jeep en la misma puerta del hotel (el servicio de recogida estaba incluido en el paquete) y nos lleva montaña arriba a la “aldea de los elefantes”.
En Dera Amer intentan fomentar un uso responsable de los elefantes. No deja de ser una atracción turística, pero puedes ver que tratan bien a los animales. Tienen tres elefantes residentes y utilizan otros de otros dueños de los alrededores. La gran ventaja de esto es que, no solamente se aseguran de que están cuidados, sino que no los tienen en la ciudad, donde se utilizan para subir a turistas al fuerte y acaban bastante hechos polvo, pues, aparte de que no los tratan muy bien, el asfalto de la ciudad les destroza las rodillas.
Una vez llegamos y nos bajamos del Jeep, nos reciben con una bandejita y un par de plátanos. No son para nosotros, sino para Lakshmi, la elefanta con la que pasaremos las siguientes horas. Los coge encantada y se los come. Ya somos amigos.
Ana y Lakshmi. Las orejas de los elefantes indios a veces se secan y pierden trozos con la edad
Haciendo amigos
Uno de los encargados de allí nos explica el plan del día: Primero limpiaremos la trompa de la elefanta, luego, si queremos, podemos pintarla con unos colores naturales que, según nos garantizan, no hacen ningún daño al elefante, y, por último, daremos un paseo por la selva/bosquecito de los alrededores a lomos de Lakshmi.
Mientras frotamos la trompa de Lakshmi con unos cepillos y agua (parece que le gustaba mucho), charlamos con el encargado. Nos cuenta que en verano dejan a los invitados bañar al elefante entero, pero como se acerca el frío (para la India) y los elefantes son bastante delicados, ahora solo frotamos la zona de la trompa, para que no se quede mojada ni pille un resfriado.
El encargado es muy amable y responde a todas nuestras preguntas. Todos los elefantes de aquí son nacidos y criados en cautividad y vienen del centro de la India. Además, son todos hembras, pues son más dóciles y quieren evitar tener que utilizar pinchos o palos, que podrían hacer falta para mantener a los machos en vereda.
Lakshmi es el primer elefante que consiguieron. Viene de la ciudad y tiene los colmillos recortados. Según nos cuentan, las hembras tienen los colmillos pequeños, pero en la ciudad les atornillan unos falsos para que parezcan más grandes. Cuando llegó a Dera Amer, le limaron las puntas, porque tenían agujeros de los tornillos y pueden dar problemas de caries, infecciones, etc.
Bebiendo de la manguera
Agua pa´dentro
Lakshmi parece muy contenta de que la limpiemos, y luego se deja pintar tranquilamente, levantando la trompa de vez en cuando, creo que con la esperanza de que le cayese algún otro plátano. La trompa de los elefantes es puro músculo y, según nos cuentan, un elefante indio puede lanzar un buey volando varios metros.
El maquillaje de Lakshmi
Después de la decoración, toca el paseo. El cuidador de Lakshmi se sube detrás de la cabeza y nosotros vamos sobre un asiento/cama a la espalda. Cada elefante tiene un cuidador asignado. Pasan todo el rato juntos e incluso duermen en zonas adjuntas, así que se conocen. Nos cuenta que un elefante indio necesita pasear entre 10 y 20 km al día para mantenerse sano, así que aprovechan los paseos de los turistas como ejercicio.
El paseo es tranquilito y nos invitan a cerveza, pero dado el estado de mi estómago, tengo que rechazarla. Lakshmi avanza poco a poco, entre árboles, pavos reales y otros pájaros, dejando huellas enormes en el suelo de arena e intentando picotear ramas de árboles y arbustos cuando cree que el cuidador está distraído.
Los elefantes beben unos 300 litros de agua al día y comen unos 200 kilos de comida, principalmente caña de azúcar, aunque su sistema digestivo es muy malo y sólo digieren un 20% de lo que toman.
Al volver del paseo, nos quedamos un rato con Lakshmi y le damos otro par de plátanos y unos cacahuetes que tenía Ana en el bolsillo. Le parece estupendo y nos pide más de vez en cuando.
Un detalle curioso es que vimos a Lakshmi coger una piedra del suelo y usarla para rascarse. También cogía arena y la tiraba hacia atrás para espantar alguna mosca que revoloteaba por ahí.
En general, vimos a los elefantes contentos y bien cuidados. Fue una experiencia estupenda y estar cerca de un elefante, poder darle de comer y abrazarle la trompa es muy guay.
Parece que le gusta cruzar las piernas cuando vuelve de pasear
Una vez llevaron los elefantes a dormir, toca cena. Primero unos aperitivos al lado de la hoguera y luego un buffet. Todo incluido en el precio. Yo me encuentro algo mejor y decido tomarme una bolita de patata, previa ingesta de omeoprazol como protección.
Aperitivos con hoguera
Error fatal. Me sienta como un tiro y ya no como más, pero Ana dice que la comida estaba buenísima, en particular el pollo (apenas hemos comido carne estos días, así que las proteínas se agradecen) y el curry de espinacas con queso.
En el camino de vuelta, vemos varias bodas. Efectivamente, como ya nos habían dicho, se nota que es la época en la que los indios se casan, porque hay celebraciones y novios en caballos blancos por todas partes.
Al llegar al hotel, me tiro en la cama a sufrir un poco. Decidido, en cuanto pasen unas horas me tomo el antibiótico. Me lo habría tomado en ese momento, pero resulta que no se puede con el omeoprazol.
Mientras yo dormito como buenamente puedo, Ana usa el teléfono del hotel para llamar a Narender y quedar al día siguiente para despedirnos de él y su familia, pues nos vamos hacia Agra a mediodía. Narender le dice que él igual no está, pero que su hermano viene a recogernos y nos lleva a su casa para que nos despidamos.
El antibiótico es mano de santo y me levanto al día siguiente muchísimo mejor. Todavía no estoy al 100%, pero ya no me muero por las esquinas.
Antes de ir a casa de Narender, compramos unas cajas de dulces para regalárselas. Efectivamente, Narender no está, pues ha ido a recoger a un amigo a Delhi y hay tráfico de vuelta, así que nos despedimos de su familia y vamos a la estación, para poner rumbo a Agra.
Por culpa de mi estómago, nos quedamos sin ver bastantes cosas de Jaipur, empezando por el cine bollywoodiense, y no pudimos ir a comprar pashminas a la tienda del amigo de Narender, pero hemos vivido un par de experiencias irreemplazables y, a pesar de todo, nos vamos contentos.