Llegamos a Agra antes del atardecer (lo cual no significa mucho, ya que anochece a las 6:00-6:30). La estación de tren está justo al lado del Fuerte Rojo de Agra (no confundir con el Fuerte Rojo de Delhi), así que todavía hay más tuk-tuks de lo normal. Sabemos que nuestra guesthouse (previamente reservada por Booking para evitar problemas como los de Jaipur) está a unos 5km. Tras rechazar a varios, apalabramos el viaje en tuk-tuk por 60 rupias.
Al poco tiempo, nos damos cuenta de por qué se peleó menos que los demás: No sabe dónde está el hotel y se piensa que está más cerca. Tras preguntar y enseñar la reserva de Booking a un par de tipos, se orienta y nos deja sanos y salvos en la guesthouse.
La habitación está limpia y el baño no pinta mal. El único problema es la ingente cantidad de mosquitos que la habitan. Tras matar 20 o 30, nos quedamos bastante solos.
Nuestra habitación en Namastey Guesthouse
El cielo empieza a teñirse de ámbar y, por el camino, hemos visto varios locales con terrazas en el techo que afirman tener vistas al Taj Mahal. Decido que una cena viendo el sol ponerse tras el Taj Mahal es buena cosa y, tras dejar el equipaje en el cuarto, nos ponemos en marcha. Sabemos que el Taj Mahal está a algo menos de 2km y que hemos pasado cerca con el tuk-tuk.
Es ya noche cerrada y no tenemos ni idea de dónde está el Taj Mahal ni de dónde estamos nosotros, así que nos rendimos (Ana gruñe mucho cuando tiene hambre y no hemos comido desde el lassi del desayuno) y volvemos a la zona del hotel donde Ana se toma un thali no vegetariano por 90 rupias. Yo todavía no veo a mi estómago capacitado para lidiar con curry indio y no tengo mucha hambre, pero Ana se empeña en que coma algo, así que acabo tomándome un bocata en un Subway, que, además, me deja pagar con tarjeta.
El dinero empieza a ser un problema. Calculamos que nos queda lo justo para pagar el hotel, ver el Taj Mahal (que cuesta nada menos que 1000 rupias por cabeza) y poco más. La prioridad de la mañana siguiente será encontrar un cajero y sacar algo de dinero. De aquí al final del viaje tendremos que hacer esto varias veces, pues el gobierno ha puesto un límite de 2000 rupias por tarjeta y cajero y eso no nos va a llegar ni de lejos, así que al día va a estar llenito: conseguir dinero, ver el fuerte, ver el Taj Mahal y coger un autobús a medianoche hacia Varanasi, donde deberíamos llegar temprano por la mañana.
El plan matutino fue un rotundo fracaso. La calle grande cercana al hotel está llena de bancos y cajeros. En un banco cambiamos las últimas 1500 rupias que nos quedaban en billetes grandes, pero los cajeros están todos vacíos. Lo único que encontramos es una agencia dispuesta a sacarnos dinero de la tarjeta de crédito a cambio de una comisión del 7%… y de hacernos un cambio malísimo, de forma que perdemos un total del 17%. Habrá que pasar hambre.
Además, hacemos un descubrimiento terrible: los viernes cierra el Taj Mahal y hoy es…. Viernes.
Gracias al señor de la guesthouse y su teléfono móvil (no vengáis a la India sin móvil. Hace falta para todo, incluyendo reservar billetes de tren o autobús online en la mayoría de los casos) conseguimos cambiar el billete de autobús y la guesthouse de Varanasi para el día siguiente. Tendremos que pasar un día más en Agra.
Al menos los de la guesthouse nos alegraron un poco el depertar, pues el desayuno estaba incluído y no teníamos ni idea. Hoy consistía en tanto chai como pudieras beber y un curry de verduras con tanto pan frito indio como pudieras comer.
Una vez hechas las gestiones, ponemos rumbo al fuerte y pagamos las 500 rupias que nos cuesta entrar a cada uno.
Fuerte rojo de Agra
El fuerte es muy chulo. Es menos rojo por dentro de lo que su nombre indica, pues a uno de los maharajás le gustaba más el blanco y se dedicó a cargarse trozos y reemplazarlos con mármol, así que está un poco a secciones. Por lo visto, hace algunos siglos, colgaba del fuerte una cadena de oro de 25 metros que pesaba (literalmente) un quintal y que estaba recubierta de campanas. Si cualquier súbdito, sin importar casta o clase, consideraba que el sistema no le estaba haciendo justicia, podía agitar ola cadena y el propio maharajá se asomaba a lidiar con el caso. Interesante.
Estancia de mármol
Jardín dentro del fuerte, la zona de cúpulas blancas a espaldas de Alberto no está abierta al púbico
Dentro de las murallas del fuerte
Vimos, además, el proceso de restauración del fuerte. Mejor ved las fotos.
Tallando la piedra para las zonas en restauración
Después del fuerte decidimos pasear hacia otro de los monumentos de la ciudad: la tumba de I’timād-ud-Daulah, también conocida como el baby Taj Mahal. Según nuestros cálculos, debía de estar a unos 3 o 4 km del fuerte.
Pájaros descansando
Taj Mahal a lo lejos
Cruzando el Yamuna
Hombre bañándose
Niños jugando y burros paseando
10 km más tarde, aceptamos que nos hemos perdido. Vimos las cúpulas del Taj Mahal a lo lejos y, pensando que debía ser el pequeño, nos desviamos de nuestro camino original y ahora estamos detrás del Taj Mahal, al otro lado del río y a unos 15-20km de nuestro hotel. Además, con las rupias que tenemos, pedirnos un Tuk-tuk para esta distancia es un gasto de lujo.
Taj Mahal, desde atrás
La salvación viene en forma de una cara arrugada y unas piernas delgadas, pero de acero. Un señor bastante mayor, conduciendo un bici-tuk-tuk, se ofrece a llevarnos a donde sea por 30 rupias. Ya puestos, le pedimos ir al Baby Taj… que resulta que también ha duplicado el precio de la entrada en los últimos meses y se sale de nuestro presupuesto actual, así que le pedimos que nos acerque a la puerta este del Taj Mahal, desde donde podemos llegar a la guesthouse con facilidad.
Exercise tuk-tuk
Baby taj, desde afuera
Hay que comentar que cuando digo los precios de las entradas, se trata de precios para no-indios. Los indios pagan entre 10 y 20 veces menos, dependiendo del monumento.
Cerca de la guesthouse vemos un cajero con cola. ¡Dinero! Nos acercamos y, al ser Ana mujer extranjero, le dejan pasar delante. ¡Estupendo!
La tarjeta no funciona. No pasa del PIN y no nos da dinero. Tenemos un problema.
Ya de vuelta en la guesthouse, abro un chat con el banco y les cuento la situación. Resulta que para sacar dinero en el extranjero con la tarjeta de crédito hace falta un PIN que no tengo y que, si pido, me mandarán por correo ordinario en algo menos de una semana.
Dada la urgencia de la situación, aceptan dármelo por teléfono, pero no por internet. A ver qué se puede hacer.
Con Skype instalado y rezando a los dioses de la banda ancha, consigo que la llamada conecte a pesar de lo cutre del internet de la guesthouse (me cuesta mis buenos 15 minutos) y, tras un largo proceso de identificación, consigo establecer el PIN. Aliviados, corremos al cajero… para encontrarlo cerrado. Se ha gastado el dinero en ése y en todos los de la calle. Mañana será otro día. De momento, necesitamos comer.
Nos metemos en un restaurante “de lujo” que nos recomendaron otros extranjeros por la calle. Tiene precios casi occidentales (unos 10-15 dólares por cabeza), pero dejan pagar con tarjeta, así que nos permitimos el capricho de comer de buffet y tomarnos unos cócteles… sin alcohol, que sigo con antibiótico.
Mocktail
El periódico del día reflejando la pura realidad 🙂
Llega la mañana y, tras una ducha bien fresquita (no hay agua caliente) salimos hacia el Taj Mahal dispuestos a gastarnos nuestras últimas rupias en ver el monumento más famoso de la India, oda al amor verdadero, blablá.
¡Es el día mundial de la herencia cultural! Algo de la UNESCO, pero el caso es que el Taj Mahal es gratis (y el fuerte también, pero bueno), así que visitamos la tumba más famosa del mundo sin pagar nada. Poco se puede decir del Taj Mahal que no se sepa. Bueno, hay que entrar descalzo y no te dejan entrar con mochila. Recomendamos encarecidamente atar los zapatos a la cintura o algo así (o llevar una bolsita y meterlos dentro) y dejar los trastos en el hotel, salvo un pequeño bolsito o riñonera, eso si lo puedes pasar.
Amoor
¡Yey! Conseguimos una foto sin gente
Entrada principal
Entrada a las tumbas, en teoría una vez dentro no puedes hacer fotos. El 40% de la gente no tiene consideración.
El primo de Zumosol
Mármol por doquier
Vistas al Yamuna
La flor de palacio
Entrada lateral
Cielo azul, no ha llovido ningún día
Flores
Taj Mahal desde el jardín
Una vez acabado el turisteo reglamentario, comemos en un restaurante chino (efectivamente, la comida china también es distinta en la India) y nos dedicamos a pasear hasta las cuatro de la tarde, hora en la que, en teoría, rellenan los cajeros.
Restaurante Chino
Una vez más, hacemos cola, esperando al camión del dinero. 40 minutos más tarde de la hora establecida, se bajan de una furgoneta un hombre con maletín y dos con metralletas que se encierran en el cajero. Otros tres cuartos de hora más tarde salen. El cajero ahora tiene dinero, pero está roto y no lo dispensa. Cojonudo.
Atardeciendo
Perros preferidos de Alberto, en esta montaña en su lugar correspondiente cada día.
Ya a punto de aceptar que no vamos a tener más remedio que pagar la comisión, nos cruzamos con la cola de otro cajero. Envío a Ana en misión especial y, efectivamente, la cuelan sin problemas. ¡El cajero da dinero! ¡Tenemos otras 2000 rupias! Parece que hoy no moriremos de hambre. Entre esto y el ahorro del Taj Mahal ya tenemos para sobrevivir hasta Delhi si vamos con cuidado.
Las colas de los cajeros no sólo son largas; son lentas. Muy lentas. Cada indio lleva encima un mínimo de tres tarjetas y, a veces, hasta ocho o nueve, que van metiendo una tras otra para sacar pasta. Esto, además de ralentizar todo el proceso, hace que mucha gente se quede sin dinero, pero hemos notado que los indios, en general, no piensan mucho en los demás. No hacen nada para hacer daño, pero no evitan ningún tipo de molestia; empujan, hacen ruido a altas horas de la noche, conducen por donde sea, etc. Creo que, simplemente, al estar en un país con la cantidad de gente y las condiciones socioeconómicas de la India, al final cada uno aprende a mirar por sí mismo y poco más. No es que no puedan ser amables o que nieguen la ayuda cuando se la pides. Simplemente, en su día a día, no parecen tener muy en cuenta a los demás.
Una vez con dinero, volvemos a la guesthouse a esperar la hora de coger el tuk-tuk. Hemos descubierto que el autobús no para en Agra, Agra, sino en un bar de carreteras en algún sitio misterioso de las afueras que, tras mucho esfuerzo, creemos localizar.
En la guesthouse nos tratan estupendamente. Charlan con nosotros, nos invitan a chai (mogollón de chai) y, en general, han hecho todo lo posible para que estuviéramos a gusto, a pesar de que nuestra habitación era, probablemente, la más barata del sitio (no llegaba a 300 rupias por noche). Además, las dos mañanas que despertamos allí nos prepararon el desayuno, consistente en chai prácticamente ilimitado y un acompañamiento. El del segundo día fue una crepe dulce.
En resumen, si vais a Agra y no necesitáis agua caliente, Namastey Guesthouse es una opción muy recomendable.
Tomando chai con los dueños y otros turistas
Conseguimos un tuk-tuk por 250 rupias (tras bajar desde 600) y tenemos una experiencia similar a la de la llegada: el conductor sabe dónde está la carretera que decimos, pero no el bar específico. Menos mal que vamos con tiempo.
La parada está donde San José perdió el martillo y el nombre del bar de carretera está en indio. Nosotros no leemos indio y sospechamos que el conductor no lee nada de nada, así que, inevitablemente, nos pasamos de largo. Varias preguntas más tarde y una hora después de salir, estamos sentados en un “restaurante” en el que nadie habla inglés, pero donde, por gestos, conseguimos pedir un “sari paneer”. No sabemos qué lleva, aparte de queso, pero está buenísimo y se convierte, rápidamente, en la comida preferida de Ana en la India.
Restaurantes en cuestión.
Ñam ñam
Llega el autobús y el conductor nos enseña nuestra “cama”: Una especie de ataúd o cubículo que compartimos el uno con el otro y que está justo sobre las ruedas traseras del autobús. No parece terriblemente incómodo, aunque un poco claustrofóbico, pero mis esperanzas de descansar se esfuman en cuando empezamos a movernos. Botamos tanto que, incluso tumbados, a veces me choco con el techo y, ¿os acordáis de que a los indios les gusta la bocina? Al del autobús también. Le gusta tanto que no duda en darle uso durante toda la noche. Normal, la tiene modificada para que suene una tonada y querrá lucirla. Ana, que puede dormir en el filo de un cuchillo, descansa el tiempo que no pasa descojonada por la situación. Yo, reboto. Lo más inquietante de este ataúd es que es para dos personas. Si te lo pides sólo, te pueden asignar un compañero, que dormirá acurrucado contigo, compartiendo manta y botes. En teoría, llegaremos a Varanasi, la ciudad más sagrada de la India, a las 8:30 de la mañana.
Nuestro ataúd de ensueño
El pasillo
Dentro
La bella durmiente