Llegando a Varanasi, la ciudad mágica.

Llegamos a Varanasi un poco pasadas las 9. Algo de retraso, pero nada grave. Por cierto, ¿recordáis aquello de que en la India los coches pitan continuamente? El autobús nocturno no es una excepción y hasta tiene bocina personalizada, por lo que se veía en la obligación moral de hacerla sonar cada 20 minutos mínimo. Una noche entretenida en nuestro ataúd musical.
 
Al bajarnos del autobús, nos encontramos con algo que ya sospechábamos, teniendo en cuenta la odisea por la que tuvimos que pasar para llegar al punto de partida: No llega a Varanasi centro.
 
Estamos bastante a las afueras. Unos cuantos kilómetros de camino hasta el lugar donde pretendemos conseguir la guesthouse. Tenemos una reservada en Booking que parece prometedora. En Varanasi, es importante informarse de antemano, pues hay algunas que dan al río y te juegas que te entre el humo de las piras mortuorias por la ventana. Pedimos direcciones y nos ponemos en marcha hacia lo que nos parece que deber ser el camino correcto.
 
Apenas llevamos unos cientos de metros y un tuc-tuc se para y se ofrece a llevarnos. El regateo es rápido y nos subimos sin mayor dilación. El camino resulta más largo de lo esperado. Coger el tuc-tuc fue una buena idea.
 
Al acercarnos al centro, el conductor da por finalizado el viaje. Según nos informa, el centro está cerrado a vehículos de motor. Teniendo en cuenta la de veces que han intentado estafarnos a estas alturas, no estamos muy convencidos, pero estamos cerca y decidimos no pelearnos.
 
Resultó ser verdad. La zona central de la ciudad, donde pensamos alojarnos, está cerrada a coches, pero las bicicletas pueden pasar sin problemas y hay varias motos por la zona. No sabemos si legalmente.
 
Al poco de llegar a la zona, se nos acerca un hombre ofreciéndonos una guesthouse. Se conoce que tenemos cara de turistas perdidos (que es la cara que nos corresponde, por otra parte). Amablemente le decimos que tenemos ya reserva en la Golden Lodge Guesthouse. Ni corto ni perezoso, el hombre dice que le sigamos y nos lleva a la misma puerta. Se agradece, pues Varanasi es un laberinto de callejuelas y la guesthouse no era fácil de encontrar. Por el camino, vemos una ingente cantidad de vacas y personas de todos los tipos y pasamos frente a la zona del bazar a la que pensamos volver más tarde.
La Golden Lodge no era la guesthouse de nuestro altruista guía. Nos llevó allí por pura buena voluntad y se despidió prontamente. Da gusto encontrar gente así.
 
Desayunando chaat de un puestecito callejero. ¡El cuenco está hecho de hojas prensadas!
 
Tiene una pinta un poco rara, pero está buenísimo.
 
Una vez instalados (después de pelearnos un poco, que nos querían dar una habitación sin baño y así no se puede lavar ropa), salimos de la guesthouse dispuestos a callejear un poco y conocer la ciudad.
Varanasi (o Benarés) es la ciudad más sagrada de la India. Para los hindús, peregrinar a Varanasi es equivalente al Camino de Santiago para los cristianos o la Meca para los musulmanes. Se encuentra a las orillas del Ganges y en sus aguas sagradas (unas de las más contaminadas del planeta) se lavan por las mañanas, tanto por aseo como por motivos religiosos, lavan la ropa, pescan y arrojan a sus muertos.
 
En su larga orilla, dividida en ghats, se pueden ver un sinfín de cosas que en occidente no imaginaríamos juntas: Niños jugando al cricket o con cometas hechas de bolsas de plástico; ropa y sábanas de un blanco impactante (teniendo en cuenta que las lavan a mano en el río) tendidas o secándose en el mismo suelo; hombres santos, desnudos y cubiertos de ceniza; gurús dando clase a sus discípulos, vacas, perros y cabras campando a sus anchas o comiéndose las ofrendas florales; mercaderes, vendedores y timadores; pobres pidiendo limosna, mezclados con trúhanes buscando la oportunidad de sacarte algo; yoguis meditando; masajistas ofreciendo sus servicios; pescadores trenzando redes y montañas de leña al lado de piras, encendidas o en proceso de encenderse, donde un cuerpo espera convertirse en cenizas y ser vertido a las aguas de la Madre Ganga.
 
Si tuviéramos que elegir, diríamos que Varanasi es lo más indio de la India. Si solamente se pudiera visitar una ciudad, ésta debería ser la elección. Por otra parte, si se va a hacer una ruta o es vuestra primera experiencia en la India… Varanasi puede ser demasiado como primer contacto, pero es un excelente último puerto. Resumiéndola en una palabra: es intensa.
 
Nuestro primer día en Varanasi se centra en conocer la zona. Nos dedicamos a callejear por el casco antiguo y tomamos nuestro primer lassi. Varanasi, entre otras cosas, es conocida por su estilo de lassi, más denso que en otras ciudades y, de acuerdo a muchos, el mejor lassi de la India.
 
Nuestra primera parada gastronómica es un pequeño puesto que confundimos con Blue Lassi, uno de los locales más famosos. Una vez más (ya nos pasó en Jaipur) estamos tomando el lassi equivocado, pero sigue siendo espectacular. Cargado de pistachos y azafrán y denso como un yogur. Los Lassi de Varanasi son algo distintos a los que tomamos en Rajastán. Son más densos (te dan un palito plano para usar a modo de cuchara) y se sirven en recipientes de barro que luego se tiran sin más, aunque parecen perfectamente reutilizables.
 
Un lassiwala de Varanasi
 
El lassi en su cuenco de barro.
Satisfechos con nuestro Lassi, nos ponemos en marcha por el entresijo de calles, con la intención de encontrar el mercadillo por el que pasamos al ir a la guesthouse, pero algo se interpone en nuestro camino. No hemos avanzado ni 50 metros cuando vemos… una flecha indicando que, para llegar a Blue Lassi, hay que coger la callejuela de la derecha. Habíamos leído maravillas sobre Blue Lassi, y nos daba rabia habernos confundido (otra vez), pero con el lassi recién acabado, lo mejor sería esperar a volver a tener hambre y visitar Blue Lassi más tarde.
 
Tres minutos más tarde estamos viendo el extenso menú de Blue Lassi, un pequeño local abarrotado de gente, y nos decantamos por un lassi clásico y uno “indio” (con más azúcar), a pesar de que tenían sabores variados a chocolate, vainilla y diversas frutas.  Efectivamente, está muy, muy bueno, pero nos ambos coincidimos en que, para el bombo que se le da al establecimiento, esperábamos más.
 
Es en Blue Lassi donde conocemos a Pablo, un español que lleva en Jaipur dos años y que está dando su última vuelta por la India antes de volver a casa. De él aprendemos una habilidad fundamental que nos habría venido bien durante todo el viaje. Cuando los indios te preguntan-piden algo (o te acosan por las calles), es mucho más efectivo decir “ne” calmadamente, mientras mueves la cabeza de hombro a hombro y levantas la mano que nuestros diversos intentos de rechazar sus avances en inglés. Tomad nota.
 
Mientras charlamos, oímos un ¡hop, hop, hop! Que se aproxima por la calle. A los dos segundos, pasa un grupo de cuatro hombres cargando una camilla cubierta de flores naranjas… de la que cae un brazo inerte. La escena se repite un par de veces más mientras nos acabamos los lassis.
 
Pablo nos cuenta que el ghat Manikarnika está nada más bajar la calle y que allí es donde se practican la mayoría de las cremaciones.
 
Evidentemente, nada más terminar, enfilamos cuesta abajo, acompañados por Pablo, para observar uno de los elementos más impactantes y mórbidos (para los occidentales) de Varanasi. Al acercarnos, encontramos plazas y calles con torres de leños y maderas, algunas tan altas como los propios edificios, que evidentemente se usan durante las ceremonias.
 
A los pocos minutos, llegamos al ghat y a la orilla del Ganges. Hay cinco piras encendidas, en distintos estados de desarrollo. No nos acercamos mucho. Decimos que por el humo y el olor, pero es más probable que, simplemente, no nos atreviésemos todavía. Aun así, el espectáculo no deja de ser impactante. Por motivos obvios (se trata de un funeral, al fin y al cabo), está prohibido hacer fotos de las cremaciones.
Ser incinerado a la orilla del Ganges no es barato. Las cinco piras se encontraban a distintas distancias, siendo las más cercanas a la orilla las más caras. Los que no pueden permitirse la ceremonia, son incinerados en un crematorio, no muy alejado, que expulsa humo negro al cielo de forma permanente. Las cenizas, sin embargo, son igualmente vertidas al río.
Las orillas del Ganges
 
Los ghats que se extienden por toda la orilla del río sagrado de los hindús.
 
Uno de los muchos personajes pintorescos que se pueden encontrar por la ciudad
 
Pasamos el resto de la tarde recorriendo los ghats y conociendo un poco la zona. Al caer la noche, en uno de los ghats principales, se celebra la ceremonia del fuego, una mezcla de danza y rituales que atrae a cientos de personas cada día.
Comienza la ceremonia del fuego
 
Los monjes danzan y mueven las pirámides de velas en perfecta sincronía.
Cenamos en la propia guesthouse porque vimos que tenía pollo en el menú y ya estábamos echando en falta las proteínas. Por desgracia, se les había acabado, así que terminamos tomando paneer con espinacas, que tampoco está mal. Después de la cena, a la cama, que al día siguiente toca madrugar para ver las actividades matutinas de la ciudad mágica.