La ciudad mágica tiene su encanto particular a todas horas y en todas sus zonas. Desde el bullicio de sus callejuelas a la ceremonia del fuego, pasando por las filas de peregrinos que esperan para acceder al templo de la deidad de su elección, Varanasi es un flujo constante de gente y emociones.
Pero si se quiere vivir la verdadera esencia de la ciudad, hay que madrugar. Por las mañanas, cuando todavía hace fresco, los mercados están cerrados y las cabras se empiezan a desperezar, hay que poner rumbo al Ganges, el río que da vida a Varanasi y a gran parte de la India. Ahí es donde se desarrolla la vida matutina de las gentes de la ciudad.
Paseando por sus orillas, hay mucho más que las piras funerarias. Decenas de ghats se suceden unos a otros, cada uno con sus peculiaridades. Si te levantas lo suficientemente pronto, verás a la gente bañándose en el río, realizando las abluciones matutinas para purificar sus cuerpos y almas, a riesgo de coger una infección que los devuelva a la Madre Ganga de forma permanente.
Algo más tarde, las actividades cambian. Los pescadores empiezan a trabajar y las abluciones se convierten en colada, con cientos de indios lavando sus ropas y sábanas en el río y dejándolas secar al sol en el mismo suelo. No sabemos qué secreto usan para dejarlas tan blancas, pero es impactante.
Tras el paseo por los ghats, nos entra hambre y nos paramos en un pequeño restaurante en uno de los ghats, donde tomamos un almuerzo temprano en una terraza con vistas al Ganges. La comida, de los más india: pizza.
Habíamos leído sobre este sitio en Internet, pero nos sorprendió. La pizza era finita, estilo italiano, y estaba buenísima (no está mal dejar los currys de vez en cuando), pero lo mejor fue el postre: una tarta de manzana como no hemos probado ni en EEUU ni en España. Impresionante. Si visitáis la ciudad más india de la India, comed tarta de manzana en el Vaatika Cafe.
Nuestro paseo nos aleja un poco del río, pues vamos de camino a un pequeño templo dedicado a Hanuman, el dios mono, con la esperanza de que haya monos allí. Tenemos que descalzarnos para entrar y no se pueden hacer fotos, así que no hay evidencia fotográfica de que no había ni un solo mono, pero fue interesante ver los rezos matutinos de la gente en este minúsculo templo, que tiene más muro que otra cosa.
Nuestro siguiente objetivo se encuentra algo más lejos. Concretamente, al otro lado del río. Vamos, una vez más, en busca de lassi perfecto, y tenemos entendido que un candidato es Shiv Prasad Lassi, en la plaza cercana al Fuerte de Ramnagar. Como hay que cruzar el río de todas formas, aprovecharemos para echar un vistazo al fuerte, que parece bastante espectacular desde esta orilla.
Habiendo visto tres «puentes» desde los ghat, pensamos que cruzar sería sencillo. No podíamos estar más equivocados. Uno de los puentes, el que da al fuerte, estaba en obras y cerrado. Otro no sólo estaba lejos, sino que parecía ser únicamente para coches. El tercer puente no es tal, sino un pantalán flotante que conecta ambas orillas. Como es la única opción, la tomamos.
A medio cruce, un señor nos intenta decir algo, pero no conseguimos entenderle y seguimos adelante. El pantalán está en un estado bastante deplorable, con la madera podrida y carcomida y nubes de polillas alzándose a cada paso.
Al llegar al final, entendemos lo que el hombre nos había intentado decir: faltan los dos últimos tramos, que vemos varados en la orilla opuesta, y no hay manera de cruzar. Toca volver.
Unos hombres de la otra orilla ven oportunidad de negocio y se acercan con un botecito a motor. Están dispuestos a cruzarnos el trocito que falta (asumiendo que seamos capaces de bajar hasta ellos, que el pantalán es alto) por 800 rupias (unos 11 euros). Teniendo en cuenta que dormimos por 300 y comemos por 100-200, sabemos que es un abuso y un intento de aprovechar nuestra situación desesperada, así que nos negamos. Ya cruzaremos.
Tras volver a la orilla original, encontramos un hombre dispuesto a cruzarnos en su bote de remos y a esperarnos allí para volver, todo por 200 rupias. Con este razonable precio estamos más que contentos y abordamos el bote.
En la plaza del lassi vemos un cajero con cola: ¡oportunidad! Ana va delante y, con su condición de mujer extranjera, es rápidamente invitada a la cabeza de la cola. Pos desgracia, la tarjeta no nos funciona en este cajero y nos vamos sin nuevas rupias.
El lassi no nos impresiona, aunque estaba bueno, y el fuerte es bonito por fuera, pero no está restaurado por dentro y no hay demasiado que ver. Acabada nuestra misión, volvemos al bote y cruzamos el río de nuevo, con el sol ya poniéndose.
Donde acaban los ghats, el río sigue. Antes llegamos a este punto por el centro de la ciudad, pero decidimos volver a los ghats por la orilla. En esta zona sin «tratar», la orilla del Ganges la componen montañas de basura que se acumulan sin control. Pocos países se han visto tan afectados por los envases de plástico como la India.
Volvemos paseando por los ghat, donde nos encontramos a Papu (se llamaba como uno de nuestros camellos de Jaiselmer), un barquero que se ofrece a recogernos mañana antes del amanecer, para darnos un recorrido por río de los ghat cuando despierta la ciudad. El precio acordado, 300 rupias. Era una experiencia en la que estábamos interesados, así que nos vamos contentos después de discutir el lugar y hora de encuentro.
Llegamos a «nuestro» ghat poco antes de la ceremonia del fuego, para la cual ya se empieza a reunir gente. Tras verla, cenamos en un sitio que encontramos de casualidad, el Ganga Fuji Restaurant, que no sólo tiene música en vivo, sino que sirven pan tumaca y tortilla de patatas (escrito así mismo). Las paredes están cubiertas de postales, dibujos y mensajes de otros mochileros que pasaron por ahí. Al final tomamos un curry y unos tomates rellenos, pero tenemos intención de repetir antes de irnos, porque estaba todo muy bueno.
Una vez cenados, nos vamos a dormir, que toca madrugar para nuestro último día en la ciudad sagrada.