La ruta de la seda de la Ciudad Santa

Nuestro último día completo en Varanasi sería uno largo, más que nada porque nos levantamos a las cuatro y media. A las cinco hemos quedado con Papu en el Ghat donde se celebra la ceremonia del fuego (el Ghat Dasashwamedh). El plan es subir ahí a su barca y hacer un recorrido de una hora a lo largo de la orilla hasta el Ghat Tulsi o Assi, los últimos de la orilla (y cerca de los cuales se encuentra el Vaatika Cafe del que hablábamos en entradas anteriores).

Papu nos recoge más o menos puntual. Todavía es noche cerrada y vemos su barca acercarse con una pequeña luz. En ella viene, además del propio Papu, un chaval que, según nos explica como bien puede, es su sobrino, aprendiz y el heredero de su barca. Está aprendiendo a remar a ritmo con turistas. Nos parece bien, aunque tampoco nos pregunta.

Papu nos recoge antes del amanecer

Antes de salir, Papu decide que necesita un chai, que tomamos un un puestecito callejero en el mismo ghat (un puestecito ghatejero, entonces). Le invitamos porque dice que no lleva nada encima. Una forma de sacarle cinco rupias a los turistas, suponemos. No nos parece demasiado mal los seis céntimos extra que nos cuesta el paseo.

Hay decenas, incluso centenares, de barqueros que ofrecen un servicio similar al de Papu. No es caro y es una experiencia fundamental para disfrutar de Varanasi y verla en uno de sus momentos de esplendor.

Los precios pueden variar mucho y la clave es, o bien esperar hasta el final de la tarde para reservarlo para el día siguiente, o directamente levantarse a las cuatro de la mañana y buscar un barquero ocioso. ¿Por qué? Porque, cuanto más se acerque el momento del paseo, menos posibilidades tienen los barqueros de conseguirse un turista, así que el precio será mejor. A nosotros nos salió por 300 rupias (3,5€). Según nuestras pesquisas (y los regateos previos a lo largo del día anterior), creemos que es poco más o menos el precio a conseguir.

Nos subimos a la barca y, durante la siguiente hora y media, recorremos las aguas del Ganges, viendo al sol alzarse sobre el horizonte, del mismo color que las piras que, aún a estas horas, iluminan algunos de los ghats de la ciudad mágica.

Al amanecer, muchos indios dejan velas flotantes sobre el río como ofrenda o para pedir por algo.
Templo de bajo coste
Nuestra propia vela flotante

Las orillas, hasta ahora habitadas, tan solo, por algunos barqueros y martines pescadores buscando el desayuno, se van llenando poco a poco de gente que, diligentemente, comienza realizar sus abluciones matutinas al tiempo que el aire se llena del murmullo de la ciudad al despertar.

Uno de los muchos pescadores que faenan en las aguas del Ganges
Recogiendo la pesca

Pasamos frente a un edificio que no logramos identificar. ¿Un colegio? ¿Un orfanato? El caso es que un grupo de niños, liderados por un orondo hombre barbudo, practica yoga de forma muy ordenada y saludan al sol del amanecer con los brazos en alto y riendo rítmicamente.

Niños haciendo yoga
El sol sobre el Ganges
Un pescador de otro tipo
Un bañito purificador en unas de las aguas más contaminadas del mundo
Los ghats por la mañana

Cuando la ribera se llena de pescadores y gentes realizando sus tareas matutinas, Papu da por terminado el paseo y nos acerca a la orilla, aunque no hemos llegado hasta el último Ghat, pero quedamos satisfechos con la experiencia. Por desgracia, termina de forma amarga cuando Papu intenta cobrarnos un 50% más bajo el argumento de que el paseo fue más largo de lo previsto porque el aprendiz remaba más despacio que él. Nos vamos bastante enfadados (y, por supuesto, sin pagar el extra), pero se nos pasa rápido. La India es así.

Volvemos paseando por los Ghat, viendo la fauna, la decoración y las gentes. Tardamos un ratito en llegar hasta la zona del mercado y el zoco central, cerca de donde está nuestra Guesthouse.

Aprendiendo el oficio
Un buen botín
Hora de la colada
Un pequeño templo comestible
¡Cambia tu ADN con cirugía espiritual!
La subida del río se «come» algunos ghats y hay que recuperarlos cuando baja

Mientras paseamos de vuelta a «nuestra» zona, al pasar por uno de los ghat donde se realizan las incineraciones (el secundario), nos encontramos con una ceremonia recién empezada. En silencio y algo apartados, por respeto, nos quedamos a observar, junto con otros viandantes, todos ellos indios.

Tras preparar la pira y acercar el cuerpo al río, todos los participantes cogen agua del Ganges con las manos y la vierten en la boca del difunto, que es, acto seguido, transportado a la pira, donde el hijo mayor, con la cabeza recién afeitada (el titiritero de Jaipur nos explicó que es costumbre que el primogénito se afeite la cabeza cuando muere su padre), da siete vueltas a la pira con una especie de palma, recitando oraciones que no entendemos y esparciendo unos polvos que, sospechamos, tienen como objetivo acelerar la combustión.
Tras esta ceremonia, se enciende la pira y los familiares, tras pocos minutos, abandonan todos la zona, dejando que arda sin supervisión.

Hay varias cosas llamativas para un occidental, aparte de lo impactante y macabro de ver un cuerpo arder poco a poco, literalmente fundiéndose y goteando sobre la pira.
– No hay mujeres en la ceremonia. Ayudan a preparar el cuerpo, pero, como no debe haber lloros, no se les permite participar en la incineración propiamente dicha.
– Una vez abandonan los familiares la pira, a las cabras les falta tiempo para acercarse al fuego con el objetivo de robar las flores naranjas con las que se adorna. No es raro ver a cabras rumiando las propias cenizas de piras ya consumidas.
– Si eres considerado «puro», no se te incinera, sino que se te arroja directamente al Ganges. ¿Quién es puro? Hay una lista muy específica: Niños menores de 8 años, «hombres santos» (se trata de una casta concreta. Se nace, no se hace), mujeres embarazadas, leprosos (pues su sufrimiento les purifica) y aquellos muertos por picadura de serpiente, consideradas las enviadas de Shiva.
– El olor es menos desagradable de lo esperado.

Shiva
Mercado matutino
Un desastre a punto de suceder

Desayunamos/almorzamos «a la española» en el Ganga Fuji Restaurant y dedicamos el resto del día a hacer unas compras por la ciudad. Después de Varanasi, solamente nos queda Delhi y no sabemos si podremos comprar mucho allí, pues la gente comenta que no hay forma de encontrar un cajero en funcionamiento en la capital.

Tortilla de patatas y pan tumaca estilo indio

La India, como ya habremos comentado, es muy famosa por sus telas. En particular, la seda y la pashmina (que en España ha dado nombre a los conocidos fulares que se venden en todo mercadillo), un tipo de lana de cabra de cachemir. Varanasi, dentro de la India, es uno de los núcleos textiles y, por tanto, un buen sitio para hacerse con unos regalos de calidad a un buen precio para la familia. Por supuesto, también es un sitio estupendo para que te estafen y volver con un trapo del algodón y poliester.
Hay dos maneras fundamentales de evitar esto:
– Comprar en un establecimiento de fiar.
– Saber un poco de telas, precios, tantear al vendedor y tener suerte.

Nosotros optamos por una combinación de ambas. Paseando y perdiéndonos bastante por las callejuelas de Varanasi llegamos a Baba Black Sheep, una conocida tienda de telas y fulares famosa por su excelente calidad precio y por ser de fiar en general. Los precios serán mayores que en el zoco, pero no mucho más (depende de tu habilidad para el regateo en el zoco) y tiene las ventajas de que vas sobre seguro, el precio es fijo y se puede pagar con tarjeta. Parecerá una tontería, pero no olvidemos que el dinero en metálico sigue siendo un bien escaso.

En Baba Black Sheep nos hacemos con una selección de pashminas y pañuelos de seda para amigos y familiares (y alguno para nosotros) y, más importante, nos informan sobre los precios que podemos esperar en el zoco (si vale menos de eso, es falso) y las «tres pruebas» para comprobar que no nos estafan mucho (que ya habíamos oído antes):
– La prueba del anillo: Tanto los pañuelos de seda como los de pashmina se pueden pasar por el agujero de un anillo.
– La prueba de la ceniza: Pide al vendedor que te deje quemar una hebra. La mayoría no pondrán pegas. Se debe deshacer en ceniza al frotarla entre los dedos.
– La prueba del olor: Al quemarla, debe oler a pelo quemado.

Estas pruebas no garantizan el material al 100%, pero, al menos, valen para evitar materiales sintéticos.

Armados con nuestros nuevos conocimientos, decidimos dar un tiento al zoco. No nos queda mucho en metálico y vamos a necesitar un tuc-tuc mañana, así que hay que racionarse lo que queda… ¡o eso pensábamos! En el camino de vuelta encontramos un cajero vacío que dispensa dinero. No más de 2000 rupias, como siempre, pero es mejor que nada.

Una nueva mamá

Empieza a anochecer mientras paseamos por el zoco y, finalmente, damos (o nos atraen) a un puesto que no tiene mala pinta. Hablamos bastante con el vendedor y los precios están en el rango esperado. El hecho de que, cuando nos interesamos por una pieza, nos informase que no era de pashmina, sino de lana normal (o de lana de yak, una de ellas) hace que nos fiemos un poco más y, finalmente, compramos un par de cosas, regateamos bastante y nos fuimos animados.

Ambiente nocturno en el Zoco

El culmen del regateo, sin embargo, fue en el segundo puesto, donde Ana quería comprar un par de pantalones de Alí Babá y Alberto unas camisas de cáñamo.
El tira y afloja duró bastante, discutiendo descuentos si comprábamos varias y cambiando de opinión mil veces, pero no cedimos. Al final, al ver otros turistas por la zona, se apresuró a despacharnos (probablemente por miedo a que los otros oyeran los precios que estábamos barajando) y conseguimos un buen precio. Estas semanas en la India nos llevaron a este punto: el regateo perfecto. Sabes que lo has conseguido cuando te venden el producto, pero enfadados.

Con las compras hechas, vamos a por un último lassi a Bana Lassi, otra de las tiendas de renombre de la ciudad. Ana tomó uno con frutos secos y Alberto uno con granada. Estaban muy buenos, pero ya cuesta decidir qué lassi es mejor. Creemos que el que más nos gustó sigue siendo el del Lassiwala falso de Jaipur.

Bana Lassi

Para acabar el día, paseo por el zoco y cena en la propia guesthouse, donde tomamos un curry que iba a ser con pollo, pero no tenían, así que nos tocó cambiarlo por paneer.

Al día siguiente, nos levantamos sin prisas. No nos quedan planes y tenemos que coger nuestro primer y único avión Indio para llegar a Delhi (decidimos ahorrarnos las 22 horas de tren, esta vez).
Paseamos un poco por la ciudad, ya con las mochilas, y salimos hacia la zona abierta al tráfico (recordemos que el centro está cerrado a los vehículos) en busca de un tuc-tuc que nos lleve al aeropuerto por unas 250 rupias (3 €).

Nos cuesta bastante y los precios están muy por encima de lo esperado (¡400-500 rupias!), pero perseverando y consiguiendo que los tuc-tucs se picasen entre ellos, uno acepta a llevarnos por las 250 esperadas.
Poco después de salir, vemos que no va a ser tan sencillo. El conductor nos ha recogido por ese precio, pero va a darlo todo por sacarnos más. La primera treta no se hace esperar: ¿A qué aeropuerto queremos ir? ¿Al pequeño, que está más cerca y nos lleva por el precio acordado, o al grande, que es más caro?
Nos cogió por sorpresa y nos quedamos preocupados. ¿Qué dos aeropuertos? ¿No había solamente uno? ¿Cuál queremos?
Viendo nuestras dudas, el conductor se ofrece a ayudar rápidamente: El pequeño no tiene casi aviones, queremos el grande, nos asegura repetidas veces.
Ahí es donde se resbaló. Viendo su insistencia y oliéndonos la estafa, le decimos que no se preocupe, que nos lleve al pequeño por el precio acordado (después de todo, lo buscamos el día anterior en Google y solo nos salía uno). El conductor intenta disuadirnos e insiste en llevarnos al grande, pero no damos el brazo a torcer. Al final, la idea de los dos aeropuertos desaparece de la conversación y ya sólo nos va a llevar «al aeropuerto de verdad», por el precio acordado.
Se las apaña para mecar otros dos vehículos por el camino, pero nada grave.
Al dejarnos en el aeropuerto, hace un intento más y nos dice que le tenemos que dar otras 60 rupias, para salir del parking. Un conductor cercano nos grita que es mentira, que es gratis para ellos. Mira qué bien, nos ahorramos la discusión. Nos vamos enfadados y nuestro conductor grita al otro lo que suena a una alusión a las actividades poco salubres de su madre.

El tuc-tuc estafador

El aeropuerto es tan moderno y está tan limpio como el de cualquier ciudad occidental, a pesar de que los viajeros indios tiran papeles y embalajes al suelo con total naturalidad. Suponemos que el servicio de limpieza trabaja bastante.

Todo al suelo

¡Nuestra última parada en la India, Delhi, la capital, nos espera!