Subiendo al coche de unos desconocidos porque nos ofrecieron caramelos vino en ingentes cantidades

Nos levantamos temprano para disfrutar al máximo de nuestro primer día en Delhi. Lo primero que hicimos fue ducharnos con agua caliente por primera vez en no sé cuanto tiempo y reservar la habitación extraoficialmente hasta el fin de nuestra estancia en Delhi, así sale más barato porque los dueños no pagan impuestos si no haces la reserva on-line.
Para poder ducharnos en caliente, había que bajar a recepción y solicitarlo. Te encendían el calentador y, en unos 15 minutos, tenías agua caliente.

Luego nos dirigimos andando con calma a Vieja Delhi, ligeros de equipaje. Queríamos visitar el Fuerte Rojo y Jama Masjid. Durante los más de 45 minutos de trayecto, disfrutamos de ver despertar a la ciudad, viendo niños y niñas repeinados para ir al cole, sonrientes y apilados en una especie de tuc tucs que hacían de autobús escolar; pescaderías y floristerías abriendo sus puertas, y un sinfín de pequeños comercios muy especializados, de entre los cuales destacaban las papelerías dedicadas a invitaciones de boda. También encontramos varios mercadillos de la zona que vendían zapatos, mochilas, cachimbas… De todo.

El autobús escolar
Invitaciones de boda

No entramos en el Fuerte Rojo, cuyo nombre proviene del color de la arenisca con la que se construyó. Sólo lo vimos por fuera, ya que el Fuerte Rojo de Agra es más accessible e impresionante (según teníamos entendido). Cerca de éste está Jama Masjid, nuestra siguiente parada.

El Fuerte Rojo de Delhi

Jama Masjid es una de las mezquitas más grandes de la India. Se construyó en el siglo XVII bajo las órdenes del emperador Mughal Shah Jahan, quién también mandó construir el Fuerte Rojo (de Delhi) y el Taj Mahal. Para su construcción se utilizaron mayoritariamente arenisca y mármol, que es lo que caracteriza a esta mezquita de color anaranjado y blanco (los colores preferidos de Shah Jahan).

En el patio de Jama Masjid

Para entrar en el patio de la mezquita no hay que pagar per se, pero te cobran 300 rupias por cámara (ojo, que los móviles cuentan como cámara, menos mal que fuimos a la India sin móvil). Además, no se pueden enseñar los hombros ni las rodillas. Como íbamos a todos lados con un fular, no hubo problema. No se puede entrar en la mezquita más allá del patio a no ser que vayas a rezar en el horario establecido.

Después de esto, nos dirigimos de vuelta a la zona del Bazar Principal para tomar unos naan antes de coger el metro hacia Rajouri, donde habíamos reservado una Escape Room para después de comer.

Llegamos a Rajouri antes de lo previsto e hicimos tiempo comiendo chisquipurris indios por la zona. Los compramos en puestos ambulantes estratégicamente posicionados para llamar la atención de los niños al salir de clase. Se trataba de una zona residencial con pisos muy parecidos a los que encontraríamos en un barrio español.

La escape room a la que fuimos, llamada «Mystery Rooms» tenía precio americano. No había nadie más haciendo escapismo con nosotros, pero pudimos ver otros grupos y se trataba de jóvenes claramente con dinero.

Las opciones para escaparse eran variadas, en inglés y muy bien hechas. Tan bien que, de hecho, hicimos dos de ellas porque la primera nos gustó muchísimo. Otra característica de este sitio era que cada juego era muy muy largo, de tres o cuatro salas cada uno. A día de hoy es una de las mejores escape rooms que hemos visitado y eso que el personal era un poco borde.

Lo pasamos muy bien, aunque tuvieron problemas con su generador de electricidad un par de veces y se les fue la luz.

Ya empezaba a oscurecer cuando cogimos el metro de vuelta a nuestra zona. Donde paseamos un poco y tomamos más naan.

Como teníamos energía y nos apetecía echarle a un ojo a The Lord of the Drinks (El Señor de las Bebidas) nos dirigimos hacia Connaught. Esta zona es otro mundo, con tiendas carísimas y gente super fashion. Fue divertido entrar en algunas de esas tiendas y echar un ojo contemplando la fauna del lugar. Muchas tenían souvenirs como los que encontrarías en cualquier mercado indio… a diez veces el precio y mezclados con algunas cosas más exclusivas.

Tras pasear por allí un rato, decidimos finalmente ir a The Lord of the Drinks. Al acercarnos al bar vimos que más que un bar parecía un club exclusivo con su portero inmaculado. Nos miramos dudosos, no sabíamos si nos iban a dejar entrar con nuestros ropajes andrajosos. No hubo problema. Nuestra cara de extranjeros y pasaporte fue suficiente.

Justo antes de llegar al bar

Se trata de un edificio de varios pisos, culminado por una amplia terraza. En cada piso hay armaduras, escudos, espadas y otras decoraciones del Señor de los Anillos, dispuesto como si de un castillo se tratase. Todo estaba impoluto y decorado con gusto y, a diferencia de los castillos, había grandes ventanas que daban amplitud a la estancia.

En la terraza no había tanta decoración como en el interior, pero tenían mesas y barras muy monas de madera. Nos pedimos una cachimba y unos cócteles, para disfrutar de la noche. El camarero era muy amistoso y nos cuidó muy bien pese a no saber mucho inglés.

Cócteles

Alrededor de nosotros había un montón de Indios super pijos, y ningún extranjero. Debajo de nosotros, al asomarnos por la terraza, podíamos contemplar la parte inferior de burbuja de contaminación de Delhi con claridad.

¡Cachimba!

Cuando Ana se fue al baño, un capricho del destino quiso que las miradas de Alberto y un indio que había en la mesa de detrás se cruzasen. Los extraños intercambiaron varias palabras. El joven se llamaba Taran y era sikh, caracterizado por la tradicional barba y peculiar turbante. Estaba con su esposa Manjeet, y se habían quedado solos al marcharse sus amigos, así que nos invitaron a sentarnos con ellos.

Taran tenía 29 años, era piloto de IndiGo, y hablaba un perfecto inglés. Manjeet tenía 24 años, era ama de casa y modelo cuando le apetecía. Su inglés no era tan perfecto, pero nos llegábamos a entender.

Pasamos un rato divertido hablando con la pareja y sobre la una de la mañana nos invitaron a su casa. Taran nos informó de que nunca habían invitado a unos extraños a su casa, pero les caímos bien. Les estaba entrando hambre (y la cocina había cerrado) y al parecer tenían ingentes cantidades de vino en su casa, ya que la hermana de Taran se había casado la semana anterior y a él le había tocado quedarse con las botellas de vino sobrantes. Nosotros accedimos muy contentos (niños, no hagáis esto en casa).

Nos llevaron en su coche a una gasolinera, donde compraron comida para llevar y luego nos llevaron a su casa, que estaba a unos 20 minutos en coche de la gasolinera. A medida que nos alejábamos del centro de la ciudad, nos íbamos cuestionando lo buena que había sido la idea.

Vivían en un piso, en una segunda planta. En la primera planta vivían los padres de Taran. Cuando Taran y Manjeet se casaron, los padres de él mandaron construir el segundo piso para ellos.

Se trataba de un piso independiente con todas las comodidades, nada tenía que envidiar a los pisos monos a los que estamos acostumbrados en España. Tenía un baño normal, con su retrete, lavabo, bañera y ducha, dos habitaciones y una amplia cocina abierta al salón.

Nos ofrecieron comida, la cual probamos, aunque nosotros no teníamos hambre ya que habíamos picado algo del bar antes de que cerrasen cocina. Manjeet era vegetariana, pero no tenía ningún problema en comer lo mismo que Taran si apartaba los trozos de pollo. Deseamos que nuestro amigo vegano Shaun fuera igual de permisible.

La pareja nos contó que llevaban dos años casados. Los dos eran sikh y se habían conocido gracias a una app para encontrar pareja sikh. Taran estaba en edad de casarse, así que su padre le creo un perfil y le llevaba la cuenta. A Manjeet la habían elegido como candidata a miss India, cosa que a su padre no le hizo ni gracia, así que decidió encontrarle esposo antes de que cometiese «tal locura». El cuñado de Manjeet creó su perfil y le llevaba la cuenta. Cuando el padre de Taran y el cuñado de Manjeet encontraron sus respectivos perfiles en la app, decidieron quedar. Les pareció que los jóvenes harían una buena pareja así que les concertaron una cita. Se parecieron bien (teniendo en cuenta lo que les podía haber tocado en una matrimonio concertado) y dijeron que vale, que se casaban. Se vieron otras seis veces antes de la boda. ¡No os vayáis a pensar que aquí se casan con cualquiera, sin conocerlo ni nada!

En la casa sikh

Se casaron en cuanto hubo fecha disponible. Para casarse, los sikh necesitan celebrar la ceremonia frente al Guru Granth Sahib y dar siete vueltas alrededor de este. Esto no es tan sencillo como parece, ya que el Guru Granth Sahib no es una persona, sino un libro único en el mundo. Los sikh solían tener Gurús, que venían a ser los Papas de su religión, pero el último Guru, temeroso de que los hombres cambiasen los himnos o la religión de los sikh, decidió que tras su muerte todos los sikh deberían guiarse por el libro sagrado y no debía haber más Gurús.

Nos contaron que el primer año después de casarse fue muy duro para ellos. Tenían que convivir y adaptarse a una persona de la que no sabían apenas nada. Con el tiempo, llegaron a conocerse, a disfrutar el uno del otro y a hacer infinidad de viajes juntos. Ahora, dos años más tarde eran tortolitos profundamente enamorados que se daban la comida el uno al otro con todo el amor del mundo.

Aprendimos muchas más cosas de la religión sikh:

  • Los sikh están obligados a decir siempre la verdad y ayudar a los demás. (Así que ya sabéis a quien recurrir si estáis en apuros en la India)
  • Los hombres deben llevar su característico turbante de seda (liado al estilo punjabi) y barba para ser fácilmente reconocibles y así poder ayudar mejor al prójimo.
  • Una vez se bautizan, los sikh se vuelven veganos, dejan el alcohol y el tabaco y deben ser puros de espíritu. Por eso suelen bautizarse cuando tienen 70 años o más.

También respondimos sus dudas y preguntas sobre la sociedad más occidental.

Sobre las cinco de la mañana, tras mucho vino y algún whisky, decidimos retirarnos. Nos llamaron a un taxi, ya que nosotros no teníamos móvil, y nos despedimos de ellos, llevándonos, cómo no, un poco de vino que nos ofrecieron insistentemente. Todavía seguimos en contacto por Facebook.