Nos levantamos a la una y media de la mañana para asegurarnos de estar en el mercado antes de las dos. Nos habían dicho a las dos y media, pero uno nunca sabe.
El hotel estaba a dos minutos del osakana fukyu center, el sitio en el que se debe esperar.
Caminamos despacito, ya que el tobillo de Alberto no estaba en las mejores condiciones después de caminar tanto los dos días anteriores.
Llegamos al mercado a eso de las dos menos diez de la mañana y ya había una docena de personas haciendo cola frente a la puerta para registrarse como visitante para la subasta del atún. Es curioso que con tantos visitantes siga siendo 100% gratuita.
A eso de las 2:30 empezó el proceso de registro, que consiste simplemente en hacerte pasar a una sala, darte un chaleco (amarillo para los 60 primeros visitantes y verde para los últimos 60. Si vienen más, no entran) y un mapita con algunas reglas y tu número.
Como dijimos en el post anterior, los visitantes no pueden entrar en la zona de subasta hasta eso de las 5:30. Esto significa que, en teoría, nos quedaban 3 horas de espera. Sorprendentemente, la espera se hizo muy corta. Tuvimos la suerte de tener a dos voluntarios japoneses explicando detalles del mercado, de la subasta y de la pesca del atún.
Nuestro primer voluntario era un postor, Chose, Jose para nosotros. Parece ser que no suele dar charlas, pero conocía a uno de los asistentes de hoy y vino a hacerle el favor.
Nos explicó, entre otras cosas, que:
- Él tenía 50 clientes, entre los que había supermercados, pequeños comercios, restaurantes y algunos particulares.
- Hay subastas de atún congelado, fresco, erizo de mar y gambas. El resto se vende como en cualquier lonja.
- Media hora antes de la subasta de atún congelado se saca el atún.
- Los postores rápidamente examinan los atunes y escriben un precio hasta el que están dispuestos a apostar.
- Normalmente examinar el atún consiste en mirar la pieza, pincharla para extraer un poco de materia, olerla y saborearla, y mirarla a trasluz con una linterna para ver la calidad de la grasa del atún.
- Las subastas se hacen muy rápido, un atún no tarda más de unos segundos en ser subastado y vendido al mejor postor.
- Los postores indican la cantidad que están dispuestos a pagar con pequeños gestos con las manos. (Muy, muy sutiles, por lo que pudimos observar).
Chose estuvo con nosotros casi una hora, hasta que se tuvo que marchar a prepararse para la subasta. Tenía más de mil atunes que revisar, como cada mañana.
Nuestro segundo voluntario nos contó más detalles sobre la infraestructura del mercado y cómo iría la visita. Este voluntario era más “oficial” y da las charlas a diario.
Nos aclaró que:
- El primer grupo entraría a las 5:40 y estaría en la zona de subasta hasta las 6:05. Veríamos los preparativos previos a la subasta de atún congelado y solamente 3 minutos de subasta (nos quedamos un poco chafados).
- El segundo grupo entraría a las 6:05 y estaría allí hasta las 6:30. Viendo así 25 minutos de subasta de atún congelado.
Al principio nos pareció un poco injusto, pero si las subastas en efecto eran tan rápidas esto podría ser incluso mejor.
Aprendimos muchas más cosas, como que los japoneses consumen un cuarto del atún mundial, que pescan atún de Australia en verano (cuando el atún en Japón está fuera de temporada), que tienen una cuota anual que marca cuánto le está permitido al país pescar anualmente, que el atún congelado se conserva en perfectas condiciones (como fresco) durante aproximadamente dos años, que el mejor atún es el del canal entre Tohoku y Hokkaido (al norte de Japón), que en el nuevo mercado la subasta sólo se podrá ver a través de un cristal y en vez de voluntarios habrá un video explicatorio, etc. Verdaderamente valió la pena despertarse pronto.
Sobre el nuevo mercado, estuvimos de suerte con las fechas de nuestro viaje (aunque lo habíamos investigado de antemano). A finales de Agosto cierra en emblemático Tsukiji para moverse a otra localización donde, como comentamos, todo será distinto y, probablemente, más impersonal.
Como curiosidad, las plazas se llenaron sobre las 3:45 y no había ningún visitante japonés para la subasta.
A la hora justa salimos hacia la subasta, durante la ida y vuelta está altamente recomendado no hacer fotos, por seguridad. El mercado a esas horas es puro ajetreo; la gente y la mercancía se mueve de un lugar a otro. Visto desde fuera parece puro caos, pero los trabajadores están organizados. Se puede ver gente en todas direcciones, cada uno con su quehacer, sin preocuparse, transportando mercancía mientras fuman un cigarrillo y conducen con la otra mano. Nosotros éramos, claramente, elementos extraños en el ecosistema del mercado y, por tanto, era nuestra obligación intentar molestar lo menos posible (principalmente para no ser arrollados por algo).
Los guardias de seguridad y voluntarios se encargaban de cuidar de los visitantes en todo momento, para que a nadie le pasase nada.
Nos metieron en la zona de subastas donde pudimos ver cómo los postores examinaban las piezas y las primeras subastas.
Todo era tan rápido que costaba distinguir cuando ha había acabado una subasta y había empezado la siguiente. Pero tenemos un video para analizarlo con tranquilidad.
Al salir de la zona de subastas puedes empezar a visitar los distintos puestecitos del mercado. Algunos tienen comida que te hacen allí mismo: sushi, sashimi, tamago, pinchitos, dulces, etc; otros tienen comida en conserva o seca, y otros tienen regalitos o enseres de cocina.
Hay dos restaurantes de sushi muy famosos que potencialmente queríamos visitar pero a las seis y media ya tenían colas de una hora, y preferimos usar nuestro tiempo mejor.
Comimos sushi en Ryo Sushi uno de los puestecitos de sushi, pedimos sendos okamase (que viene a significar “lo dejo a tu elección”), 10 piezas de sushi de distintos pescados. En este lugar te iban sirviendo cada nigiri de uno en uno para que te lo comieras mientras el arroz estaba caliente. Estaba muy rico, aunque algunas piezas tenían un poco de wasabi de más para nuestro gusto. Nos gustó mucho, pero no nos impresionó, se pueden encontrar piezas de esa calidad en otras zonas también.
Aparte de eso, un pincho de teriyaki, un don con distintos peces, y, para Ana, un montón de tamago. Tamago significa literalmente huevo, pero en muchas ocasiones se refiere a unas especies de tortillas dulces que pueden venir en un picho. A Ana le rechiflan esas tortillas.
También comimos sushi de un puestecito más pequeño, riquísimo.
Cuando decidimos que ya habíamos paseado (y comido) bastante por el mercado fuimos de vuelta al hotel para iniciar nuestra siguiente aventura.
Nos duchamos, bebimos una «cerveza riquísima» y reorganizamos las maletas. No las veríamos en un rato.
Cogimos los bártulos y el tren de Ginza a Tokio. Como en la estación de Tokio no había ninguna taquilla libre volvimos por donde habíamos venido y dejamos las maletas en la estación anterior, la que usamos para ir a Ginza.
Una vez listos, volvimos a Tokio para coger el tren al monte Mitake. No se puede llegar allí con un solo tren, hacen falta por lo menos dos, un autobús, y, por último, un teleférico.
En Japón cada línea tiene distintas versiones de tren (normal, express, express especial…), lo que viene a significar que aunque dos trenes sean del mismo color, lleguen al mismo andén y vayan en la misma dirección, uno puede parar en la estación que te interesa y otro no. ¿Cómo saberlo? Lo pone en los cartelitos electrónicos del andén. Con kanji. Vamos, que preguntes al revisor de la estación con gestos y el poco japonés que controles.
Con nuestro japonés basiquito conseguimos coger los trenes adecuados. Cuanto más nos adentrábamos en la montaña, menos inglés había escrito y menos extranjeros.
En toda nuestra estancia en Mitake no vimos ni a un guiri.
Al llegar a la estación eran las dos de la tarde. El viaje completo nos llevó unas tres horas.
Cogiendo panfletos de la estación pudimos ver los sitios icónicos de Mitake. Uno de ellos era un sendero por el río. Mitake es un pueblo pequeñísimo, pero tiene un gran rio, el Tama, al que van los japoneses a hacer rafting. Al estar perdido en la montaña las vistas son increíbles. Paseamos por el sendero unos dos kilómetros, sin poder evitar meter las piernas en el agua helada. HELADA. Vimos niños haciendo rafting, cigarras, sapitos y muchas flores.
Luego volvimos por la carretera para ver mejor el pueblo. Nos distrajimos bastante y perdimos el autobús dos veces. Cuando al fin lo cogimos, tardó unos 5-10 minutos en dejarnos en la estación del teleférico. Había una cola impresionante de gente esperando para coger el bus de vuelta.
Luego aprendimos que el monte es de los más sagrados de Japón y muchos japoneses sintoístas y casi 5000 perros al año van allí a modo de peregrinación (aparte de los que van por turismo).
Perdimos el teleférico por segundos, lo que nos dio tiempo a ver los maravillosos omiyages (souvenirs), del lugar. Los omiyages son mayoritariamente comida, dulces del lugar diseñados para llevar a la familia como recuerdo. Tristemente no podemos comprar la mayoría porque eso significaría cargar con una caja bastante grande, pero tienen pintaca TODOS.
Sólo tuvimos que esperar al teleférico quince minutos. Éramos los únicos subiendo.
La montaña también se puede subir a pata, pero la inclinación es del 22% y en Japón hace mucho calor en verano. Si algún día vais, tened en cuenta que el teleférico cierra a eso de las seis y media.
Al llegar a la cima, el cielo era claro; las vistas, impresionantes; la temperatura, agradable (varios grados más baja que en la base del monte); las casitas, pequeñas y los senderos, engullidos por la naturaleza. Nos pusimos en camino hacia el Komadori Sanso, nuestro alojamiento esta noche.