A eso de las cuatro de la tarde llegamos a la cima del monte Mitake, donde hay una aldea.
Tras bajar del teleférico, echamos un vistazo a los omiyages de las tiendecitas que allí había y nos dejamos impresionar por las vistas.
Para llegar al pueblo había que atravesar un sendero serpenteante que empezaba al cruzar un gran tori. Indicado que lo que había más adelante era terreno sagrado.
Por el camino vimos muchas explicaciones sobre flores y algunos carteles y cosas que hacían referencias a perros. Todo estaba mayoritariamente en kanji, así que creamos nuestras suposiciones. Tras varios minutos de andar, vislumbramos la entrada a la aldea, a la vez que un coro de risas de niños se hacía más y más notable.
Nos dejamos guiar por las risas, pensando que tal vez hubiera un festival, pero parecía ser que lo que había era una especie de campamento de verano en uno de los recintos del pueblo.
El pueblo era el conjunto de subidas y bajadas más escarpadas que hemos visto nunca. Las calles se enredaban unas con otras, subiendo y bajando a placer. Algunas cuestas eran tan inclinadas que habían construido escaleras en la acera para hacer más fácil la subida. En estas cuestas parecía que se recomendaba la subida de niños sólo acompañados de adultos (o algo parecido. Había un cartel).
El camino más corto hasta el Komadori Sanso, shukubo en el que nos hospedábamos, estaba en obras. Así que tardamos un poco en llegar. Por suerte, el pueblo tenía varios mapas que nos ayudaron bastante.
Para los que no sepáis qué es un shukubo, se trata de un alojamiento tradicional japonés en el que te alojas con monjes, es, por tanto, importante entender que no es un hotel ni un ryokan. Es una posada para monjes y peregrinos. Antiguamente, los monjes viajaban a distintos templos o ciudades sagradas para cultivar sus conocimientos, y los pocos peregrinos que conseguían viajar también se alojaban en shukubos tras presentar sus respetos a los dioses.
Por tanto:
- Reina la austeridad. Todo es muy tradicional y antiguo, lo que significa que es muy probable que haya cosas bastante viejas que necesiten una reforma.
- El shukubo está regentado por monjes. No esperes el trato y servicio que podrías recibir en un hotel. Como si te hospedas en casa de alguien.
- El silencio es preferible.
- Probablemente debas acostarte sobre las 9-10 y despertarte a eso de las 5-6. Que es cuando tradicionalmente se iniciaban las ceremonias y los rezos.
Además hay claras diferencias entre un shukubo budista y uno sintoísta:
- En los budistas, la comida es vegetariana y austera y por lo general no hay alcohol.
- En los sintoístas, el shukubo está regentado por la familia del monje, además del monje.
- En general, los shukubos sintoístas nacieron con la idea de cobijar peregrinos que viajaban a sitios sagrados en localizaciones más o menos remotas, aunque se les podía dar otras funciones, como alojar alumnos que vinieran a estudiar al templo adyacente. A los dioses sintoístas les gusta el alcohol y son más animados, así que, en general, se puede beber e incluso cantar y hacer fiestas tras alguna celebración o ritual.
- Los shukubos budistas suelen ser dormitorios para estudiantes del templo y suelen estar pegados al mismo. Por este motivo, se espera que los visitantes se rijan por las mismas reglas que los estudiantes (tal vez no con total rigor). Esto incluye la dieta, acostarse y levantarse pronto, acudir a los rezos (aunque no participes activamente) y, por supuesto, se espera que hables bajito y guardes silencio. Todavía no nos hemos alojado en un shukubo budista, pero confirmaremos esto cuando vayamos al monte Koya.
El Komadori Sanso, donde nos alojamos, es sintoísta, así que el ambiente es bastante relajado y el trato más cercano. Al llegar nos recibió la señora de la casa, Akemi, con su delantal y su pañuelo de cocina. Si la recordamos, lo que primero nos viene a la mente son sonrisas, amabilidad y un gran esfuerzo para hablar inglés. Estaban esforzándose mucho con esto, puesto que se están preparando para las Olimpíadas y el mogollón de gente que va a llenar Japón.
Nos enseñó las duchas, el onsen (tienen un onsen que puedes usar de manera privada), y nuestra habitación. Nosotros, que ya sabíamos a lo que veníamos, no pudimos estar más impresionados. Hasta la fecha es el mejor cuarto en el que hemos estado.
Los futones eran comodísimos, las vistas impresionantes y nos habían preparado té y unas galletas de bienvenida.
Dejamos nuestras cosas y nos dispusimos a salir, pero nos interceptaron. Resulta que estaban grabando un programa para la tele.
Últimamente los shukubos a los largo de Japón han recibido mala crítica por parte de algunos turistas, porque los turistas son incompetentes y no se informan de antemano antes de alojarse en un shukubo. Los monjes de Japón están haciendo un gran esfuerzo para aprender inglés e intentar informar a los turistas, antes de hospedarse, de la tradición y reglas de los shukubos.
Nos quisieron hacer una entrevista.
La presentadora preguntaba en japonés, una intérprete traducía la respuesta, a la que nosotros respondíamos, para que la intérprete la tradujese de vuelta.
Fue divertido, aunque estábamos sin duchar y sudorosos para variar.
Ahora nos tocaba explorar la aldea y la montaña colindante. Habíamos quedado a las siete para cenar. Lo ideal sería volver un poco antes para poder ducharnos, así que teníamos unas dos horas cortas para pasear.
Nos costó un poco encontrar el templo, principalmente porque había una puerta enorme que parecía un templo en sí misma y nos confundió, pero tras subir muchas, muchas, muchas escaleras, llegamos al santuario, custodiado por dos estatuas de lobos.
Cerca del santuario encontramos un pequeño camino que se adentraba en la montaña, con carteles indicando las zonas de interés. En nuestro caso, teníamos curiosidad por el “Jardín de Rocas” y las cascadas. Había dos cascadas. Bajo una de ellas nos tocaría colocarnos al día siguiente a meditar.
El paseo fue muy agradable y las vistas del monte, impresionantes. Hacía algo menos de calor que en Tokio, pero seguía siendo notable.
El problema llegó cuando nos dimos cuenta de que los carteles no eran de fiar. Ponían distancias, recorrías esa distancia y llegabas a otro cartel… que ponía la misma distancia. La hora de la cena (y la puesta de sol) se acercaba y nosotros seguíamos en medio del monte.
Acelerando el paso, llegamos al Jardín de Rocas, una zona preciosa con un riachuelo y un sinfín de piedras cubiertas de musgo. Nótese que el Jardín de Rocas no es un punto localizado, sino una zona bastante extensa a lo largo del camino.
Desandamos un poco lo andado hasta llegar a una bifurcación previa, donde podíamos elegir entre volver por donde vinimos o tomar lo que nosotros suponíamos que sería un atajo por una de las cascadas. Evidentemente, nos decidimos por la cascada.
Error fatal. El camino era, tal vez, más corto en cuanto a distancia, pero la cascada estaba abajo, muy abajo. Saltando entre escaleras medio derruidas y raíces, llegamos hasta la caída del río, mientras nos dábamos cuenta de nuestro error: ahora tocaba subir por el otro lado y el tiempo seguía corriendo.
Escaleras, escalones, cuestas y más escalones. Subimos durante lo que pareció una eternidad pero debieron ser unos veinte minutos, tan deprisa como físicamente pudimos. Finalmente, conseguimos llegar de vuelta al shukubo con casi 15 minutos de margen para ducharnos. Al llegar, uno de los hijos mayores nos vio, totalmente cubiertos de sudor y, probablemente, con cara de destrozados y nos preguntó al respecto. Al contarle el recorrido, nos dijo: “Ahh, unas tres horas”. Nop, hora y media. Le entró la risa y pareció entender nuestro estado.
Nos duchamos y nos sentamos a cenar. La cena fue espectacular. Un surtido de pequeños platos que incluían verduras de temporada, un pescadito, arroz, fideos, té… un poco de todo, vaya. Lo principal es que los ingredientes eran todos de la mejor calidad. ¡Incluso el trozo de zanahoria al vapor estaba mucho mejor de lo que debería! La cena no suele estar incluida en el precio de la habitación, pero si pasáis la noche en el Komadori Sanso, no os la podéis perder.
Después de la cena, un baño en la gigantesca bañera de madera que formaba el onsen privado del alojamiento. Muy relajante y agradable, aun haciendo calor.
El baño tradicional japonés consiste en una bañera o piscina de buen tamaño donde la gente se baña a la vez o por turnos. Para evitar que se ensucie el agua, se espera que te duches y enjabones bien antes de meterte.
Después del baño, a dormir, que a las 6 hemos quedado con el monje para ir a la cascada.
Si vas a participar en la ceremonia de purificación bajo la cascada (Takigyo) que ofrece el Komadori Sanso, tienes que abstenerte de tener relaciones sexuales y además, si eres una mujer, tienes que asegurarte de no tener la regla este día. Además, no se te puede haber muerto ningún familiar cercano en los últimos cincuenta días. Parece ser que son cosas que no gustan a los dioses sintoístas.
Amanecemos sin problemas, nos vestimos y preparamos nuestras bolsas para la cascada. Necesitamos unas chanclas y las ropas que nos dieron ayer: un fundoshi (taparrabos japonés) y una bandana para alberto y una especie de kimono blanco y una bandana para Ana.
Al llegar a la entrada, nos hicieron sentarnos y mirar las noticias. ¡Nos tocaba salir en la tele! Solamente salimos un momento, pero, por lo visto, la cadena era una de las más vistas a nivel nacional.
El monje se preparó y nos explicó las reglas: Nada de hablar mientras caminamos, nada de mirar hacia atrás y hay que mantenerse en fila detrás de él.
Por el camino, nos da pequeñas explicaciones de los distintos sitios que encontramos, así como de la religión en Japón. Aprendemos que el sintoísmo es una religión de muchos dioses. Si una montaña es alta, un árbol crece grande y fuerte o una cascada lleva agua limpia, se entiende que están habitados por uno de estos dioses. El sintoísmo entiende la naturaleza y el mundo en general como un conjunto de dioses que actúan y viven en él.
La religión en Japón es un tema interesante. No creo que se pueda decir que los japoneses sean muy religiosos, pero sí que son muy espirituales. El sintoísmo es la religión más antigua de Japón. El budismo llegó más tarde y una tercera religión, el shugendo, apareció después. El shugendo es una religión de montaña basada en la meditación y el entrenamiento físico extremo. La idea es que, gracias a ellos, se pueden conseguir ciertos poderes (en esto se basan las distintas películas de artes marciales y similares).
Las tres religiones convivieron y se mezclaron durante siglos, de forma que la mayoría de la población practicaba tanto del budismo como el sintoísmo a la vez, siendo el shugendo algo menos común.
Sin embargo, durante el periodo Meiji, en 1848, el gobierno forzó la división de las tres religiones, prohibiendo, además, el shugendo poco después. Así, les templos y santuarios tuvieron que decidir a qué religión adherirse y eliminar los elementos de la otra. Por eso la pagoda de cinco pisos de Ueno, como otros tantos edificios religiosos, perdió sus budas.
Los antepasados del monje eran originalmente practicantes del shugendo, en conjunción con las otras. Cuando se implementó la ley, se decidieron por el sintoísmo, pero incorporaron algunas de las prácticas del shugendo, incluyendo la meditación bajo cascada, que ahora practican todos los monjes sintoístas de Japón, pero tiene su origen en el monte Mitake (y en la cascada a la que nos dirigimos).
El shugendo resurgió décadas después, después de la Segunda Guerra Mundial, pero es poco común y, en el monte Mitake, no hay ya practicantes.
También nos explica sobre los toris y cómo dan entrada a zonas sagradas. Aunque la mayoría de la gente no lo hace, al entrar o salir a través de un tori, se debería hacer una reverencia en dirección al interior.
Tras recorrer la montaña, llegamos a una cascada, que no es por la que pasamos el día anterior. Nos cambiamos a nuestras “ropas” ceremoniales y, tras esperar a que el monje presentase sus respetos a los distintos dioses de la zona (ofreciéndoles sake, que vertió en el río y la montaña), empezamos el calentamiento, consistente en una serie de ejercicios y poses, unidas a unos rezos (más bien gritos a la montaña) para llamar a los dioses, en concreto a Haraedo No Okami, un dios que ayuda a limpiar y purificar tu cuerpo. Los ejercicios son bastante movidos y entramos en calor enseguida.
El siguiente paso es entrar en la cascada. El proceso es tan sencillo como :
- Se hace un gesto similar a un movimiento de espada y se dan cuatro pasos al interior del río.
- La primera vez, te salpicas abundantemente las piernas, brazos, pecho, espalda y nuca por ese orden. El resto de las veces, sólo la nuca. Resulta que un río de montaña a las seis y media de la mañana está tan frío que duele.
- Das otros cuatro pasos hasta llegar frente a la cascada. Llegado a este punto, la corriente es bastante fuerte.
- Giras 180 grados y te colocas bajo el torrente de agua helada. Invocas a Haraedo No Okami nueve veces (tres tandas de tres) mientras agitas las manos en un movimiento que simboliza el guardar tu alma entre ellas.
- Repites el movimiento de espada y sales de la cascada. Normalmente estás unos 10 segundos bajo ella y se sufren todos.
- Repites el proceso otras dos veces.
Una vez acabamos, repetimos el calentamiento y nos dejó hacer algunas fotos. Evidentemente, durante la ceremonia, no se podían hacer fotos, probablemente para asegurarse de que estábamos a lo que estábamos.
Por el camino de vuelta, nos señala un par de peculiaridades más, como las figuras a la entrada del templo (que representan a unos samuráis). Antes de la reforma Meiji, había estatuas budistas, pero se vieron obligados a quitarlas y el pueblo donó para poner unas nuevas.
Nos indicó, además, que los árboles numerados de la montaña pertenecían al templo, y que el motivo por el que Japón tiene tantos árboles (y tan bien colocados) es que tras la segunda guerra mundial, Japón estaba pelado y no había árboles para producir madera, así que el gobierno reforestó el país con cedros, que crecían rápido. Años después, Japón empezó a importar madera, de forma que la tala se volvió innecesaria y dio lugar a los exuberantes bosques de ahora.
Nos contó también que los dos lobos que protegen el templo son un símbolo importante del monte, y que la gente coloca estampas de los mismos en las puertas de las casas para cuidarlas y que no roben. Efectivamente, todas las casas y tiendas del pueblo tenían las estampas, y el monje nos regaló un par pequeñas (y luego compramos otras dos más grandes). Además, debido a estos lobos, el santuario se relaciona mucho con las mascotas, concretamente los perros, y más de 5.000 perros visitan el templo al año, lo que explica las distintas señales con perros que vimos por el camino y en el teleférico.
Una vez llegamos a la posada, acompañamos al monje en sus rezos matutinos y desayunamos estupendamente. Ya sólo nos quedaba despedirnos y tirar montaña-abajo. El plan es pasar el resto del día en Kamakura, a unas tres horas en tren, así que mejor no salir tarde.
Llegando al teleférico, descubrimos el origen de las risas del día anterior. Algo así como 100 o 200 niños de 3 o 4 años de excursión o campamento. Compartimos el teleférico con una tanda de ellos, y la verdad es que se portaban muy bien (y eran muy graciosos con sus gorros).
Fue una experiencia increíble en todas sus facetas. Si pasáis por Japón y tenéis la oportunidad, visitad el monte Mitake y pasad una o dos noches en el Komadori Sanso. No os arrepentireis. Además, si os gusta el senderismo, se puede llegar a montañas cercanas por los caminos interiores, ¡y puede que os encontréis con alguna ardilla voladora!