El Sansa Odori de Morioka o cómo jugar a las palmas con un demonio

Tras levantarnos y cargar el equipaje hasta la estación de Ueno, cogemos nuestro primer Shinkansen (tren bala) hasta Morioka (en la prefectura de Iwate), donde nos deja en unas tres horas. Nuestro hotel está bastante cerca de la estación, así que dejamos el equipaje sin muchas pegas (todavía no tenemos cuarto) y recogemos algunos panfletos con información local. Aparte del festival, no sabemos muy bien qué hacer aquí.

El desayuno: un bollo de anko (pasta de judías dulces) y otro de crema

El desfile del festival no empieza hasta las 6:30 de la tarde, y son las 10, así que tenemos margen.

Lo primero que decidimos hacer es localizar la zona de la fiesta, que es una calle a unos 10-15 minutos de nuestro hotel. Alrededor de la calle se pueden ver los preparativos: farolillos, puestos de comida a medio montar y… esterillas o lonas en las aceras.

Lonas con sillas plegables preparadas.

Parece ser que la idea es que están guardándose el sitio para ver el festival, como quien va a la playa, coloca la toalla y la sombrilla, declarando la zona como terreno conquistado, y se sube de vuelta al chiringuito, donde probablemente pase el resto del día.

Ni cortos ni perezosos, decidimos “reservar” un sitio que nos pareció bueno, con un poyete para sentarnos. No teníamos mucha materia prima, pero creo que hicimos un buen trabajo. A ver si sigue ahí por la tarde.

Reserva magistral con panfletos turísticos

El festival pasa frente al Cerezo-Que-Rompe-La-Roca. Seguro que no os imagináis lo que es. Por lo visto tiene varios cientos de años.

Esquema explicativo del Cerezo-Que-Rompe-La-Roca
En una carroza de años anteriores

También por la zona están las ruinas del antiguo castillo de la ciudad, de las que lo que mejor se conserva es la muralla. No hay mucho que ver del castillo en sí mismo, pero hay un templo cerca, rodeado de puestecitos de festival cerrados, y unos jardines bastante bonitos con sus puentecitos, lagos, carpas y demás. Además, encontramos a una familia, con abuela incluida, llevando a cabo la actividad típica del verano japonés: cazar bichos. Los años de experiencia de Alberto cazando libélulas le ganaron una ovación de la familia al completo.

La familia cazabichos
En los jardines del castillo, aprovechando que estaban vacíos
Un totem traído de Victoria, en Canadá, ciudad hermana de Morioka

Anduvimos bajo el sol abrasador atravesando callejuelas hasta dar con “La Mano del Demonio Impresa en las Rocas”.

Columpios para muertos

Cuenta la leyenda que había un oni (esto viene a ser un demonio u ogro) que atormentaba la zona, su nombre era Rasetsu. Los aldeanos rezaron al dios Mitsuishi (dios “tres rocas”, muy originales ellos) en busca de ayuda. Mitsuishi respondió a sus plegarias encerrando a Rasetsu en tres rocas gigantes y atándolo con una gran cuerda sagrada. Rasetsu, una vez atrapado, pidió su liberación prometiendo no portarse mal nunca más. Mitsuishi, aceptó liberarlo si le mostraba una prueba de su buena voluntad. Como prueba, Rasetsu imprimió las huellas de sus palmas en las rocas, a lo que Mitsuishi respondió liberándolo. Rasetsu huyó de la region de Iwate (“Iwa=Piedra, te=mano”) rumbo al norte y no se volvió a saber de él. Desde entonces, las gentes de Iwate hacen una celebración anual para agradecer a Mtisuishi su ayuda bailando alrededor de las piedras. Este baile se convirtió en el Sansa que se sigue representando hoy en día durante el desfile del festival.

El oni en cuestión

No pudimos ver las huellas. Las rocas tienen cientos de años de antigüedad y están bastante desgastadas. Se dice que en días lluviosos se puede ver una de ellas más claramente.

Intentando localizar la mano

Tras descansar un poco en el pequeño templo que hay junto a las rocas, nos dirigimos al templo Hoonji, que está muy cerquita. Este es un templo budista en el que en una de las habitaciones, Rakando, se encuentran los 500 discípulos de buda. Estos discípulos son estatuas talladas en madera que se construyeron en tiempo récord, entre 1731-1735, gracias a 9 escultores distintos.

Tras pagar un módico precio por entrar al templo (300 yenes, algo más de 2,5 euros), iniciamos nuestra ruta dirigiéndonos a dicha sala. Los 500 (en realidad 499) discípulos se encuentran sentados en múltiples estanterías que rodean la sala, apuntando al centro, donde se encuentra buda. Son estatuas doradas, cada una con su expresión y ropajes únicos. Cuesta imaginar que esos 9 escultores dieran con el diseño de cada una de éstas en tan poco tiempo. Son esculturas muy humanas; con sus gestos y facciones es fácil imaginar qué tipo de persona serían si estuvieran vivas y, en efecto, parece que de un momento a otro fueran a cobrar vida. Nos da mucha lástima que no se invierta más en la restauración de estas figuras. Algunas de ellas están dañadas, descoloridas o deterioradas.

Con las estatuas
Algunos de los 500 discípulos. Entre las estatuas, hay una de Marco Polo

Terminamos de ver el resto de las estancias, donde se aprecia que el templo estaba dedicado mayoritáriamente a la plegaria y la enseñanza. Uno de los voluntarios nos cuenta que ahora mismo sólo queda un monje y que hace años que no vienen estudiantes de monje a de expandir sus conocimientos. También nos explica que el monje que dirige el templo está ya muy mayor, 98 años, y no saben bien qué ocurrirá después.

Una de las clases monjiles, con pizarra y todo

Aprendemos también que todos los templos de Morioka están en esta zona (el Noroeste) para proteger a la ciudad de invasiones. La ciudad de Morioka está protegida al este y al sur por dos ríos que se entrelazan, por lo que la única forma de atacar la ciudad sin verse frenado por barreras naturales era desde el norte. Los atacantes se lo pensaban dos veces antes de atravesar los templos, pues tienen cementerios anexos y la mayoría de soldados eran muy supersticiosos y se negaban a marchar sobre los muertos. Con ello, los defensores ganaban tiempo adicional cuando se acercaban enemigos. Además, el tamaño y composición de los templos los convertían en excelentes bastiones, donde podían guardar armas, hombres y provisiones.

Volvemos a la ciudad andando por un sitio distinto, donde podemos ver varios templos a ambos lados de la calle.

Sospecho que se suben a algo para tocar esto

La calle está muy tranquila, hay poca gente pese a haber un festival esta tarde.

Al llegar a la calle principal comprobamos con alegría que nuestra “reserva” sigue en pie y empezamos a pensar en comer. En Morioka existen los llamados “Tres Grandes Fideos”:

  1. El Reimen, una especie de ramen frío con orígenes coreanos modificado for los Japoneses.

  2. El Yayamen, unos fideos anchos y planos, servidos calientes y en caldo, cuyo sabor varía al terminarse el plato, pues el camarero añade un huevo crudo.

  3. El Wankosoba, una competición entre el camarero y tú; tú intentas dejar de comer porque estás a tope y el camarero no deja de servirte para que revientes. Hay unas reglas para dejar de comer y si no tapas tu cuenco una vez vacío, antes de que el camarero (que está ojo avizor y pegadito a ti) lo rellene, tienes que comerte la siguiente tanda. Hay gente que ha llegado a los 200 cuencos o más.

Como no nos decantamos claramente por ninguna de las opciones, decidimos preguntar a la gente.

  • Una visitante japonesa recomienda reimen y como segunda opción yayamen.

  • Dos policías recomiendan reimen, y uno de ellos, como segunda opción, wankosoba.

  • Unas tamborileras recomiendan reimen.

  • Dos voluntarios recomiendan reimen.

Así que por mayoría absoluta vamos a comer reimen. Aparentemente el reimen siempre se cocina igual, la única variación está en la cantidad de picante. El picante se consigue añadiendo kimchi. Escogimos un reimen poco picante y otro nada picante. Cuando llegó, el plato no parecía muy apetecible; tenía fideos blanquecinos, un trozo de sandía (sí, en el caldo) y un huevo. Cuando nos dimos cuenta, no había más y nos habríamos comido otros 10 platos. Es muy, muy refrescante, ideal para combatir el calor de Morioka, además, es sorprendentemente ligero, pero lo más importante eran los fideos. ESOS FIDEOS. No sabemos cómo, ni porqué, pero son los fideos con la textura más ideal del universo. No podemos describir la sensación al masticar esos fideos, tendréis que ir a Morioka y comprobarlo por vosotros mismos. Nosotros tenemos un paquete de fideos que hemos comprado para cocinarlos cuando lleguemos a casa, pero no sabemos si nos quedarán tan bien. Como información adicional, el reimen es muy barato, como cualquier ramen. El precio no llega a nueve euros.

Desconfiando de los fideos con sandía

Salimos muy felices del restaurante, sin reventar, justo lo que queríamos, pues por la noche tocaba cenar comida de festival de los distintos puestecitos y eran ya eso de las tres y media.

Fuimos de vuelta al hotel, donde lavamos la ropa, nos duchamos, nos pusimos los yukatas que habíamos comprado recientemente y nos preparamos para salir. Había una gran cantidad de gente en la calle, la mayoría en yukata. Era un festival de color. Los puestecitos ya habían abierto y la gente ya estaba comiendo, bebiendo y riendo por las calles.

Llegamos a la calle principal y tomamos posesión de nuestra “reserva”, que había sido respetada por todo el mundo, y eso que la gente sin “reserva” se apilaba en las aceras para coger un buen ángulo de visión.

Nuestra reserva resultó ser sorprendentemente buena. Estaba casi a la salida del festival (no sabíamos por qué lado de la calle empezaban), así que todos estaban frescos y dándolo todo al pasar por delante.

Alberto fue a por unas cervezas y karaage (lo que viene a ser pollo empanado a la japonesa). Se perdió por los pelos la primera tanda de tamborileras. En este primer grupo son sólo chicas. Las primeras 5 han sido escogidas por la ciudad como representantes, llamémoslas miss tambor. El resto de chicas que las siguen, unas 45, son las menciones de honor. Tocan el tambor de maravilla y además son todas muy guapas. Después del grupo inicial se suceden otros, representando distintos gremios, escuelas, comercios, etc.

Tamborileros. El Sansa Odori es el festival con más tambores del mundo. Tiene el récord Guinness y todo

En ellos vemos gente de todas las edades bailando y tocando el tambor, desde bebés hasta ancianos. Todos bailan mientras tocan al ritmo de “sansa”. Cada grupo tiene algo que los caracteriza: accesorios, uniformes, mascotas, etc.

Bailando el Sansa

El festival es muy animado y divertido, se nos pasa rápido la primera hora y media. Después de eso decidimos cederles nuestros sitios a un anciano y unos niños.

Hay participantes de todas las edades

Como información adicional, en vez de repartir caramelos, los japoneses en sus festivales reparten paipais, normalmente con propaganda de algo. Puede parecer una tontería, pero se agradece mucho con el calor.

Nos paseamos por el bosque y por los puestecitos y probamos algunas de las cosas que ofrecían.

Buscando comida

Decidimos volver a nuestro hotel y encontrar un sitio más calmado por la zona. En el camino de vuelta, decidimos comprar un trozo de piña. Los venden pinchados en palos y el cartel parece indicar que sólo cuesta 100 yenes. La chica como puede nos explica que las cosas no están en venta, que es un jankenpon (piedra papel o tijeras). Alberto juega contra la chica y gana, como premio puede llevarse 3 cosas por los 100 yenes que pagó. Nos llevamos 2 trozos de piña y un refresco. No sabemos qué habría pasado de haber perdido.

¡En yukata!

Ya cerca del hotel, nos tomamos un par de cervezas más, acompañadas de unos takoyaki (bolitas de pulpo) recién hechos a la vera del río.

El estofado raro de festival

Bien alimentados, nos toca descansar. Al día siguiente madrugamos para ir a Aomori (a apenas una hora en tren), donde veremos y participaremos en otro festival: el Nebuta Matsuri, uno de los tres grandes festivales de la región de Tohoku.