Tras una horita de tren, llegamos a Aomori de buena mañana. Aomori es una ciudad costera y pescadora, al extremo norte de la isla principal del archipiélago japonés.
Tenemos una habitación que reservamos a duras penas por AirBnB. Ya en enero, estaban llenos todos los hoteles y apartamentos. Conseguimos este cuarto de milagro (y bastante más caro de lo que debería ser). El motivo del llenazo es también el de nuestra visita: el Nebuta Matsuri, un festival de verano en el que se hacen desfilar enormes carrozas con figuras de alambre y papel que representan diversas escenas de la mitología, la historia, la religión o, alguna vez, un anime. Dentro de estas figuras van centenares de luces que las convierten en un espectáculo impresionante al caer la noche.
Los orígenes de este festival son inciertos, pero se asume que viene del Tanabata (un festival de verano de origen chino) que, tras mezclarse con tradiciones previas de la gente de la zona, se acabó por convertir en el desfile de colores y fuego que es hoy en día.
Las carrozas son distintas cada año, y los distintos gremios y asociaciones trabajan en ellas durante los doce meses, con la esperanza de ganarse el honor de ser una de las tres carrozas que se exhiben por la bahía en barco el último día del festival.
Tras informarnos sobre los horarios y localización del festival en la oficina de turismo, llegamos a nuestro alojamiento sin muchos problemas. Por desgracia, la oficina está vacía y el dueño tarda un rato en aparecer.
El cuarto es amplio, pero no tiene aseo o ducha (son comunes para todo el piso) y el dueño está obsesionado con que le informemos de cuándo nos vamos a duchar. En serio, nos avisó de que la ducha era limitada y deberíamos ducharnos en ese momento como 5 veces a lo largo del día, incluso cuando ya habíamos reservado ducha y nos habíamos duchado.
En general, el alojamiento, bastante regular. Los futones, duros como piedras y el retrete (común también) no estaba en el mejor estado.
Tras dejar el equipaje, ponemos rumbo al Nokedon para desayunar.
El Nokedon es un mercado local donde, además de comprar pescado y marisco para llevarte a casa, puedes pagar para conseguir un número de tickets (5 o 10) que puedes cambiar por sashimi y otras comidas en los distintos puestos del mercado, donde lo preparan con el mismo pescado fresco que venden.
Compramos dos sets de 10 tickets por 1500 yenes (unos 12 euros) cada uno y, para empezar, conseguimos un bol de arroz cada uno por un ticket. Sobre este bol iremos colocando los distintos pescados que compremos.
Paseamos por los distintos puestos durante un buen rato, recopilando nuestro desayuno: salmón, atún, choco, erizo de mar… crudo, claro. Ana, además, encuentra un tamago (recordemos, una especie de tortilla medio dulce que obsesiona a Ana) con muy buena pinta.
Nos ponemos las botas y nos gusta tanto que, aunque ya no tenemos hambre, compramos otros 10 tickets para repartir. Acabamos a reventar, pero muy contentos. El choco crudo estaba impresionante. Lo pescan en la misma bahía y no estaba nada duro. Al contrario, tenía una textura casi mantequillosa. Las gambas y el tamago estaban también muy buenos.
Llenos y felices, ponemos rumbo a la costa, donde hay algunas carrozas ya en exhibición. Son enormes e impresionantes. Por la noche, iluminadas, deben de ser todo un espectáculo.
Pasamos el resto del día conociendo la ciudad y callejeando. Cuando ya nos pareció que habíamos visto suficiente, paramos en un café a tomar algo fresquito y, después, hicimos una pequeña siesta para coger el festival con energía. Cuando dieron las tres de la tarde, fuimos a Haneto-ya, un establecimiento donde teníamos una reserva para alquilar un haneto, un traje tradicional del festival.
Una de las características del Nebuta Matsuri es que todo el mundo está invitado a participar en la procesión/baile/cabalgata. El único requisito es que tienes que llevar el haneto. Con eso, no tienes más que escoger una carroza que te guste y unirte al grupo de bailarines que hay frente a ella.
Alberto no tuvo suerte con las sandalias. Incluso la talla más grande le quedaba enana y se le escapaban cada cuatro pasos, así que se cambió a sus chanclas normales. Vimos gente con todo tipo de calzado, así que no debía importar mucho.
Ya con nuestros hanetos, paseamos un poco más hasta encontrar un pequeño templo sintoísta bordeado por unos estanques llenos de peces y tortugas. Muy bonito en conjunto.
Llegamos, además, a la zona de puestecitos, donde tomamos unos calamares en su tinta, un oden (una especie de estofado de verduras y huevo) y un pescaíto frito pinchado en un palo.
Aomori es particularmente famosa por sus manzanas, y se aseguran de recordártelo a cada paso. Incluso fuera de temporada hay dulces, tartas, zumos, sidra…
Nos dan a probar bastante, incluyendo un sake de manzana francamente bueno.
Poco a poco se acerca la hora del festival y ponemos rumbo a las calles por donde se van a pasear las carrozas. Vemos que hay ya varias que empiezan a colocarse en fila, preparándose para el desfile. Pasamos bastante tiempo haciendo fotos e intentando decidir nuestra favorita, para bailar con esa.
Al final, nos decantamos por una muy chula, donde parece que un samurai se enfrenta a un demonio usando una lámpara encantada. Además, el grupo era muy simpático. Nuestra carroza, como otras, tiene también una escena secundaria en la parte trasera.
A las 7:15, cuando anochece, se encienden las carrozas y comienza el festival. Junto con otros cientos, sino miles, de personas, desfilamos y saltamos por las calles mientras coreamos “Rassera”, una palabra que no significa nada y que sólo se canta durante este festival. El “baile” es sencillo (dos saltos a la pata coja a un lado, dos saltos al otro), pero hay gente que claramente le pone más ganas que otros. Los cascabeles que cuelgan disimuladamente de los haneto rechinan en el aire. Nosotros participamos bastante motivados durante unos tres cuartos de hora, momento en el que decidimos que habrá que abandonar el desfile para ver el resto de carrozas (y comer y beber por los puestecitos).
El ambiente es muy animado y hay todavía más gente que en Morioka, muchos de ellos con haneto. Tomamos un par de cervezas con unas bolitas de vieira (como los takoyaki o los jacoyaki, pero con vieiras) y un okonomiyaki, una especie de tortita salada llena de cosas. Muy rico todo.
Al apagarse el festival, intentamos entrar en un izakaya con muy buena pinta para tomarnos la última, pero nos dicen que ya no aceptan más gente y que cierran en cuanto se vayan los que hay.
Unos japoneses que estaban al lado, nos indican que ellos saben de otro izakaya y, que si queremos, nos llevan. Como siempre, ni cortos ni perezosos, los seguimos calle arriba chapurreando entre inglés y japonés, contándoles que somos de España y demás.
El primer izakaya al que nos llevan está cerrando también, y al final nos llevan a la puerta de uno con pinta… muy cara. Preguntan si siguen abiertos, nos presentan… y se despiden. Resulta que no iban a un izakaya ni nos estaban invitando. Les parecimos pobrecitos porque nos echaron del otro, así que sólo nos estaban guiando hasta uno distinto para abandonarnos allí.
Muy buena voluntad, pero nos la liaron. Nos íbamos a ir a acostar, pero como el plan de ir con japoneses a un bar parecía bueno, nos apuntamos. Ahora estábamos atascados en un sitio con pinta cara.
El camarero nos guió hasta una habitación particular. Se sintió muy aliviado de que hablásemos un pelín de japonés y nos dejó con los menús. Efectivamente, el sitio no era barato, pero tampoco una locura.
Nos pedimos un par de bebidas, un helado (de manzana) y unos fideos que parecían soba pero resultaron también ser algo así como manzana rallada en forma de fideos para mojar en salsa. Curioso, pero no espectacular. De aperitivo, nos pusieron unas caracolas que no estaban mal.
En los izakayas japoneses, te suelen cobrar un dinero de entrada que varía de 300 a 600 yenes (2,5 – 5 euros), por lo que te lo suelen compensar con una tapita de algo, aunque no siempre.
Nos escapamos en cuanto pudimos y volvimos a nuestro alojamiento… sólo para encontrarnos la persiana metálica del local cerrada. Serían las 10 y media de la noche.
Después de despotricar durante unos momentos, descubrimos que no estaba cerrada con llave y se podía levantar. Nos acostamos en los futones-piedra, preparados para madrugar al día siguiente e ir a visitar Akita, donde se celebra el Kanto Matsuri, otro de los tres grandes festivales de la región.