El día del tifón: subiendo el monte Fuji

El Fuji, el pico más alto de Japón, se alza 3776 metros sobre el nivel del mar, algo más alto que el Teide. Para llegar a la cima, existen cuatro posible rutas, dependiendo de por qué lado de la montaña quieras empezar. Por conveniencia con nuestro itinerario, escogimos la ruta Fujinomiya, la segunda más popular y la única por la que se baja por el mismo camino que subiste.

Todas las rutas empiezan en sus respectivas quintas estaciones, a las que se puede acceder en autobús, y tienen varias cabañas de descanso (donde se puede pasar la noche) por el camino.

El ascenso por la Fujinomiya se estima entre cuatro y siete horas, con otras 2-6 para bajar. El terreno es bastante rocoso y el más inclinado de todas las rutas. Debido a su popularidad y a que se baja por el mismo camino, puede atascarse bastante, pero como nuestra intención es subir de noche, no debería haber problemas.

La mayoría de la gente duerme en alguna de las estaciones intermedias (entre la seis y la 9,5, siendo más caro cuanto más cerca de la cima pases la noche). Nuestra idea es subir del tirón, esperar en la cima para ver el amanecer y bajar después.

Venimos bien preparados para la subida. En la cima del Fuji suele hacer viento y frío (llegando a rondar los cero grados durante la noche), así que traemos varias capas, gorros, guantes y cortavientos impermeables, aparte de linternas. Después de beber agua y conseguir el sello de la quinta estación, emprendemos la subida… o eso pensábamos.

Lista para subir
En la quinta estación

Al pie de la cuesta, un guardia de seguridad nos para y nos pregunta si sabemos el tiempo para esta noche en el Fuji. Le decimos que sí, pues lo habíamos mirado el día anterior: viento y lluvia. No es lo mejor, pero los cortavientos son impermeables y aguantaremos.

El guardia nos dice que nanai y nos hace entrar en su garita, donde nos enseña el portátil con el parte meteorológico. Para esta madrugada dan tifón, con lluvias torrenciales y vientos de unos 50 nudos (algo más de 90 km/h). Nos deja subir cuando le explicamos que no tenemos sitio donde dormir y que nuestro plan es llegar a la cima esta noche, pero nos toma los datos y los colores de las mochilas y los abrigos, en caso de que alguien tenga que buscarnos. El tifón no debería empezar hasta tarde, así que el plan se mantiene.

Antes de empezar la escalada, el guardia nos informa de que durante el último tifón (hace apenas una semana), murieron dos personas de hipotermia, así que, si nos vemos en necesidad, aporreemos la puerta de alguna de las estaciones de montaña, aunque estén cerradas (suelen cerrar a eso de las ocho). Le damos las gracias y nos ponemos en marcha. Hace algo de fresco, pero es normal a esta altura, y el cielo parece despejado.

Empezando la subida
Por encima de las nubes

Llegamos a la sexta estación sin problemas y bastante rápido. El camino es algo empinado, pero la estaciones no están a más de una hora (a buen ritmo) de la siguiente, así que se hace más ameno. En la sexta estación conseguimos nuestro sello en el palo y seguimos subiendo.

Empieza a anochecer y la vista es espectacular. Hay algunas ciudades que no podemos identificar y el resto son campos, bosques y nubes. Notamos algo más de fatiga de lo esperado, probablemente por la altitud, pero nada grave.

Se pone el sol en el Fuji

Al llegar a la séptima estación es ya noche cerrada y empieza a chispear. Intentamos conseguir el sello para el palo, pero tienen ya cerrado el asunto. Sin problema, podemos conseguirlo al día siguiente durante la bajada.

Descansamos un poco y aprovechamos para enfundarnos el equipo de escalada, que ya hace bastante frío. Nos ponemos tres capas cada uno, gorro (aunque Ana no tenía) y guantes (a Alberto se le olvidaron). Encima de todo, los frontales luminosos, para no despeñarnos por el camino. La senda está bien marcada y una barrera de cuerda sirve de apoyo, pero el terreno empieza a ser de gravilla volcánica y rocas claramente alisadas por siglos de botas y lluvia, así que hay que asegurarse de pisar firme.

Empieza la escalada nocturna

Antes de la octava estación está la antigua séptima estación, a medio camino y una hora de distancia de las estaciones que la rodean. Antes de llegar a la misma, empieza el diluvio. El viento nos viene de frente (absurdo, teniendo en cuenta que subimos por la ladera de una montaña) y dificulta la subida, mientras que la cortina de agua nos reduce bastante la visibilidad y rápidamente ignora nuestras defensas impermeables, calándonos hasta los huesos. El asunto empieza a ser bastante duro y cada escalera y piedra son un esfuerzo. A Alberto, además, empieza a afectarle la altitud y el fuelle no le dura. Ana aguanta y tira hacia arriba. Con esfuerzo y hechos una sopa, llegamos y pasamos la séptima estación, en dirección a la octava. A estas alturas apenas vemos nuestros pies (Ana menos, que tiene las gafas empapadas y empañadas), así que la subida se hace más lenta. Nos parece ver un tori (un arco de madera) más adelante, pero lo perdemos de vista y nunca vuelve a aparecer. Para cuando alcanzamos la octava estación, los zapatos nos hacen chof chof y, aprovechando que vemos gente dentro de la misma, decidimos pedir asilo durante unos minutos, para reagruparnos moralmente y comer algo.

La respuesta va en contra de todo lo que nos hemos encontrado en Japón hasta el momento. En general, los japoneses siempre están dispuestos y deseando ayudar, incluso más de lo necesario; sin embargo, en la estación, se niegan a dejarnos descansar media horita. Si queremos, podemos pasar la noche por unos 50 euros por cabeza (en sacos de dormir y un dormitorio grupal que tienen). Si no, ale, al tifón.

Nos comemos el sushi sentados en el suelo, cubriéndonos del viento con la pared de la estación y de la lluvia, más o menos, con el tejadito que sobresale. Una vez alimentados, seguimos subiendo. Empieza a hacer bastante frío, pero nos han contado que en la cima hay una tiendecita que vende ramen calentito desde las tres de la mañana. Con eso en mente, seguimos subiendo.

Tras otra hora o así (no tenemos tiempo ni ganas de mirar un reloj), alcanzamos la novena estación. Solamente nos queda, en teoría, una hora de subida y no vamos mal. Ya nos hemos acostumbrado un poco a la lluvia y el viento y, cuando estás chorreando, que te caiga más agua no hace mucho. Sin embargo, todavía queda mucho para el amanecer (no es ni medianoche) y en la cima no hay cobijo, así que pagamos los doscientos yenes que cuesta acceder a los aseos de las estaciones del monte Fuji y nos guarecemos allí de la lluvia. ¡Menudo alivio!. Nos quitamos las ropas mojadas y descubrimos que todo el contenido de nuestras maletas… está también muy mojado. A ver si se seca algo en las próximas horas. No tenemos donde sentarnos más que el suelo, así que allá vamos.

¡Refugio!

Aquí es donde se empiezan a torcer las cosas (bueno, ya, se empezaron a torcer con el anuncio del tifón, pero aquí es donde se tuercen de verdad). Como ya no estamos subiendo, nuestros cuerpos se enfrían y Alberto empieza a tiritar y temblar. No tenemos ropas que ponernos más que las mojadas, que sólo le harían perder calor corporal más rápido. El primer intento es conseguir una bebida caliente de la máquina (a unos desorbitados 400 yenes), que ayuda, pero no es suficiente. Como los temblores no paran, decidimos sucumbir y pedir asilo en la estación, pagando los 50 euros por cabeza.

Antes de meternos en los sacos de dormir, el cuerpo de Ana se enfría lo suficiente y empieza a tiritar también, quedándose helada.

Nos quitamos lo que nos queda de las ropas mojadas y nos metemos los dos en el mismo saco para compartir calor corporal. Tal vez gracias a la bebida, Alberto entra en calor algo más rápido, pero pasan un par de horas antes de conseguir que Ana deje de temblar lo suficiente como para dormirse. La idea es descansar tres o cuatro horas y salir para llegar a la cima a tiempo de ver la salida del Sol. El plan no ha cambiado.

A pesar del precio, quedarnos en la estación fue, probablemente, la mejor decisión de nuestras vidas, principalmente porque no hacerlo habría sido la última. Sin asilo y sin forma de mantener el calor corporal, si hubiésemos llegado a la cima del tirón, probablemente habríamos sido los dos que muriesen de hipotermia en este tifón.

Nos despertamos a la hora convenida, ya sin frío, pero con una perspectiva bastante aterradora: Meternos de nuevo en las ropas mojadas y salir afuera.

Nos lleva casi media hora, pero despacito y calentando las prendas en los sacos antes de ponérnoslas, estamos listos para subir.

Nada más salir de la estación, descubrimos con alegría que ya no llueve… ¡y que vamos a salir volando! El viento arrecia con fuerza y nos queda la parte más empinada del camino, pero, aunque hace frío, es mil veces mejor que antes, así que subimos a buen ritmo pero con cuidado, afianzando cada paso para que el viento no nos haga perder el equilibrio hasta que, finalmente…¡llegamos a la cima!

Nada más llegar, se nos acerca un guardia que, con gestos y repitiendo “typhoon, typhoon”, nos insta a dar la vuelta y bajar. Ni de coña. Nos hacemos los guiris y decimos que vamos hacia allí un momentito, si volvemos enseguida, si nada… y le pasamos de largo. Los japoneses no soy muy afines a la confrontación directa. Deambulamos un poco por la zona a medida que va llegando gente, no más de una decena, hasta que encontramos un caminito que parece bastante seguro y lleva hacia el lado este de la montaña. Lo normal es pasar rodeando el cráter, pero con el viento que hay, no nos vemos capaces de hacerlo sin arriesgarnos a despeñarnos. Por suerte, este caminito parece bastante sencillo.

La ladera volcánica
El mundo desde arriba

Finalmente llegamos a una zona del volcán desde la que se puede ver la salida del Sol, donde hay otras cinco personas esperando lo mismo. Estamos bastante congelados (nada comparado con la noche anterior) y caminamos agachados y pegados a la ladera para intentar reducir la presión del viento hasta llegar a un buen sitio.

A contraluz desde lo más alto de Japón

Por desgracia, con las nubes del horizonte, no conseguimos ver el disco solar salir, pero el espectáculo es precioso de todas maneras. No solo el cielo, sino el océano, los campos y las ciudades que empiezan a despertarse. Me gustaría decir que todo valió la pena, pero queda todavía bajar y el viento no hace más que aumentar.

Frente al cráter

A estas horas, el templo y la tiendecita de la cima deberían estar abiertas, pero no lo están. Parece ser que, por el tifón, la montaña está cerrada. No hay ramen para nosotros y, lo más triste, no podemos conseguir el sello de la cima en nuestro palo. Ana promete grabarlo ella misma una vez en casa.

Hay algo que sí está abierto: la oficina de correos. Hay una oficina de correos en la cima del Fuji. Es una oportunidad única, así que mandamos algunas postales (y aprovechamos para calentarnos un poco dentro de la oficina). Nos cuesta la vida escribir cada palabra. Acabamos mandando postales cortitas y con muy mala letra. Ahora toca bajar.

 

La bajada es mejor que la subida, pero más peligrosa. En algunos momentos, el viento sopla tan fuerte que es imposible dar un paso. Tenemos que agarrarnos a las cuerdas de los laterales para estabilizarnos e impulsarnos hacia delante. Lo peor es cuando el viento viene de costado, amenazando con derribarnos ladera abajo. Resbalamos y nos caemos bastantes veces, pero sin más consecuencia que unos moratones. Una ráfaga está a punto de lanzar a Alberto sobre la cuerda, pero consigue agarrarse a tiempo con la consecuente quemadura en el brazo.

Un momento de calma a cubierto de la ladera
¡A volar!
En medio del tifón

Uno pensaría que el viento se debería reducir a medida que bajábamos pero, si acaso, parecía ir in crescendo. Entre la presión del viento y lo empinado de la pendiente, tenemos las piernas destrozadas y las rodillas inflamadas y a punto de fallarnos (pero la ropa por fin seca ¡yey!).

Un arcoiris desafiando al viento
¡Olla de oro localizada!

A duras penas, paso a paso, volvemos a la quinta estación. Por desgracia, las estaciones más cercanas a la cima se niegan a sellarnos el palo porque la montaña está cerrada. Más abajo son más amables (supongo que nuestras pintas, empapados y bajando la montaña durante un tifón inspiran cierta simpatía y bastante pena) y conseguimos los sellos de las dos séptimas estaciones (la antigua y la nueva).

Ya abajo, agotados pero contentos, compramos un par de bebidas y esperamos al primer autobús (el de las nueve) que nos llevará de vuelta a Fujinomiya, donde tenemos que coger una serie de trenes para llegar a Takayama. Esperamos que no se retrase, porque las combinaciones buenas son limitadas y, al bajarnos del autobús, tenemos que correr para pillar el primer tren.

Somos, casi sin duda alguna, los primeros en bajar de la cima, pero por el camino encontramos a bastante otra gente que había pasado la noche en estaciones intermedias y ahora bajaba sin haber llegado arriba.

Ya en la parada del autobús nos encontramos con unos españoles que habíamos conocido el día anterior en Fujinomiya y que pasaron la noche en la sexta estación. No les habían permitido subir.

Conseguimos sitio en el primer autobús y cogimos el tren sin problemas. Nuestro siguiente destino es Takayama, donde esperamos poder lavar toda nuestra ropa empapada y descansar las piernas en un onsen.

7 comentarios

  1. Alberto

    Impresionante, tu madre deseando subir tambien al Fuji y Ramon y yo tambien. Que envidia!!!
    Animo seguir que estamos todos muy entretenidos con vuestros sufrimientos voluntarios…

  2. Alberto

    Por otra parte estais bastante descerebrados, a veces hay que saber envainar y no arriesgar tanto. No vale la pena morir por mantenef el plan previsto.

  3. Ana Gallego

    Chicos estáis como chotas !!!
    Lo he pasado igual de mal que vosotros, mientras leía vuestra Odisea.

  4. Pilar

    Bastante cabreada! Unos inconscientes!

  5. Sandra

    Como 🐐 🐐!!! Pero deseando q os pasen cosas buenas en el siguiente destino.😘😘

  6. Carmen

    Aiii chicos!! Que angustia este post… estáis fatal! Espero que los siguientes días sean más tranquilos!! Besos!

  7. XISCO

    Una aventura extraordinaria. Sois unos valientes y a la vez prudentes. El sello es lo de menos, lo más importante es vuestra cara de satisfacción en la cima del monte Fuji y por supuesto nuestra preciosa postal 🙂

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