“La pequeña Kioto oculta de Hida”, “La joya escondida de las montañas de Japón”, “Un tesoro desconocido en los Alpes japoneses”, son sólo algunos de los subtítulos que podéis encontrar en distintos artículos y entradas de blogs sobre Takayama. El problema es que hay un número limitado de veces que puedes publicar algo así antes de que deje de ser cierto.
De Fujinomiya a Takayama teníamos un par de conexiones complicadas. La primera, como ya mencionamos, eran los siete minutos desde la llegada del autobús hasta la salida del primer tren. Corrimos un poco y lo cogimos sin problemas. La segunda era enlazar con el Shinkansen en Shizuoka en seis minutos. También conectamos sin problemas. El último cambio tocaba en Nagoya, donde teníamos cuarenta minutos para subirnos al tren expreso que nos deja ya en la estación de Takayama… o ése debería ser el caso.
Por algún motivo misterioso, no conseguimos encontrar ni rastro del tren, pero tanto Google Maps como Hiperdia (una app de trenes de Japón) dicen que existe. Confusos, vamos a preguntar a la oficina de información donde, como bien pueden, nos dice que los trenes a Takayama (recordemos que es donde están ahora nuestras maletas) están cancelados (sin más explicación) y nos dá un papel impreso que indica la ruta alternativa a tomar: Un tren, otro tren, un autobús y otro tren más, llegando dos horas y media más tarde de lo previsto y privándonos de nuestras maravillosas tres horas de tren seguidas, donde pensábamos dormir como troncos. Durante la subida al Fuji, no dormimos más de tres horas y nuestras piernas todavía estaban bastante resentidas. Preguntándonos dónde quedó la infalibilidad de los trenes de Japón, hacemos lo único que podemos hacer y empezamos lo que parece un sinfín de trenes y cambios. Ya en el camino, empezamos a sospechar que Takayama no está tan apartada ni es tan desconocida como nos habían hecho creer. Los trenes van llenos de turistas (el 98% no eran japoneses) y, más interesantemente, de españoles. (Recordemos que esto ocurre aun estando el tren directo a Takayama desde Nagoya sin servicio). La mitad de los extranjeros parecían hablar castellano. Finalmente, llegamos a Takayama a las seis, en vez de a la tres, como teníamos previsto.
Nos quedamos en el hotel Takayama Ouan, que se anunciaba como Ryokan (alojamiento tradicional japonés). Es el sitio más caro en el que nos quedamos este viaje y tenemos bastantes expectativas.
Expectativas que se ven mermadas cuando llegamos frente al hotel. La entrada (que se veía en las fotos) sí parece tradicional, de madera, con su tejadito… Y un pedazo de bloque de pisos detrás.
El Takayama Ouan es un hotel disfrazado de ryokan. Los empleados van en kimono, te dan yukatas para pasear por el hotel, los suelos son de tatami y tiene baños comunes (y privados) estilo japonés, pero también tiene trece pisos, ascensores y camas en lugar de futones. En general, la combinación no es mala, pero el hotel es incapaz de mantener un nivel de servicios bueno con trece pisos de residentes. Los dos (únicos) ascensores pueden tardar hasta 10 minutos en parar a por ti, las dos lavadoras y secadoras no dan abasto y están siempre en uso y los tres baños japoneses familiares (privados) están también ocupados la mayor parte del tiempo.
Por suerte, salimos rápido de la estación y llegamos los primeros de nuestro grupo, así que dejamos las cosas en el cuarto y subimos rápidamente al piso 13, donde están todos los baños. De los privados, el mediano está abierto, así que aprovechamos para remojarnos un rato y descansar las piernas.
Ya recuperados, nos ponemos los yukata (en Takayama es bastante normal pasear en yukata) y salimos a dar una vuelta. En este momento descubrimos que nuestra cámara no enciende. A pesar de estar en su funda y en el centro de la mochila, el tifón fue demasiado para ella. DEP. Tocará hacer fotos con el móvil.
Al salir, aprovechamos para reservar un coche de alquiler para el día siguiente. Tenemos pensado visitar un pueblo cercano y el coche sale al mismo precio que el autobús (si incluimos parking y peajes) y nos puede servir para visitar otros pueblos o un onsen al aire libre que hay algo más lejos.
La provincia de Hida, donde se encuentra Takayama, es famosa, entre otras cosas, por su ternera. La ternera japonesa (o wagyu) ha alcanzado fama mundial en los últimos años, y se caracteriza visualmente por sus vetas de grasa. Se podría decir que la wagyu es a la ternera normal lo que el jamón ibérico de bellota al jamón serrano.
De todas las carnes de Japón, la más famosa es la de Kobe (seguro que habéis oído hablar de ella). La segunda es la de Hida, así que, ya que estábamos allí, no nos podíamos ir sin probarla. Además, hacía tiempo que teníamos ganas de probar yakiniku.
El yakiniku no es más que una barbacoa a la japonesa. El restaurante te pone una pequeña parrilla, de brasas o gas, en la mesa y te trae carne que te preparas tú mismo.
Por desgracia, los dos restaurantes que nos recomendaron en el hotel estaban llenos para toda la noche (y no eran todavía las ocho). De hecho, la mayoría de los restaurantes estaban cerrados o llenos de turistas. Concretamente, de españoles. Al final, decidimos compartir un ramen mientras buscábamos otro sitio.
El ramen, la verdad, estaba estupendo y, tras acabarlo, nos metimos en un pequeño sitio de yakiniku. La calidad no iba a ser la misma, pero nos apetecía.
Estuvo bastante bueno y nada caro, incluyendo las cervezas. Satisfechos, volvemos al hotel con la intención de lavar ropa y darnos otro baño. El piso 13 está a tope de gente y no hay manera de conseguir hueco en los privados. Peleando un poco, conseguimos lavar algo de ropa y nos vamos a dormir.
Amanecemos tempranito con bastantes planes. Antes de coger el coche, queremos ver si podemos conseguir un Hida-Ema, un dibujo de un caballo que no sólo es exclusivo de Takayama, sino que únicamente se puede conseguir durante un par de semanas al año.
Originalmente, los habitantes de Hida subían su ganado y caballos al monte, para que los dioses se los bendijeran y protegieran. Con el tiempo, empezaron a subir dibujos de los caballos, en vez de los caballos en sí mismos. En la actualidad, nadie sube ya al monte, pero los dibujos se mantienen como amuleto de prosperidad y protección. Vemos varias casas y tiendas que los tienen en la pared, con la cabeza apuntando a la puerta.
Tras bastante callejear, recorrer un mercado matutino y desayunar un dango (dulce hecho de bolas de pasta de arroz) local que no nos entusiasmó, conseguimos dar con el templo de los Hida-Ema, donde escogimos un dibujo, que nos llenaron de sellos protectores del templo antes de dárnoslo.
Con nuestra misión completa, fuimos a la Toyota donde nos alquilaron el coche sin problemas. Gracias al seguro de viaje, no tuvimos que coger seguro para el coche y nos ahorramos un dinerillo.
Parece ser que las carreteras locales que llevan a Shirakawa-Go a través de los distintos pueblos están cerradas debido a las lluvias torrenciales (el mismo motivo por el que nuestro tren estaba cancelado), así que solamente se puede ir por la autopista.
Las autopistas suelen ser tan aburridas como prácticas, pero ésta se lleva la palma. ¡Es todo túneles! Apenas se puede disfrutar del paisaje. Uno de los túneles era de 11 kilómetros de largo (el más largo de España es de algo más de 8). Pensamos que nunca saldríamos.
Nuestra idea es pasar de largo Shirakawa-Go, que está a unos 50 minutos de Takayama, y seguir hasta un parque natural a una horita y media, donde hay un onsen natural. Tristemente, a los 10 minutos de pasar la zona de Shirakawa, nos encontramos con las carreteras cerradas. Se ve que las lluvias afectaron también a esa zona, y ahora está inaccesible.
Sin otro remedio, volvemos a visitar el pueblo. Lo bueno de que las carreteras alternativas estén cortadas es que no hay que pagar peaje en la autopista (nos la dejan gratis). Aparcamos sin problemas y nos dedicamos a pasear por el pueblo.
Shirakawa-Go ha sido declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco y, además de ser un pueblecito de montaña muy pintoresco (aunque ahora muy turístico y, una vez más, a reventar de españoles), se caracteriza por la arquitectura de sus casas, de picudos tejados fabricados con gruesos bloques de paja. De lo más curioso.
Aunque el pueblo ahora vive del turismo, en el pasado era famoso por sus gusanos de seda.
Paseamos un rato y nos tomamos un estupendo bollo de carne de Hida. Aunque estaba delicioso, no lo recomendamos. El dueño del local era un borde de máximo nivel y trataba a los extranjeros y a los japoneses de forma totalmente distinta.
Aparte de las casas, vale la pena pasear por el pueblo por sus lagos (uno con salamandras), sus plantaciones de arroz y, en general, la naturaleza que lo rodea. Con un par de horas vais más que sobrados.
De vuelta ya a Takayama, decidimos pasear por el casco antiguo, que es francamente precioso; parece sacado de una película de samuráis.
Esta noche hay fuegos artificiales en el río, pero antes, tenemos que conseguir nuestro objetivo. En cuanto abre el restaurante de yakiniku, nos plantamos en la puerta y somos rápidamente guiados a una mesa con su hornillo. Tras mirar un poco el menú, pedimos una selección de cortes de carne de Hida de calidad A5.
La calidad de la carne wagyu depende, principalmente, de la calidad de sus vetas de grasa (BMS o Beef Marbling Standard). A5 es el máximo nivel que se despacha.
La carne está impresionante, probablemente la mejor que hemos tomado nunca. Valdría la pena visitar otro restaurante donde se pudiese tomar un chuletón o un solomillo, pero ya no nos da tiempo. Más adelante, tenemos reserva en Kobe para probar su famosa carne y ver si supera a la de Hida.
Más que satisfechos con la comida, nos dirigimos al río a ver los fuegos artificiales, que son bastante curiosos. En vez de disparar cohetes, varios hombres sujetan gigantescas fuentes de chispas, que se elevan varios metros antes de apagarse con un petardazo. El espectáculo se repite varias veces y, aunque es muy bonito y francamente impresionante, acabamos por abandonarlo tras un buen rato.
Antes de acostarnos, compramos un sarubobo y aprovechamos que hay un baño vacío para darnos un último remojón y preparamos las maletas.
Los sarubobos son un amuleto típico de la zona. Antiguamente eran fabricados por madres y abuelas para sus hijas, para desearles suerte en la vida marital, el parto y el cuidado de los hijos. Son muñecos rojos sin facciones, que se dice que representan la figura de un mono. En la actualidad los hay de más colores, según el color se dice que dan suerte en un campo distinto; por ejemplo, rosa para encontrar pareja.
Nuestro siguiente destino es Osaka, donde pasaremos varias noches. Teníamos intención de hacer una parada en Nagoya por el camino para visitar unos pueblecitos de la ruta Nakasendo (la antigua vía que unía Kioto y Edo), pero los trenes siguen cortados y el camino de vuelta es todavía más largo que el de venida, así que decidimos dejar los pueblecitos para otra ocasión. Con suerte, podremos verlos al final del viaje.
Que pasada de viaje!!!
Me encanta, sois tremendos!!!jajajaja!!!