Nos levantamos temprano y fuimos a visitar Gion. Como ya dijimos en nuestra entrada anterior, es uno de los barrios de Geishas más populares de Japón, sino el que más. Nuestro objetivo principal no era visitar el barrio, sino encontrar de antemano el estudio Kokoro Hanashizuku.
Ana llevaba esperando este día desde que hizo la reserva seis meses antes de ir a Japón. Tras informarse, mirar muchos precios, paquetes y varios estudios, se decidió por este por sus reviews (en especial la recomendación de Ayano) y su atención al cliente.
Os estaréis preguntado: ¿para qué vamos a un estudio? Resulta que en estudios como éste te ofrecen la posibilidad de vestirte, peinarte y maquillarte como una geisha (o geiko), maiko, u oiran (o tayu), utilizando trajes y maquillaje tradicional. Además de vestirte, hay paquetes de fotografía. Puedes hacerte las fotos en la ciudad o incluso en parques públicos y privados.
Las geishas os sonarán a todos, pero hagamos un pequeño repaso de qué es cada una de las opciones de vestimenta posibles: maiko, geisha y oiran.
Las maiko son tradicionalmente aprendices a geisha, además de ser más jóvenes, sus trajes son más coloridos y llamativos y sus adornos de pelo más florales e infantiles. Las geishas son profesionales del entretenimiento, siendo grandes conocedoras de las artes, destacando la música y el baile. Al contrario de lo que se cree, no eran prostitutas, ni mucho menos. Ser una geisha era (y es) un honor y su educación siempre ha sido extremadamente cara. Las oiran sí eran prostitutas, a menudo cortesanas. Su atuendo destaca por ser más atrevido y llamativo que el de las maiko o geishas y mucho menos recatado, rematado con unos unos de pelo y maquillaje mucho más extravagantes.
Antiguamente, en Japón había mas de 80.000 geishas, actualmente hay alrededor de 1.000, y tan sólo unas 5 oiran.
Este era el capricho del viaje, sin duda la cosa más cara que hicimos en Japón además de comer carne de Kobe. Nuestra reserva costó casi 260 euros (más impuestos), este es el desglose, por si lo queréis buscar:
1 female 祇園の心S plan(22,500yen+tax) 1 male 龍馬 plan(10,000yen+tax) & couple discount(-1,080yen tax included).
All data CD-R(2,000yen+tax)
Ana eligió vestirse de Maiko y hacer un plan de pareja con Alberto vestido con un hakama elegante, dónde recorrerían Gion durante 30 minutos. Incluía 10 fotos impresas y 32 fotos profesionales que podían guardar en un CD o un pen drive. Además, nos harían alguna foto con nuestro móvil y nos dejarían tiempo extra en una habitación del estudio para que hicéramos las que quisiéramos.
Localizamos el estudio con facilidad, y nos dedicamos a deambular por el barrio, donde casi todo estaba cerrado. Merece la pena verlo temprano, sin el bullicio que trae la gente de la calle y los establecimientos abiertos. Así sí que parecía que estábamos en la era Edo.
Tristemente, empezó a llover, así que nos dirigimos al estudio para no mojarnos. Teníamos que estar allí al menos 15 min antes de la hora de la cita.
Nos dejaron pasar, pese a llegar media hora antes. Se trataba de un sitio aparentemente pequeño y familiar. Diez minutos más tarde llamaron a Ana, ya que su maquillaje lleva mucho más tiempo que el hombre.
Para Ana, el primer paso era quitarse toda la ropa y quedarse en una especie de bata corta, que va debajo del traje y no se ve. Tras un lavado de pelo, procedían a maquillarte. El maquillaje se realiza con la pasta de arroz tradicional, que está muy fría, desde el comienzo del pelo hasta los hombros. La nuca y las orejas no se pintan, ya que a los japoneses tradicionalmente les molaba dar besos en esos sitios y así se evitaba mancharles los labios de maquillaje.
Hay que decir que cuando abres los ojos no te reconoces. La pasta de arroz te borra todas las facciones y pareces otra persona. Es muy curioso. Luego te re-dibujan las cejas, los labios y el contorno de los ojos. Por último, te peinan. Utilizan una especie de peluca o relleno como base y luego lo cubren con tu pelo. No sabemos que pasa si tu pelo es rubio, puede ser que te lo maquillen o lo pinten. Al acabar, tu cabeza pesa unos dos kilos de más.
A continuación te dejan elegir la ornamentación del pelo, el kimono, el obi (el cinturón de tela ancho que llevan los kimonos) y el obijime, una pequeña cuerda o lazo que va sobre el obi como refuerzo y decoración. A todo esto, hay que mencionar que una vez te llaman, ninguna de las empleadas habla inglés.
Te insisten en tener mucho cuidado con el maquillaje, cada prenda vale una fortuna y no quieres mancharla.
Te visten y te indican que te subas a las okobo (plataformas que calzan las maiko) con desconfianza. Sus miradas transmiten mil formas de caerte en las que ya han pensado. Cuando se les pasa el susto, te dan un bolsito a juego para que guardes el móvil.
Para Alberto, el proceso es notablemente más sencillo. No hay maquillaje involucrado y la preparación lleva unos 10 minutos: Te quitas la ropa, te pones el batín blanco, eliges hakama (de entre un par de opciones) y obi y sales por la puerta. Ser hombre en el periodo Edo era mucho más fácil.
Una vez los dos estáis listos os reúnen en un bonito tradicional patio interior. Este momento fue verdaderamente especial. Es lo más parecido al momento en que el novio ve a la novia por primera vez en el altar que hemos vivido, pero mucho más impactante. Alberto no estaba seguro de si eso que le acababan de traer era Ana u otra chica. Alberto está mucho más reconocible luciendo hakama.
Una vez reunidos, hablamos con la fotógrafa, que nos dice que no sabe si vamos a poder salir a hacer fotos de exterior a causa de la lluvia. Nos insta a hacer fotos de interior, con toda nuestra tristeza.
Después de hacer muchas fotos, todas siguiendo las instrucciones de la fotógrafa para comportarnos como se espera de nuestros nuevos yos, parece que ha escampado, y nos deja salir sólo 10 minutos para para hacer 4 fotos cerca, en caso de que empiece a llover. Le preocupa que se arruine el maquillaje o el kimono.
Tenemos suerte y el tiempo justo para que nos hagan varias fotos con la cámara del estudio y una con nuestro móvil. Justo empieza a chispear cuando estamos a punto de entrar en el estudio.
Las fotos que tenéis a continuación son las de nuestro móvil. Las demás, que son infinitamente más impresionantes, están con la mudanza así que no os las podemos enseñar.
Una vez dentro, nos dejan en una habitación del estudio para que hagamos fotos con el móvil. El pulpito (ese trípode multiusos) nos salva la vida de nuevo.
Después de hacer varias fotos, las chicas nos llevaron de nuevo a los vestidores. Allí te quitan tus ropajes y sus complementos, luego te pasan a la sala de maquillaje donde te ayudan a quitarte la peluca y los adornos del pelo. Te dan indicaciones para desmaquillarte y lavarte el pelo (básicamente, que te limpies con agua y jabón) y te dejan a solas para que te asees, te maquilles modernamente (si quieres) y te vistas.
Todo el proceso de volver a ser nosotros nos llevo tal vez 15 min, a lo sumo 20, muy rápido. Alberto estaba listo en 3.
A la salida, las chicas del estudio nos ofrecieron un té, nos dejaron elegir que fotos queríamos impresas (las fotos ya estaban retocadas y listas para la selección), y nos animaron a dejar un comentario en su libro de visitas.
Con las fotos ya listas, nos dieron nuestro álbum, y nuestro pen drive de vuelta con todas las fotos y nos acompañaron a la entrada para despedirnos con el regalo de la casa: un par de fotos de la sesión, plastificadas y tamaño tarjeta, para la cartera. Un detallito, pero te vas encantado.
La verdad es que nos encantó la experiencia, sobre todo a Ana, que quiere volver otra vez y vestirse de nuevo, la próxima vez de geisha, para variar. A pesar de nuestras preocupaciones iniciales por la lluvia, tuvo sus ventajas: escampó justo a tiempo para hacer algunas fotos de exterior, que salieron muy bonitas y sin gente, porque las calles estaban vacías, no nos achicharramos, como le pasa a la mayoría de gente que se hace fotos de exterior, y acabamos con algunas fotos extra de regalo, ya que nos hicieron el set completo de interior y luego las de fuera.
Salimos del estudio muertos de hambre, entre maquillaje, preparativos y fotos, igual estuvimos 4 horas ahí dentro. De camino a la zona en la que nos apetece encontrar algo de comer, podemos apreciar el arte moderno de Kyoto:
Como no teníamos claro qué comer, pero queríamos que fuese algo rápido, nos paramos en un sitio de boles de arroz con carne, gyudon. Es algo rápido, muy económico y que descubrimos que está de muerte. Nuestro menú incluía bebidas y una sopa de miso y debió salir por unos 5 euros.
Teníamos un plan especial para la tarde y algo de tiempo libre, ya que empezaba a eso de las siete. Calculamos que nos daba tiempo a una actividad más por en medio, así que pusimos rumbo al Museo Internacional del Manga de Kyoto, que cierra a las seis de la tarde.
El museo consta de tres plantas en las que puedes aprender sobre el origen y la adaptación del manga a lo largo de su historia, su impacto social y cultural, y además tienes la oportunidad de leer más de lo que podrías en un día (o una vida, probablemente) ya que la mayoría de las paredes son librerías volúmenes de manga de suelo a techo. Hubiera estado bien tener más tiempo para formar parte del ambiente tranquilo de lectores que cogen lo que les place de la exposición y empiezan a leer. La mayoría de los volúmenes están en Japonés, aunque el museo dispone de una sección de comic internacional, con Mortadelos y similares representando a España. Alberto informó a uno de los empleados (en japonés, como bien pudo) que Quino era Argentino y, por tanto, Mafalda no debería estar en la sección de España, sino en la de Argentina. El tío pidió perdón por el error como 10 veces, con muchas reverencias. Tampoco era para tanto.
Las fotos en el interior estaban prohibidas, así que sólo tenemos esta foto tomada en el patio.
Justo antes de que cerrasen, salimos del museo camino a nuestro destino: el río Uji, a 15 minutos a pie de la estación de JR del mismo nombre.
Resulta que todo estaba más lejos de lo que esperábamos. Corrimos cuanto pudimos para coger el tren y luego pillamos un taxi, porque entre andar 15 minutos y encontrar el sitio, no nos iba a dar tiempo. Nos medio entendimos con el taxista que dijo que nos dejó donde él creía que era el sitio correcto.
Llegamos estresados y con la lengua fuera al punto establecido, según internet y el taxista. No había mucha indicación, ni nadie, sólo una cabaña de madera vacía pero iluminada cerca del río. Cogimos un panfleto del interior y le preguntamos a un señor que había cerca sobre el ukai. Eran las 19:05. Cinco minutos tarde.
Hay que aclarar que los días previos habíamos intentado reservar y avisar de nuestra llegada con nuestro poco japonés y habíamos sacado en claro que sólo hay reservas para grupos o eso entendimos y que este era el horario y había que estar a la hora. A decir verdad, no estábamos muy seguros de que fuéramos a poder hacer esto, pero decidimos intentarlo por si acaso.
El señor, que no hablaba ni papa de inglés, para variar, nos indicó que le siguiéramos de vuelta a la caseta. Por el camino, se comunicó a gritos con un barquero al otro lado del río y, una vez en la caseta, nos cobró dos tiques. Nos miramos y nuestros ojos chocaron los cinco, ¡misión cumplida, estamos dentro!
Con total rapidez, el barquero llegó a nuestra la orilla, nos subimos a su navío y fuimos transportados hasta otra barca similar llena de japoneses que estaba ya a medio avanzar por el río. Por gestos, nos hicieron subir y quitarnos los zapatos (que metimos un unas bolsas). En Japón, hasta las barcas tienen suelo de tatami.
Conseguimos colarnos justo a tiempo antes del espectáculo. Habíamos venido a ver el ukai, un tipo de pesca tradicional japonesa en la cual no se usan cañas o redes, sino cormoranes. Es una tradición de más de 1300 años, que hoy en día solo se puede presenciar en los meses de verano en tres ríos de Japón: el Nagaragawa, el Hozu y el Uji.
El pescador y sus aves van con el remero en largas barcas de madera que portan una cesta en llamas. Mientras el remero se encarga de dirigir la embarcación y avivar el fuego, el pescador (o pescadora en nuestro caso) se encarga de dirigir a los cormoranes adiestrados, alrededor de una docena.
Los cormoranes llevan un collar especial en la garganta que les impide tragarse los peces que pescan si son de un cierto tamaño, pero les permite guardarlos en una cavidad interior. La luz del fuego ayuda a las aves a regresar a la barca y avistar peces.
El pescador lleva una falda de paja de la que salen algunas hebras más largas a modo de correas y se atan a los cormoranes. Esto le ayuda a guiar a las aves y recuperarlas si se extravían.
Cuando los cormoranes han pescado varios peces, se recogen, y una vez en el barco escupen los peces que no se han podido tragar, todavía vivos. Si algún pez pequeño se ha colado en la pesca, se le devuelve al cormorán como premio.
Es común que otras aves salvajes, como garzas, se posen en la barca e intenten hacerse con el botín en un despiste del pescador.
Nos gustó muchísimo la experiencia, que duró dos horas. Hay otras ofertas que incluyen cena y son mucho más turísticas, también valen mucho más. A nosotros nos costó unos 1500 yenes.
Al acabar la pesca, casi todo parecía cerrado en este barrio. Fuimos de vuelta a la estación, esta vez a pata, y llegamos a Kyoto a eso de las diez.
Una vez allí, comimos en el Coco Curry, ¡POR PRIMERA VEZ!
Se trata de una cadena de comida rápida especializada en curry. Su nombre no es Coco Curry, sino Curry House CoCo Ichibanya. Habíamos oído maravillas de este sitio por Youtube, y queríamos probarlo en alguna ocasión. Hoy era el momento perfecto, ya que cierra tarde y se dan prisa en servir la comida y estábamos otra vez muertos de hambre.
Tienen una carta con los distintos tipos de curry y sus variaciones. Los dibujos y símbolos hacen que sea fácil elegir incluso sin saber japonés. Eliges tu salsa, que varía según el componente principal de ésta, la cantidad de arroz (ojo, pedid la mínima ración, que es de tamaño normal), el nivel de picante, el nivel de espesor y los añadidos que son muchos y variados: huevo revuelto, huevo al onsen, huevo poco cocinado, croquetas, tonkatsu, salchichas, espinacas, queso, verduras, etc…
Estaba muy rico, aunque no tanto como el curry de Kamakura. Pero tiene potencial y probando otras combinaciones tiene que poder mejorarse.
Nos fuimos a la cama llenos y satisfechos para recargar energías.