Nuestro último día en Kyoto nos levantamos, duchamos y rehicimos maletas. Habíamos superado nuestra capacidad de carga, así que decidimos mandar una caja a nuestra casa en Estados Unidos con souvenires, mogollón de comida que habíamos comprado en Don Quixote y otras cosas que no íbamos a necesitar en lo que nos quedaba de viaje.
Nos dirigimos a correos comiendo, ¿cómo no?, lo que nos encontrábamos por el camino.
Nos atendió un empleado de correos que, pese a que no sabía nada de inglés, hizo lo imposible por conseguirnos el mejor precio y ayudarnos a empacar nuestro envío. La gente tan amable de este país te da alegría y te da ganas de sonreír.
Con el tiempo justo, nos dirigimos a la actividad principal del día de hoy: la ceremonia del té en Ju-An. Kyoto es la cuna del té japonés y el origen de la ceremonia del té, considerada todo un arte, por lo que es de las cosas que no te puedes perder si vas a Kyoto.
Encontramos el sitio sin mucha dificultad, siguiendo unos cartelitos por una callejuela, mientras nos mojamos bastante porque ha empezado a llover. Siguiendo las indicaciones, llegamos a un jardín interior japonés. Ahí está la entrada al chashitsu, el salón de té, Ju-An. El único abierto al público en todo Kyoto.
A la entrada hay otros turistas que también se han apuntado a la ceremonia del té. Al poco de llegar, nos recibe Masumi en su tradicional kimono, que nos empieza a explicar la etiqueta de la ceremonia del té, en la cual se bebe matcha, y lo que haremos con ella.
Empezamos la ceremonia hablando del chashitsu, los orígenes de la ceremonia del té, así como el protocolo. Para los entendidos, experimentar la ceremonia del té en un chashitsu es algo necesario. La habitación donde se prepara y se toma el té y sus alrededores son claves. Y es que todo se cuida y se mima como si tuviera alma durante la ceremonia, desde el agua hasta la cuchara de madera con la que se mide el té o los dulces que lo acompañan. Tradicionalmente se ofrecen dulces para acompañar el té y contrarrestar su amargor.
Ju-An nos explica que el culmen de las ceremonias de té es el chaji. Durante esa ceremonia, que dura unas 4 horas, se sirve una comida tradicional (Kaiseki), al final de la cual los comensales participan de la ceremonia del té en un chashisu. Al parecer, es prácticamente imposible participar en un chaji siendo extranjero, a no ser que tengas un gran conocimiento de la cultura, las costumbres y el lenguaje de Japón. El té que se sirve en esa ceremonia es mucho más denso que el que tomaremos hoy, prácticamente no puede beberse y se toma con cuchara. Sólo es recomendable después de haber comido, de ahí que nunca se prepare el té así más que en el chaji.
Durante la ceremonia, aprendemos que más que una bebida, el arte de la ceremonia del té es un estilo de vida y una lección de filosofía. También nos hablan del Wa, el Kei, el Sei y el Jaku.
- El Wa es la armonía entre los comensales y con tus vecinos en la vida diaria. Se dice que resulta en la Paz de la humnaidad.
- El Kei es el respeto por otros individuos y formas de vida.
- El Sei es la pureza de pensamiento que experimentas durante la ceremonia, al igual que cuando entras en un sitio sagrado sea de la religion que sea.
- El Jaku es la tranquilidad necesaria en la vida incluso en los momentos más difíciles.
Al conseguir los cuatro, se consigue el Ichigo Ichie, un momento único en la vida. Simbólicamente, bebiendo el té compartimos estos valores con el resto de los comensales, con nosotros mismos y con el exterior.
Por supuesto, también nos hablaron del agua, de cómo batir el polvo de matcha, de la cantidad a añadir, etc. Y compramos un batidor y una cuchara de matcha, que nos encanta, para poder prepararlo correctamente en casa. Según Masumi (o Koshi Soushin, su nombre como maestra de chado, el Camino del Té), cada cuchara tiene un nombre, del mismo modo que los guerreros nombran sus espadas. Alberto, inspirado por los dioses del té, bautiza la nuestra como Cucharatrón 3000.
Acabamos la ceremonia justo a la hora de comer, así que decidimos pasearnos en busca de sustento. Acabamos en un buffet de yakiniku, ya que nos moríamos de hambre.
El buffet tenía menú y podías elegir la carne y los trozos que querías a la carta. Tenías una hora para comer todo lo que quisieras y, como siempre, te pedían que, por favor, te comieras todo lo que pidieras. No hacía falta que nos dijeran que nos comiéramos todo. En Japón nunca dejábamos comida en el plato (salvo algunos granos de arroz, que ejar el cuento limpio es de mala educación). La bebida se cobraba aparte.
Toda esta comida nos haría falta, ya que pasamos toda la tarde pateándonos Kyoto, viendo algunos de sus templos y desviándonos cada vez que google nos indicaba que había una tienda de deporte cerca. Para nuestra próxima gran aventura necesitamos calzado deportivo nuevo, que el que trajimos está ya bastante hecho polvo de tanto caminar.
Nuestro paseo de ida consistió, en resumidas cuentas, en ir desde el centro de Kyoto hasta el templo de plata, Ginkaku-ji, oficialmente llamado Jishō–ji. Dicho templo se encuentra en el barrio de Higashiyama, donde empieza el Camino del Filósofo, del que hablaremos más tarde.
El templo se encuentra al final de una pequeña cuesta, llena de encanto, de tiendecitas y de pequeños puestos donde tomar un té frío. Tomar un té nos apetecía muchísimo después de tanto andar, pero si no nos apresurábamos nos iban a cerrar el templo así que decidimos reservarnos el refrigerio para más tarde.
El Ginkaku-ji, es un templo Zen que se construyo en 1482 bajo las órdenes de Ashikaga Yoshimasa. Su constucción siguió el ejemplo del templo dorado de Kyoto, el Kinkaku-ji, construido por el abuelo de Yoshimasa. Junto con la construcción del Ginkaku-ji, Yoshimasa construyo la villa de Higashiyama, donde esperaba pasar su vida después de retirarse. En esta villa es donde se inició el estilo de vida moderno de los japoneses.
No pudimos acceder al interior de los edificios del templo, pero pudimos recorrer sus jardines, que son preciosos independientemente de la época del año. Ya que Yoshiyama puso especial cuidado en armonizar el templo con el paso de las estaciones.
Como no habíamos encontrado una tienda de deportes y se nos estaba haciendo tarde, decidimos rendirnos e ir de vuelta al mercado y comprar unos allí. Habíamos intentando evitar esta opción, ya que el mercado es muy turístico y probablemente los precios allí fueran más altos.
Al salir de los jardines, los puestecitos y tienda estaban ya cerrando, ya que la hora de admisión al templo había pasado, con lo que nos quedamos sin nuestros tés fríos, pero cogimos unos refrescos para llevar.
Decidimos volver por el Camino del Filósofo, que, comenzando en el templo, recorre dos kilómetros hasta el barrio de Nanzenji. Es un precioso recorrido empedrado a lo largo de un canal bordeado de cerezos que recibe el nombre del popular filósofo japonés Nishida Kitaro, quien meditaba haciendo este recorrido cada vez que iba a la universidad de Kyoto.
Por el camino tanto de ida como de vuelta vimos varios edificios de la universidad, así como tiendas de libros para estudiantes.
Al finalizar el camino, caminamos unos cuantos kilómetros más hasta llegar al mercado, donde conseguimos unas deportivas nuevas a un precio razonable. Tiramos las viejas y, casi corriendo, anduvimos de vuelta. Entre una cosa y otra, hemos paseado más de 15km.
La última atracción del día es ver el Daimonji, un festival que se hace únicamente en Kyoto para celebrar la culminación del Obon, día 16 de Agosto. Simboliza el momento en que los espíritus de los familiares fallecidos regresan al mundo de los espíritus tras venir de visita.
Recordad que durante el Obon se cree que dichos espiritus regresan a la tierra por un corto período de tiempo para visitar a sus familiares.
En el Daimonji no hay un festival tal como lo vimos en otras ciudades. No hay puestos de comida de feria, ni gente en yukata. La celebración consiste en encender cinco hogueras gigantescas en las montañas que rodean Kyoto. Cada una de estas hogueras tiene la forma de un carácter chino o una figura relacionada con el Obón.
Pese a estar bastante lejos de la ciudad, estas figuras ardientes se ven con claridad desde varios puntos. La primera figura en encenderse, y la más popular, es el carácter chino dai, que significa grande. Grande es.
En los puntos dónde mejor se observan las hogueras se congrega una gran multitud de gente, en coche, bici, a pata, etc. Todos esperando ver los caracteres arder y despidiendo a sus familiares.
Al parecer no se sabe el origen de esta tradición. Hay varias familias que de generación en generación se han encargado de encender y preparar las hogueras desde tiempos inmemoriales.
Cada símbolo está formado por grupos de hogueritas. No las vimos de cerca, ya que las montañas están bastante lejos de la ciudad y cerradas surante los días previos al evento, pero al pasear por la tarde, cuando aún era de día, se podían ver los símbolos sin arder ya esperando a ser encendidos en las montañas, cuando no se puede distinguir a simple vista ni un árbol adyacente. Así que concluimos que deben ser gigantescas.
Hay que elegir que símbolo que quieres ver, ya que no se pueden ver varios desde el mismo punto a menos que tengas acceso a algún tejado elevado. Los edificios altos y las montañas que rodean la ciudad hacen que solo se pueda ver una única hoguera.
De camino a casa, nos paramos en un pequeño local para tomar un ramen rápido de cena. Como siempre, estupendo.