El sábado, con todo el pesar de nuestro corazón, dejamos nuestra lujosa habitación y nuestro paradisíaco resort con una caja de desayuno (que era demasiado dulce para Ana) y nos subimos a una limusina del hotel hacia el aeropuerto de Danang. Hoy empieza nuestra semana de vacaciones totales y nuestro primer destino es Da Lat, una pequeña ciudad de montaña algo al sur de donde nos encontramos.
Pos ser huéspedes del Intercontinental, tenemos derecho al lounge del aeropuerto, donde tomamos unos batidos y esperamos al embarque. En poco más de una hora, estamos aterrizando en el aeropuerto de Da Lat que, en realidad, está a más de media hora de la ciudad propiamente dicha.
No hay Grab (ni Uber) en Da Lat, así que preguntamos precios a los taxis. No nos convencen los casi 10 euros que nos quieren cobrar y optamos por un minibus que nos llevará a un hotel cercano al centro por menos de 5. Después, tendremos casi media hora de paseo hasta nuestro hotel, el Hotel Secreto de Mr. Rot.
Como sardinas en lata, llegamos a Da Lat. Desde la estación de autobuses, las cuestas y el equipaje hacen el trayecto a pie hasta el hotel un poco largo, pero llegamos.
Nuestro objetivo en Da Lat no es más que uno: el Tour Secreto de Mr. Rot. No sabemos nada de él (porque es secreto), pero la gente lo recomienda mucho. Nos quedamos en su hotel porque así nos hace descuento. Como la mayoría de hotelitos en Vietnam, nos cuesta unos 10-15 euros la noche.
La recepcionista es lo más pánfilo que hemos visto en mucho tiempo. Nos confunde con otros huéspedes, se equivoca de llave y, cuando consigue la correcta, resulta que no es nuestra habitación. ¡En esta ya hay gente! Si no llegamos a señalarle las maletas que ya hay en el cuarto, nos deja ahí. Tras cambiar otra vez de llave, nos acomoda en un cuarto con dos camas de matrimonio y una individual. Sospechamos que tampoco es ése, pero bueno, ahí nos quedamos.
El tour empieza al día siguiente a las 8:30 de la mañana, así que hoy tenemos la tarde para pasear por la ciudad. Lo primero es buscar un sitio para cenar. Mentira. Lo primero es lavar la ropa, que no nos queda nada limpio. Una lavandería a tiro de piedra del hotel nos hace el apaño. Ni entendemos ni nos entienden mucho, pero el caso es que la ropa estará lista al día siguiente a primera hora. Ahora sí, a cenar.
Tras buscar un poco, encontramos cerca del hotel lo que parece un garaje grande habilitado como restaurante, con sus mesas y taburetes bajitos. Está lleno de asiáticos (que luego descubrimos que debían de ser chinos, así que no valían como referencia), así que nos metemos. Solamente se sirve una cosa: una especia de hot pot, una olla caliente, con sopa de algún tipo, setas y trozos variados de lo que creemos que es pollo, acompañada de un plato de fideos de arroz en seco y el cesto reglamentario de mentas y otras hierbas aromáticas. Por señas, nos indican el proceso: Hojas al gusto en la olla, que se mantiene caliente sobre un fuego, fideos a los cuencos individuales y luego, el contenido de la olla a los cuencos, sobre los fideos. Alberto lo mira con desconfianza al principio, más que nada porque el pollo es todo huesos, pero al final no está mal y es divertido de comer. No sale por unos 8 euros, pero podrían, fácilmente, comer cuatro de esa olla.
Alimentados, vamos en busca del postre. Mientras cargábamos las maletas, vimos a una señora mayor en la acera vendiendo lo que Ana cree que es el postre de soja que probó en el tour de comida de Hoi An y que le gustó mucho. Tristemente, ya no hay señora, pero su hueco vacío da ahora paso a un enorme mercadillo nocturno que procedemos a recorrer.
Mientras los vendedores callejeros de pinchitos se nos lanzan encima y observamos a la gente tomar unos bollos con… ¿batidos?, descubrimos que el producto estrella de Da Lat son los gorros monos con orejas o cara de personajes. Las orejas, además, se mueven si presionas unas patas que le cuelgan. Ana hace un esfuerzo sobrehumano y NO se compra uno, pero sí consigue un patito para el pelo por unos 30 céntimos. Además, al final del mercadillo ¡está la señora de los postres de tofu! Alberto confirma que está muy bueno.
A estas alturas, nuestra tarjeta SIM ya no funciona y dependemos de los wifis públicos para buscar cosas. Teníamos intención de conseguir una nueva, pero está todo cerrado. También necesitamos una maleta para llevar los trajes y demás parafernalia que ya no cabe en ningún lado (en concreto, la cabeza de león que nos regalaron en el fancy event está siendo bastante aparatosa), pero no encontramos ninguna que podamos regatear al precio que buscamos (menos de 25 euros por una de las más grandes).
Gracias a un wifi local, descubrimos que estamos a poco más de 50 metros del 100 roofs café, el café de los 100 tejados.
Aunque se llame café, sirve también bebidas algo más potentes. A la entrada, es obligatorio consumir algo. Alberto se pide una cerveza misteriosa con un nombre estupendo (333) y Ana un batido de galletas que sabe a galletas. Con las bebidas en mano, descendemos por unas angostas escaleras señalizadas con un cartel que pone: «Al laberinto».
El Café de los Cien Tejados es un laberinto interior plagado de túneles, escaleras que llevan a ninguna parte, pequeñas salas con mesitas de piedra falsa donde descansar y mil y un recovecos que explorar, todo lleno de tallados y esculturas entre divertidas y terroríficas que te acompañan mientras subes poco a poco hasta llegar a los salones y bares que tienen a distintos niveles. No sólo es divertido, sino que los salones son muy agradables. Volveremos mañana, ahora toca dormir.
Al despertar, y tras recoger la ropa limpia (y pagar dos duros) y un desayuno de huevos y tostadas, nos toca el tour secreto junto a una pareja de Israel. Por desgracia, Mr. Rot no está disponible, pues está en Saigon (ahora se llama Ho Chi Min city, pero todos los locales la siguen llamando Saigon). Una pena, porque, siendo un veterano de la guerra de Vietnam, seguro que tiene muchas historias que contar, pero su sobrino adoptivo se ocupará de nosotros estupendamente.
¡Atención, spoilers! Si tienes pensado hacer el tour de Mr. Rot, recomendamos que no sigas leyendo y lo hagas a ciegas, que para eso es secreto.
El tour empieza en una limusina-furgoneta de esas tan comunes en este país. Nuestro guía nos ofrece distintos sitios para empezar: La Crazy House, el teleférico, el mercado… los sitios más turísticos de la zona. Tras optar por uno de ellos, se ríe en nuestra cara. Si queremos ver eso, estamos en el tour equivocado. Nos va a llevar a las aldeas y zona campestre colindante y allí, ya veremos.
Nuestra primera parada es la granja de grillos y gusanos de seda, aunque nos centraremos en los grillos. En distintos compartimentos, según tamaño y edad, miles de grillos se aglomeran y cantan para saludarnos. Pasar la mano cerca los hace dispersarse en bandadas entre las hojas de bambú, creando un sonido similar el de la lluvia sobre los árboles. Jessie (o algo así), el sobrino de Mr. Rot, lo llama cricket rain, lluvia de grillos.
¿Para qué una granja de grillos? Os preguntaréis. La respuesta nos esperaba a la salida en forma de un plato de grillos salteados con lemongrass y un cuenquito de salsa de chile para mojar. Resulta que están bastante buenos. Los pequeños son más crujientes y son un buen aperitivo. En forma de tortillita, como los camarones, estarían estupendos.
Los grillos son un plato más caro que la mayoría de los fideos y sopas que la gente toma diariamente.
De los grillos, pasamos a los gusanos de seda, aunque en su siguiente etapa de capullo (los de seda, no a los que votamos cada año).
En la fábrica de hilo de seda, millares de capullos esperan su aciago destino en bandejas. Al agitarlos, se puede notar el gusano aún dentro. De las bandejas, irán al agua caliente, donde se ablanda la seda y se mata al gusano. La seda exterior, de menor calidad, irá a mantas y bolsas, mientras que la interior se usará para camisas, corbatas y prendas en general.
Las chicas que hierven los capullos los agrupan de seis en seis en una máquina que se encarga de trenzarlos y crear el hilo propiamente dicho, que se ordena automáticamente en centenares de ovillos. El destino de los gusanos, por suerte, no es la basura. Unos cuantos irán destinados a consumo humano, salteados como los grillos que acabamos de probar. El resto, a alimento animal para cerdos, gallinas y demás.
Jessie nos cuenta que la seda hilada sale a un euro el kilo, más o menos. De ahí hay que teñirla, tejerla y convertirla en las prendas que llegan a nuestras tiendas, lo que subirá el precio considerablemente.
La siguiente parada es más turística, la cascada del elefante, que recibe el nombre de… no se sabe. Hay tres teorías:
1. Los que la encontraron, vieron elefantes bañándose a su pie (raro, pues no hay elefantes en Vietnam, aunque Jessie afirma que antes los había).
2. Los grandes rocas sobre las que cae tienen una textura similar a la piel de un elefante, y la leyenda cuenta que son las partes de un elefante gigante que cayó por la cascada.
3. Hay una montaña cercana con forma de elefante que recibe el apto nombre de montaña del elefante. La cascada recibiría su nombre por proximidad.
La cascada es muy bonita, pero para eso están las fotos. echad un vistazo. Bajamos a su pie sin Jessie, que decidió esperarnos arriba.
Tras un helado en el bar cercano a la cascada, es casi hora de comer, pero primero, hay una parada más: el mercado.
De camino al mercado, Jessie baja la ventanilla y arranca unas bolas verdes peludas de un árbol del camino, curry. Al abrir las bolas de curry, hay unas semillas rojas. Que Jessie nos invita a utilizar.
Para matar el hambre, Jessie nos da una especie de donut y un flan que compra a una vendedora local. La chica israelí no come gluten, ni azúcar, ni fritos, ni arroz, ni nada, vaya. No por alergias, sino porque «es malo», así que el pobre Jessie las pasa canutas para darle algo.
En el mercado, entre chistes, Jessie nos enseña varias frutas, verduras y carnes. También nos explica que ahí se compran alimentos frescos por la mañana y enseres varios por la tarde. Una tienda se centra en vender cosas de papel para quemar con el objetivo de mandarlas a los familiares muertos. Hay ropas, coches y hasta iPhones de papel.
El mercado no tiene solamente carnes ya despiezadas (entre ellas, perro, que, como ya comentamos, da suerte y comerlo quita el mal de ojo), sino animales vivos de todo tipo: gallinas y patos en jaulas, y peces, ranas, anguilas y otros bichos acuáticos en tinas varias.
Mientras Jessie hace algunas compras secretas para el postre, nosotros esperamos a la orilla de un lago y Alberto aprovecha para sacar dinero de un cajero, que estamos escasos.
Ahora ya sí toca la comida. La limusina nos lleva a la casa particular de una señora mayor amiga de Mr. Rot, donde nos sirven unos fideos de arroz salteados con verduras y tofu que están estupendos. La israelí come setas.
El postre sí es para todos los públicos: ¡frutas diversas! Dragonfruit, rambutanes, manzana vietnamita y otras tantas que sientan de maravilla.
Mientras comemos, toca clase magistral de lengua y cultura vietnamitas.
El idioma tiene seis tonos, es decir, cada vocal se puede pronunciar de seis formas distintas pero con los mismos fonemas, como cantando. Nuestras gargantas occidentales hacen lo que pueden para imitar lo que nos dice, pero, básicamente, la misma palabra puede significar padre, novio, ternera o basura, según el tono. Pronunciar mal las gracias significaría mandar callar al oyente. Para ellos, la diferencia es tanta como sería para nosotros cambiar letras. Mala cosa, llevamos haciendo callar a la gente una temporada.
Tras la comida, toca la parte verdaderamente secreta del tour, lo que lo diferencia de todos los otros tours disponibles por ser algo que solamente Mr. Rot (y ahora su entrenado sobrino) puede hacer… y hasta aquí puedo leer. Por ser técnicamente ilegal, se nos ha pedido que no le hagamos público online. Si tenéis curiosidad, invitadnos a una cerveza y os lo contamos.
Tras el secreto, el tour acaba con todos empapados bajo un chaparrón corriendo hasta la limusina. Llegamos al hotel sin acontecimientos y pasamos la tarde paseando por la ciudad.
El mercadillo está, una vez más, en marcha. Antes de comer nos agenciamos una nueva tarjeta SIM para tener internet esta semana. La dependienta parece que tiene que fabricar la tarjeta a mano, una eternidad más tarde salimos de la tienda en busca de alimento. Esta vez nos interesan un poco más los asaltantes de los pinchos a la parrilla, pero su insistencia nos desconvence y acabamos picoteando aquí y allá, empezando por algo que se anuncia como pizza de Da Lat. Es una lámina de papel de arroz con cosas variadas por encima que nos sirven enroscada cual crepe y sabe un poco a gamba. Está bastante buena.
El siguiente plato son crepes propiamente dichos que hacen un un puestecito al son de una cover rara de Despacito. Empezamos por el de chocolate y acabamos con uno de pollo y ternera, como mandan los cánones de comer por los ojos. El de chocolate estaba mejor.
De postre, un yogur, o yoaurt, como anuncian los carteles.
Cenados y contentos, rematamos la noche con una visita al Café de los 100 techos, donde nos perdemos tanto que llegamos a una zona a medio construir. Se ve que lo están ampliando y van a hacer una terraza on laberinto extra o algo. Hay un gato.
A la mañana siguiente, todavía tenemos unas cuantas horas antes de nuestro avión, que sale a eso de las dos de la tarde, así que aprovechamos para visitar la Crazy House. Es un hotel/coso turístico lleno de escaleras laberínticas y, la verdad, sin mucho interés. No vale los tres euros que cuesta. Es del estilo del Café de los Cien Tejados, pero mucho más aburrido.
Pasad del asunto.
Aprovechamos el tiempo restante para pasear por la ciudad, y disfrutar del fresquito antes de volver a Hanoi.
Tras un desayuno-almuerzo en una panadería y que no estaba mal (después de las panaderías de Japón, poco se puede hacer), pedimos un taxi y tiramos para el aeropuerto. Despidiéndonos de DaLat
Nuestro segundo vuelo doméstico era con Vietjet, que te cobra por maleta facturada y no lo sabíamos. Las gracia nos cuesta 24 euros. Si tenéis que coger un vuelo doméstico en Vietnam, y tenéis maletas que facturar, usad Vietnam Airlines si el billete os sale igual de precio. Nos espera un paseo interesante hasta Sa Pa, nuestro último destino, pasando por Hanoi.