Por los arrozales de Sa Pa

Llegar a Sa Pa es una aventura en sí misma. Tenemos reservado un tren nocturno con King Express que, saliendo a las diez de la noche de Hanoi, debería dejarnos en Lao Cai, a poco menos de una hora de Sa Pa, sonde la compañía nos ofrece una limusina para dejarnos en nuestro destino final.

Pero nos estamos adelantando. Es a las cuatro de la tarde cuando aterriza nuestro avión en Hanoi. Recuperamos nuestro muy excesivo equipaje por el que, además, tuvimos que pagar extra, pues VietJet dejó de incluir maletas facturadas gratis hace cosa de un mes (nos sentimos muy estafados) y cogemos un Grab hasta la estación de tren de Hanoi, con la idea de dejar nuestro equipaje en la oficina de la compañía o en una taquilla para no tener que cargarlo hasta Sa Pa.

El desvencijado edificio que reza «Hanoi Station» no inspira la mayor de las confianzas. La taquilla oxidada y endeble hasta la que nos dirige una señora que habla menos inglés que Cervantes, menos todavía, pero es lo que hay, porque la oficina de la compañía no parece estar disponible, o existente, o nada. Nadie nos entiende, pero nos dicen que sí a nuestro ticket y a «Sa Pa», así que debe de ser aquí.

Tras hacer trasvase de mudas y enseres básicos a la mochila pequeña, pagamos la friolera de 13 euros por dejar las maletas en la taquilla chunga lo que, creemos, será tres días (no tenemos tren de vuelta). ¿Habrá algo dentro cuando volvamos? La señora cierra el candado y nos da la llave. No nos sentimos más seguros.

Paseamos un poco por Hanoi cotilleando precios de maletas. Sospechamos que, con ganas y empeño, podrían bajar al precio que queremos. Buena cosa.

La cena es poco vietnamita. Los de Expensify comieron pizza en Hanoi como el segundo día y algunos juraban y perjuraban que era la mejor pizza que habían tomado. Hay que probarla.
Resulta que podría ser cierto. Nos tomamos unas pizzas de burrata y proscciuto y de sashimi de salmón por las que pagamos una burrata burrada (¡unos 30 euros!). Espectaculares, sobre todo la de burrata, la verdad.

Cuando ponemos rumbo a la estación de tren, una vez más, siguiendo Google Maps, nos llevamos una sorpresa. Un inmaculado edificio blanco, con carteles luminosos, taquillas automáticas y todas las modernidades se mofa de nosotros con su cartel: «Hanoi Station». ¿Dónde hemos dejado todas nuestras cosas? ¿Qué es este sitio? ¿Y nuestra estación chunga? ¿Por qué las cosas con sabor a fresa no saben a fresa? Cientos de dudas inundaban nuestras mentes.
Tras unas cuantas preguntas en la zona, descubrimos que a Sa Pa se llega a través de la estación B, que está al otro lado de las vías. Un buen rodeo nos devuelve a nuestro edificio chungo donde, ahora sí, un caballero de King Express nos guía, saltando a través de las vías, a nuestro vagón de tren.

El vagón tiene cuatro camas tipo litera, similares a las de la India, y lo compartimos con dos chino-malasios bastante simpáticos. Una señora se empeña en darnos agua y bebidas, insistiendo en que es gratis. No puede entender que no queramos una lata de cerveza calentorra y se esfuerza en hacernos comprender que es gratis. La comunicación falla y abandona la lata en el camerino.

La noche pasa malamente. El tren traquetea, chirría y rechina, y la cama es muy pequeña para Alberto. Entre los dos no llegamos, ni de lejos, a sumar ocho horas de sueño cuando el tren llega a Lao Cai a las cinco de la mañana, donde un conductor de «limusina» nos espera con un cartelito.

Sa Pa es una pequeña ciudad de montaña muy pintoresca, con una iglesia central (también de origen francés), donde todo el mundo queda. Nosotros no somos menos. Tras desayunar unas sopas fideosas (bun cha y algo que no sabemos), tenemos que encontrarnos con Su cerca de la iglesia.

Su es una guía independiente de Sa Pa con la que hemos reservado un trekking (que es como se llama ahora a pasear por la montaña) de dos días y una noche (que pasaremos en su casa). Los comentarios online son todos buenos, así que tenemos altas expectativas.
Mientras esperamos, nos llega un Whatsapp. Su se encuentra mal y no puede venir, pero nos manda a su hermana, que también hace de guía asiduamente. Llegará una media hora tarde. Mal empezamos. Cada vez nos parecen más caros los ya muy caros 80 dólares que apalabramos por cabeza. Veremos.

Mientras esperamos, nos acercamos a una oficina de tours para informarnos sobre la subida al Fansipan, el pico más alto de Vietnam y de toda Indochina, que está al lado de Sa Pa. La subida son dos días, haciendo noche en una cabaña de montaña para ver el amanecer desde la cima. El precio del guía (que, según nos dicen, es obligatorio), más de 90 dólares por cabeza. La bajada la podemos hacer a pie on en el teleférico que se construyó en 2016 y lleva prácticamente hasta la cima. El paseo en teleférico son solamente 30 dólares por cabeza, pero no es tan guay y la subida a pie dicen que es muy bonita. La salida del sol importa poco porque, según investigamos, la cima está casi siempre nublada. Nos vamos sin decidir qué hacer.

Al poco tiempo, Chi, la hermana de Su, aparece sonriente a recogernos. Nos cuenta que llega tarde porque estuvo en casa de Su toda la noche y casi no durmieron. Asumimos que estuvieron de fiesta y Su está de resaca, por eso no nos quiere.
Empiezan los 17km de trekking del primer día. El paisaje montañoso es precioso y tenemos buen tiempo. Cruzando montañas y atravesando valles cual ninja Hattori, pasamos por varias aldeas y granjas.

Búfalo de agua tomando el sol
El primer descanso
Patos en postura defensiva, si te alejas descruzan sus cuellos.
Arrozales

Aunque el paisaje es precioso, tenemos entendido que es aún mejor en Junio, antes de la cosecha, cuando todas las terrazas de los arrozales están doradas con el grano maduro. Aun así, las vistas son estupendas.
Chi nos anima a frotarnos las manos con unas hojas que llama Indigo Blue y, en teoría, utilizan en su aldea para teñir las telas. Efectivamente, después de un ratito, tenemos las manos de color azul verdoso. Nos informa que se irá en un par de días.

Chi y una plantación de plantas para teñir de azul a su espalda.

En las bajadas, vamos detrás de Chi, intentando no caernos dentro de ningún arrozal. En las subidas, le cuesta seguirnos el ritmo. Nos sorprende, ya que debe de hacer este recorrido muy a menudo. Dos señoras mayores se nos han unido desde la salida de Sa Pa y no sabemos muy bien qué quieren, pero ahí vienen.

Misteriosas acompañantes

Para estos paseos, es importante llevar agua en abundancia. Chi no traía para nosotros (una vez más, nos parece que estamos pagando mucho). Por suerte, compramos botellas antes de salir, por si acaso.
Lo que sí está incluido es el almuerzo para ambos días y la cena. La primera comida consiste en arroz o fideos con pollo, cerdo y verduras en un pequeño restaurante de montaña, donde otros grupos, todos más numerosos y con sus respectivos guías, se detienen también para comer.

Descanso para comer

El verdadero valor del viaje, aparte de las vistas y el ejercicio, es hablar con Chi. Le preguntamos cosas sobre su vida, su aldea y sus costumbres, y quedamos bastante impactados con algunas de ellas.
Chi se casó a los 16 años, cuando su marido la raptó por la noche y se la llevó a casa de su familia durante tres días. Según la tradición del pueblo, tras esos tres días, la llevan de vuelta a su casa, donde decide si quiere casarse o no. Si dice que no, el novio puede intentar el rapto otra vez en unos meses, a ver si la convence.
Ella dijo que sí a la primera, y tuvo su primer hijo antes de cumplir los 17.
Ahora vive en la granja con su marido y sus tres hijos (dos niños y una niña) donde, además de dar tours, se encargan de plantar arroz y de cuidar a sus múltiples animales: gallinas, patos, perros, peces y un búfalo de agua.

Los búfalos son muy caros, pudiendo costar más de 1000 euros. Duran de 7 a 9 años, edad a las que los sacrifican para comer o los venden, también para carne, pues son ya viejos para trabajar. Si alguien muere, también se sacrifica un búfalo para el funeral.

Las gallinas las tiene, principalmente, para carne. Si quiere huevos, suele usar los de los patos o los compra. Los huevos de gallina están destinados a dar más gallinas.

Los patos, nos cuenta Chi, no saben tener bebés. Se bañan yo luego se sientan sobre los huevos, mojándolos todos y cargándose el proceso de incubación. Si quieren patitos, el truco está en poner los huevos de pato con los de gallina. La gallina clueca se encargará de empollarlos en incluso cuidará de los patitos los primeros meses de vida, hasta que se huela algo por eso de que sus hijos vayan por el agua.

El arroz que cultivan en la granja, unos 600-800 kilos al año, es para consumo familiar. No lo venden, pero es que en esa casa caen 50 kilos de arroz al mes. Tras la cosecha del arroz, usan el campo para cultivar maíz (principalmente como comida para animales) y coles.

Los peces los compran pequeños, del tamaño de un dedo, y los echan a un pequeño lago (o un charco grande) que tienen frente a la casa. Los alimentan de plantas y los restos de la cosecha y luego los pescan con una red como pueden, ya bastante grandes.

Los perros no tienen nombre, simplemente se refieren a ellos por su apariencia. Chi tenía dos, Perro Marrón y Perro Negro. Perro Marrón estaba encadenado, castigado por comerse las gallinas de los vecinos.

La falta de nombre es importante. Los perros son mascotas de la familia durante uno o dos años. Después, los matan y se los comen. Por lo visto el olor de la carne es muy fuerte y hay que usar jengibre y otras hierbas para paliarlo. A Chi le parece curioso que tengamos un perro de 5 años.

Los niños son un recurso como cualquier otro. Es importante tener varones, pues tienen que heredar la granja, pero tampoco muchos, porque si no se quedarán con poco terreno tras el reparto. Las chicas también están bien, pues, al casarlas, la familia del novio compensa a la de la novia por llevársela, pero solamente niñas no vale, o nadie heredará tu granja ni te ayudará con ella.
¿Qué pasa si no tienes niños o si tienes demasiados? Lo mismo que cuando no tienes gallinas o tienes demasiadas. O las compras o las vendes. Dependiendo de la edad, un niño cuesta de 80 a 180 euros. Mucho más barato que un búfalo. Los recién nacidos son los más económicos, pues hay que criarlos, y alcanzan su valor máximo a los dos años o así. El precio no varía según el género.

Además de la granja, la principal actividad comercial en la aldea de Chi es la industria textil de cáñamo. Todo el camino, Chi ha estado trenzando fibras de cáñamo y formando un ovillo con el hilo resultante. Ese hilo irá después a un telar, donde se convertirá en tela que, más adelante, se teñirá de azul (casi negro) y, tras tratarla a base de frotarla con una roca, acabará siendo una falda, una camisa o alguna otra vestimenta. Es común ver campos de marihuana alrededor de las aldeas, pues son necesarios para obtener la fibra. Las hojas y los cogollos no se desperdician y se destinan a una industria más lúdico-medicinal.

Telas de cáñamo recién teñidas en casa de Chi

El paseo fue bastante sencillo, a pesar de las cuestas, y recorrimos zonas muy bonitas (y llenas de búfalos) hasta llegar a casa de Chi, donde pasaríamos la noche.

Chi tiene un par de cuartos con varias camas, claramente habilitados para grupos de turistas más grandes. Como somos solamente nosotros, podemos escoger cama. No hay elección buena, todas están duras como piedras, pero con lo poco que descansamos en el tren, dormiremos bien en cualquier parte.

Nuestro cuarto

Mientras Chi se ocupa de la casa, nosotros paseamos por la aldea y vemos a los habitantes en sus tareas diarias: granja, construcción, tiendecitas. Todo muy bien.

Comiendo empanadillas que se venden al salir del cole.

Al volver, ya han llegado los niños del cole. Son bastantes más de lo esperado. Hay como siete, repartidos entre dos bancos, viendo los dibujos en la tele. Sospechamos que ésta debe ser la casa donde les dejan ver los dibujos sin pegas.

Antes de cenar, nos damos una ducha en el baño anexo que tiene Chi (el único de la casa) y nos quitamos el sudor y el barro de encima. Aunque el trekking no fuese difícil, estábamos bastante asquerosos.
La cena, que compartimos con Chi, su madre y los tres pequeños (ante la atenta mirada de Perro Negro, esperando a que le cayesen sobras), estaba buenísima. Un gran bol de arroz blanco para acompañar a 5 tipos de platos distintos: rollitos vietnamitas, pollo salteado, cerdo con jengibre… Todo buenísimo. Cuando preguntamos, Chi nos cuenta que, normalmente, sólo hace como dos platos distintos para la cena, además del arroz. De postre, fruta y a dormir a las ocho, que nos han dicho que el gallo empieza a cantar a las 2:30 de la mañana. No nos mintieron, pero estamos tan cansados que no nos molesta mucho.

Despertamos a las ocho para desayunar tortitas-crepes con fruta y una miel muy suave y ligera. La caminata de hoy es más corta, apenas 12km que acaban en una aldea cercana, donde almorzaremos y nos recogerá una de las omnipresentes «limusinas» para devolvernos a Sa Pa.

Cultivo de calabazas de techo

Aunque más corto, el camino es más difícil que el día anterior. Hay mucha arcilla y rocas resbaladizas, probablemente por el chaparrón que cayó anoche. A punto estamos de caernos un par de veces, o de acabar nadando en el fango de una de las terrazas-arrozal, cual búfalo.

Fango
Búfalos

Por el camino, nos encontramos con Su, la que debía haber sido nuestra guía original, y su casa. Parece ser que no estaba de resaca, sino enferma. Llevaba una temporada mala y había decidido llamar al chamán de la aldea para que le echase una mano. El chamán pasó la noche purificando la casa (por lo que no habían dormido mucho) y tuvieron que sacrificar unas gallinas y un cerdo. Según el Chamán, los 26, la edad de Su, es su año de estar enferma. Cuando cumpla 27 se le pasarán todos los males. Su nos explica que nadie nuevo puede entrar en la casa hasta dentro de tres días y que por eso tuvimos que pasar la noche en casa de su hermana. Hay un chico británico allí que ha estado haciendo el tour con su prima, pero como ya estaba allí la noche de la purificación caseril, él sí que puede entrar en la casa.

Tras despedirnos, preguntamos a Chi sobre la marca marrón que Su tenía en la frente, del tamaño y forma de un huevo de gallina pequeño. Hemos visto marcas similares en la frente de otras personas de las aldeas. Por lo visto, se trata de un método del chamán para quitar las jaquecas. Si te duele la cabeza, cogen un cuerno de búfalo, le cortan la punta y lo rellenan de ascuas. Luego, te lo ponen en la frente durante 20 minutos. La marca ovalada es una quemadura con la forma del corte en el cuerno. A los siete días, te quita el dolor de cabeza. No decimos nada, pero mucho debe dolerte la cabeza para recurrir a este sistema.

Sobre los chamanes, por lo visto ni se aprende ni se enseña. Te toca. Durante la infancia, puedes ponerte enfermo, te entra una locura y te conviertes en chamán. Chi nos cuenta que se salta una generación y que es común que los nietos de chamanes se vuelvan chamanes.

Aldeanas recogiendo arroz.
Sistema de riego.
Entrando en un bosque de bambú.

Al final, sobrevivimos a los resbalones y llegamos a nuestro merecido premio: una cascada. Hay varios turistas visitándola, pero nadie se baña. Inexplicable. Nosotros nos quedamos rápidamente en ropa interior y nos tiramos al agua, que estaba fría y sentaba estupendamente.

Nacimento de la casacada.
Tomando un baño.

El restaurante donde nos debía recoger la limusina no quedaba lejos, y allí comimos básicamente lo mismo que el otro día, nos despedimos de Chi y nos subimos a la limusina con el chico que había pasado la noche en casa de Su. Nos confirma el rito chamánico y dice que estuvieron cantando y tocando gongs y tambores hasta las tres de la mañana. Los animales sacrificados los sirvieron luego de comida. También desayunó rata de montaña, que cazaron los hijos de Su. Se ve que nos perdimos cosas interesantes.

Foto de despedida.

Al volver a Sa Pa, dejamos las cosas en un hotelito que nos hemos cogido para esta noche y salimos de paseo con dos misiones: cenar y encontrar una linterna. Trajimos varias linternas al viaje, pero están todas en la taquilla de la estación de Hanoi. O se las ha llevado alguien con todas nuestras cosas. El caso es que no tenemos.

Cenar fue bastante fácil. Tomamos unos salteados con arroz blanco, que se ve que es lo que se lleva en la zona. La linterna nos costó bastante. La ciudad está llena de tiendas de montañismo y senderismo, pero ninguna tiene linternas. Al final, a base de enseñar una foto de una linterna en el móvil, conseguimos una, pero nos cuesta unos 7 euracos.
Además de la linterna, nos aprovisionamos de galletas digestive, galletitas de oso panda, barritas energéticas y unos tres litros de agua. Para rematar, unos zapatos de The North Face (o una falsificación muy buena) para Ana, que tiene las suelas muy gastadas. Las de Alberto también lo están, pero sus zapatos son mejores y puede sobrevivir.
¿El objetivo de todo esto? Tenemos una misión ninja secreta (y puede que ilegal) para mañana/esta noche y hay que estar preparados. Hemos decidido que pasamos de pagar 90 dólares por cabeza por un guía o 30 por el teleférico. Vamos a despertarnos a las tres de la mañana, llegar a la base de la montaña y subir al Fansipan, la cumbre más alta de Indochina, por nuestra cuenta. Esperemos que no haya un tifón.