El avión tocó tierra a las tres y cinco de la tarde, hora de Delhi. ¡Estupendo! Media horita extra para llegar a tiempo al tren.
Nuestro gozo en un pozo. Los viajeros con e-visa tiene que pasar por unas colas especiales en inmigración. No son particularmente largas, pero avanzan extremadamente lento.
Tres cuartos de hora después (16:00) recogemos la mochila, pasamos aduanas y salimos del aeropuerto. Ya lo habíamos visto desde el aire, pero la contaminación de Delhi impresiona. Un manto blanco cubre la ciudad como si fuera niebla. Consideramos, de hecho, que igual es niebla, pero siendo las cuatro de la tarde y teniendo en cuenta la dificultad de ambos para respirar, parece poco probable.
Es muy fácil llegar al metro al salir del aeropuerto, en el suelo hay rayas azules acompañadas de flecha samarilla que dice metro, solo hay que seguirlas. Se llega bastante rápido.
Antes de subir al metro, hay otro control de seguridad. Lo pasamos rápidamente y, unos minutos después, nos subimos a un metro dirección Nueva Delhi.
El metro de Delhi funciona con unas pequeñas fichas como las de los coches de choque “nugget tokens”, que hay que escanear al entrar y devolver al salir. Gracias a los cielos, los taquilleros nos dieron los tokens que necesitábamos. Necesitas distintos tokens dependiendo de las líneas que vayas a coger. Por ahora, el metro parece nuevo, cómodo y bastante vacío.
Error fatal. Nos bajamos en Nueva Delhi (parada la estación de Nueva Delhi) y cogemos la línea amarilla de metro en dirección norte, siguiendo las huellas amarillas del suelo, para llegar a la estación de tren que nos toca (Old Delhi/Delhi Junction). El metro es totalmente distinto: No sabemos si es viejo o nuevo, porque está totalmente lleno. No, muy lleno no, extremadamente lleno. Totalmente lleno. Unos guardias de seguridad empujan a la gente para que se apriete bien y se puedan cerrar las puertas. Lleva varios intentos, pues siempre hay una mano, un pie o un hombro en medio. Parece que Ana es la única chica del vagón.
En cada parada la oleada de gente que se mueve para salir y entrar es como una corriente marina, te arrastra sin saber dónde te pararás cuando se cierren las puertas. Muy divertido.
Tras un par de paradas, llegamos a la que nos toca y bajamos a empujones entre un mar de gente haciendo lo mismo. Seguimos las señales hasta nuestra salida y subimos al exterior. Nos saluda una calle a medio asfaltar, un montón de puestecitos callejeros y diversas señales que no entendemos. Todavía falta media hora para que salga el tren. Parece que lo vamos a conseguir.
Efectivamente, poco después y tras pasar una seguridad que dudo fuera segura, nos subimos al tren. Compartimos habitáculo en segunda clase con una familia de indios. Nuestro primer destino es Jaipur, donde nos cambiaremos de vagón (que no de tren) para seguir hasta Jaisalmer. El motivo de este despropósito es, simplemente, que no había billetes de la misma clase para todo el trayecto. De hecho, ni siquiera había billetes de distintas clases. El tren va lleno de Jaipur a Jaiselmer y nosotros estamos en lista de espera. La idea es subirnos a un vagón de clase Sleeper (la más barata) y esperar que les de pena echarnos. Dependiendo de eso, nuestro primer día será en Jaipur o en Jaiselmer (o en una ciudad intermedia donde nos echen).
Segunda Clase
Nos bajamos de segunda clase y conseguimos con éxitosubirnos en uno de los vagones de la sleeper class del Jaiselmer express. Costaba entrar en el pequeñísimo vagón, lleno de indios e indias durmiendo por el suelo. Gracias a otros indios que entraron con nosotros y medio despertaron a algunos de los indios del suelo, tuvimos suficiente espacio como para sentarnos en cuclillas. No parecía muy alentador para las siguientes 12 horas de trayecto.
Tengo que decir que pese a eso no me arrepiento de nada. Había una o dos moscas pululando por ahí, pero ni rastro de ratones o cucarachas. Además tuve una maravillosa experiencia con los indios durante todo el trayecto. Por supuesto, éramos los únicos extranjeros.
Al principio nos entretuvimos charlando con los indios que entraron con nosotros, pero a la hora o así unas siete indias hicieron que nos levantáramos, pues estábamos enfrente del baño y tenían que hacer sus necesidades.
Ya sabemos porque las indias van juntas al baño, para prestarse las chanclas. Este era el sistema, primero una se ponía las chanclas y entraba mientras la otra sujetaba la puerta, luego cuando la primera acababa, la segunda se ponía las chanclas y la tercera sujetaba la puerta, mientras la primera volvía a su asiento, por llamarlo de alguna manera, y así sucesivamente.
Se dieron cuenta de que era una chica y me llevaron con ellas a sus asientos y ahí pasé las siguientes 6 horas de viaje. Abandonando a Alberto.
Asiento de Ana
Asiento de Alberto, La manta es porque entraba corriente por la puerta.
Tengo que decir que estoy maravillada, son unas mujeres super fuertes y si los hombres no las respetan ellas fácilmente se hacen respetar. Por lo general, todos los hombres del tren hacen lo que ellas dicen. Echaron a uno de su asiento para ponerme ahí.
Son muy muy amables y simpáticas, nos pudimos medio comunicar, y nos reímos mucho, aunque sólo una de las jóvenes hablaba inglés.
Otra cosa que me pareció curiosa es como se tratan entre ellos. Parece como si todos fueran de la misma familia, no les da ningún reparo regañarse entre ellos como primos lo harían, o arrejuntarse en el suelo a dormir como hermanos, con pies por aquí y cabeza por allá.
Cuando llegamos a Jodhpur, el tren se vació bastante… sólo para volverse a llenar de inmediato. Por algún motivo, unos policías decidieron que ahora era un vagón “for ladies only”, así que nos bajamos y corrimos a lo largo del tren hasta encontrar otro donde subir. No es que hubiera espacio, pero era notablemente mejor que el otro (para Alberto).
A medida que fue avanzando el viaje y la gente despertaba, nos dimos cuenta de que somos tan exóticos para los indios como ellos para nosotros. ¡No paraban de pedirnos fotos!.
El paisaje empezaba a cambiar y se volvía más desértico. Vacas, cabras, perros y algún que otro camello pasaban fugazmente tras las ventanas. Había también una especie de antílopes pigmeos, del tamaño de un perro, que pululaban por ahí.
Hicimos pandilla con un grupo de indios, uno de los cuales hablaba un inglés muy bueno, y charlamos un poco de todo: de España, de la India, de EEUU… La India es un país muy religioso, y están muy orgullosos de ello. Casi cada indio con el que hablamos nos lo comenta, y nos explica que, como son tantos y hay tantas religiones, han aprendido a respetarlas todas, pero cada cual vive según la suya propia, sin molestarse unos a otros.
El que hablaba inglés era hindú, pero en el grupo había también un musulmán y un sij, con su barba. Al hindú le preguntamos varias cosas sobre la religión, que se basa en preceptos como el quererse y tolerarse unos a otros y el trabajo duro. Entre nuestras preguntas, estaba la obligatoria: Y las vacas, ¿qué?
Las vacas NO son sagradas. Sin embargo, como dan leche (que los indios se beben), se considera que se las debe tratar como a tu propia madre. De ahí que nadie las moleste. La mayoría tienen dueño, pero no están encerradas. Pasean por ahí y, al anochecer, vuelven solas a sus casas. “Como los hombres”, decía el Indio con una sonrisa.
Otro indio, que no sabía decir ni “hello”, estaba empeñado en ponernos videoclips y cortos musicales indios en el móvil. Si saber qué hacer, nos comimos como cinco.
Finalmente, tras 36 horas de viaje, ¡llegamos a Jaisalmer, la ciudad dorada de Rajastán!
Fundamental el asunto del agua. Tenéis que intentar llevar siempre encima una botella de agua mineral comprada en un sitio de confianza. La del grifo, como muy bien decís, ni mirarla.
Me sorprende lo mucho que regateais, creo que podriais gastar un poco mas.