Nada más salir del hotel, ya vemos que el ambiente de la ciudad ha cambiado. Oleadas de gente de dirigen hacia la salida del pueblo, y las motos campan a sus anchas por el centro, entre pitidos.
En el estadio todavía quedan algunos eventos, principalmente exhibiciones y bailes, que concluirán a mediodía para poner punto y final a la semana de fiestas.
Durante la feria comimos de esto. No sabemos cómo se llama, pero es un picoteo rico.
A la hora acordada, nos dirigimos al salón de belleza de Sheshi y, a los pocos minutos, nos abren, saludan e invitan a pasar.
Las hijas de Sheshi y Ana
Tras unos chais, unas galletitas especiadas de desayuno y varios chapurreos conversacionales (el inglés de Sheshi dista bastante de ser perfecto), seguimos a Sheshi y su hermana hasta un pequeño local donde empiezan a sacar salwars para Ana, uno detrás de otro. Finalmente, nos decidimos por uno azul con bordes dorados que nos gusta.
Tras tomar las medidas a Ana, el sastre manda el salwar a arreglar y nos invita a un chai mientras esperamos. No nos queda mucho tiempo, pues queremos coger el tren de las tres y pico hacia Jaipur desde Ajmer y todavía tenemos que encontrar cómo llegar hasta la estación y comprar los billetes. Sheshi le regala a Ana un chal como regalo «de boda».
En cuanto llega el vestido de vuelta, pagamos las 700 rupias que cuesta y salimos por patas, debatiendo si nos han estafado o no. Tras bastante discutir, creemos que no mucho.
Seguimos a la marabunta de gente hasta lo que parece ser el punto de recogida de los autobuses durante la feria. Cuando digo “mucha gente”, lo digo de verdad. Hablamos de un pueblo de 5000 habitantes en el que se meten otros 150.000, y la mayoría se vuelve hoy a casa.
Nos subimos en el autobús del señor que grita “¡Ajmer, Ajmer, Ajmer!”. Nos apretamos como bien podemos (no nos mandan al techo, como a otros, porque Ana es una chica) y vamos hasta Ajmer como sardinas en lata.
En la estación, rebotamos de una taquilla a otra, intentando encontrar la manera de comprar tickets sin tener que hacer horas de cola, principalmente porque el tren sale en breves. Al final, una señora nos saca los tickets en una de las máquinas automáticas (hace falta una tarjeta que no tenemos) y nos subimos al tren en dirección a Jaipur, la ciudad rosa de Rajastán.
Como ya habréis notado, las ciudades de Rajastán tienen un color asignado, como las de la primera generación de Pokémon. Jaipur será la última ciudad de Rajastán que visitemos y, con ello, la última de temática colorida.
Llegamos a Jaipur sin contratiempos y sin hotel. Tras pasar de los tuk-tuks, nos subimos al metro (nos sorprendió que hubiera) y, tras preguntar un poco y pagar 10 rupias por cabeza por los tickets, subimos a un tren en dirección a la parada que, según nos dijeron, estaba más cerca de la ciudad rosa, que asumimos es el centro de la ciudad.
Al bajarnos del tren, el sol se había ya puesto y la vida nocturna de la ciudad comenzaba. Tras callejear un poco por una zona de aspecto turbio, llegamos a unos arcos de piedra rosa que dan paso a la ciudad antigua, concretamente a una zona de bazares donde se pueden comprar desde pashminas hasta patatas. En las calles que rodean esta zona vemos varios locales dedicados a la fabricación y venta de estatuas de mármol, mayoritariamente de deidades. Hay un sinfín de tiendas distintas… pero ningún hotel o guesthouse, y la noche empieza a cerrarse. Habrá que preguntar.
Por lo visto, no hay hoteles en la propia ciudad rosa, pero hay muchos, según nos dicen, justo antes de la entrada, así que damos media vuelta y vamos tranquilamente hacia la dirección indicada. La zona cercana a las puertas de la ciudad parece mayoritariamente musulmana. Se vende carne y pollo, entre otras cosas.
Tristemente, se repite la historia de Jodhpur: todo lleno. Algo tiene este país que no cogen a extranjeros pasado el ocaso. De hecho, a uno se le escapa que “no hay sitio para extranjeros”.
Bastante descorazonados, aprovechamos el wifi de un hotel bueno para buscar guesthouses, que suelen tratarnos mejor. Hay varias a poco más de un kilómetro y hacia allí nos dirigimos con presteza.
Aunque en estas nos aceptan, los precios se salen de nuestro presupuesto, especialmente ahora, que no podemos sacar de los cajeros porque, o están vacíos, o hay una cola de horas delante.
Desde que compramos el safari de camellos en Jaisalmer, supimos que el dinero que llevábamos encima no nos iba a llegar (y todavía nos quedan billetes de mil rupias por cambiar) y asumimos que podríamos sacar del cajero, por lo que nos permitimos ciertos caprichos que redujeron todavía más nuestras arcas. Ahora hay que ir con cuidado.
Finalmente, y por casualidad, encontramos una pequeña entrada que pone “Tony Guesthouse”. Subimos varios pisos de escaleras y nos recibe Tony, un indio bastante mayor que nos enseña un par de habitaciones. El ambiente de la guesthouse nos gusta y nos quedamos con la doble con baño privado por 600 rupias. Bastante más de lo que hemos pagado en otros sitios, pero tras las horas de paseo en busca de alojamiento (porque fueron dos o tres), no estamos para rechazarla.
La guesthouse tiene, además, una terraza con cojines y té (al que nos invitan) en la azotea. Allí nos damos cuenta de que el sitio ¡está lleno de españoles! Por lo menos tres grupos distintos. Entre ellos, una gallega bastante mayor que lleva los últimos 30 años medio viviendo en Pushkar y paseando por la India. Tiene dos tiendas de ropa y complementos en Galicia e importa ropa varia, incluyendo pashminas y seda de Varanasi.
Se nos ha ido la tarde y las energías buscando casa. Mañana por la mañana toca pasear por la ciudad y, tal vez, ver algunos de los monumentos. De momento, bajamos a un local que hay cerquita de la guesthouse a comer. No hablan mucho inglés, así que señalamos cosas del menú, que tienen dibujos o traducción. Pedimos sendos thalis abundantes (120 y 180 rupias respectivamente, postre y agua incluidos) que no conseguimos acabar, pero que estaban muy buenos (y bastante picantes). Después, a dormir en la (francamente incómoda) cama que Tony nos ha proporcionado.
Thali «especial» para Alberto
Thali ¨»superespecial» (o algo en indio) para Ana
Falta foto del salwar que se compró Ana !
Impresionados con vuestro viaje!! Disfrutamos mucho viendo vuestro diario. Sois geniales!!!
Las entradas del blog son una pasada, y joder, entra un hambre de cojones. Espero que la mañana siguiente fuera mejor y que lo sigáis pasando en grande 😀
-Vico