Como sospechábamos, las líneas de tren entre Takayama y Nagoya seguían cortadas la mañana de nuestra partida. Nos informan de que, por supuesto, volverán a estar funcionales al día siguiente. Mira qué bien.
Cogemos una vez más una horrible combinación múltiple de trenes y autobuses (peor que la de la ida) hasta llegar a Nagoya y, desde ahí, nos subimos a un Shinkansen camino a Osaka.
En bastantes ocasiones, las ciudades tienen una parada específica de Shinkansen (por ejemplo, Shin-Osaka), desde la que hay que coger otro tren que te deja en un par de minutos en la estación principal. Eso mismo hicimos y, con ayuda del Google Maps y de unas instrucciones que traíamos impresas, nos pusimos de camino a nuestro apartamentito, alquilado por AirBnb, que estaba a unos 15 minutos andando.
El día, como casi todos, es extremadamente caluroso y rondamos ya el mediodía, así que no hay manera de esconderse del Sol. Si unimos esto a la paliza de trenes de por la mañana, el camino se nos hace eterno.
Una cosa que hemos notado de Japón es que no está nada habilitado para sillas de ruedas. Hay muchas estaciones en las que no hemos sido capaces de localizar ascensores entre pisos, y en Osaka hay muchos pasos elevados que hay que subir por las escaleras sí o sí. Incluso muchas tiendas se encuentran a un nivel distinto del suelo y carecen de rampa o ascensor. Para un país tan moderno, resulta sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que, dentro de dos años, no solamente acogen los Juegos Olímpicos, sino también los Paralímpicos. Van a tener que ponerse las pilas.
Tras el paseo, llegamos a nuestra nueva casa. El anfitrión nos ha dado un código para abrir el buzón, dentro del cual hay una pequeña caja fuerte con otro código, que también tenemos, protegiendo la llave de la casa. Nos hacemos con ella y dejamos las mochilas, llevándonos, como siempre, lo mínimo. Es hora de ir a comer. Sabemos que en Osaka se come muy bien, de hecho es conocida como “la cocina de Japón”, y tenemos varios sitios que nos apetece visitar.
Todos nuestros planes se van al garete cuando pasamos frente a un pequeño restaurante de Udon (fideos gordos japoneses) del que sale un señor mayor y, al vernos mirar, nos dice que está muy bueno. Tenemos que entrar.
Efectivamente, están muy buenos. Es sitio solamente abre tres horas al día, pero los cinco o seis asientos que tiene deben de estar ocupados todo el tiempo.El udon estaba increíble pero el menú que osusumeamos venía también con tempura, el mejor tempura de nuestras vidas. Nos vamos satisfechos, pero todavía capaces de comer algo más si fuere menester.
Una vez alimentados, nos dirigimos al teatro Temma Tenjin Hanjo Tei, donde hay actuaciones diarias de rakugo.
El rakugo es un tipo de comedia tradicional japonesa donde un único comediante se sienta en senza (de rodillas) en kimono, normalmente con un pañuelo y un abanico y cuenta una historia, generalmente cómica, representando él sólo a todos los personajes, usando el pañuelo y el abanico como complementos para ayudarse y haciendo uso de distintas voces, acentos y expresiones faciales para dar a entender qué personaje habla en cada momento. Se practica principalmente en Tokio y Osaka, y el de Osaka suele ser más exagerado y se toman más libertades, usando, en ocasiones, otros complementos aparte de los mencionados, o incluso haciendo la representación de pie. Viene a ser la evolución del cuenta cuentos del Japón de antaño.
Por desgracia, la obra empezaba a la una y no es posible entrar en el descanso. Intentaremos venir al día siguiente, aunque tenemos reserva para ir a comer carne de Kobe y no estamos seguros de poder llegar a tiempo.
En cambio, aprovechamos para pasear por las calles colindantes, que dan la casualidad de ser muy comerciales. Centenares de tiendas, puestos y restaurantes se apilan sin orden ni concierto. Hay un buen número de librerías de segunda mano con manga baratísimo. ¡Qué pena que no lo entendamos! Vamos ojeando y entrando en las tiendas que nos interesan mientras ponemos rumbo al Kuromon Ichiba, un mercado que cae a unos cuarenta minutos de aquí y en el que hemos leído que se come mucho y muy bien.
Por el camino, vemos muchas tiendas de petardos y fuegos artificiales, claramente dándolo todo para vender antes del Obon (que se celebra a mitad del mes). ¿Cerrarán el resto del año?
El Kuromon Ichiba es inmenso. Varias calles techadas llenas de tiendas, mayoritariamente de comida. Paseamos mucho y probamos bastantes cosas. Entre ellas, cabe destacar el tamagotako, un pulpito en un pincho, dentro del cual hay un huevo duro de codorniz, y… el mejor sushi que hemos probado nunca. No era barato, en absoluto, pero era notablemente mejor que cualquiera de los que tomamos en el mercado Tsukiji de Tokio. El pescado era toro, la parte más grasa del atún, y casi se fundía sobre el arroz, dando a todo una suavidad mantequillosa que estaba impresionante.No sabíamos que el sushi podía llegar a estar tan bueno.
En Osaka no hay muchos templos importantes y la principal actividad lúdico-cultural es… bueno, comer, así que eso hacemos. No hay quejas.
A medida que cae la tarde, ponemos proa a nuestro siguiente destino.
Como nos cancelaron varias reservas en AirBnB, la página nos regaló cupones para usar en actividades. Uno de ellos lo gastamos en una “fiesta cotidiana con japoneses”. Básicamente, un chaval nos lleva con él al supermercado a comprar algo de comida y luego vamos a su piso a charlar con él y uno o dos amigos mientras hacemos algo de comida con lo comprado y bebemos. Como era gratis con lo del cupón, decidimos darle un tiento. Hemos quedado a las siete en un 7/11 cerca de su casa. Vendrá con un amigo japonés y hay otro par de extranjeros que se han apuntado.
Por el camino vimos un Don Quijote y, como era de esperar, entramos. Es nuestro Don Quijote preferido hasta la fecha. Recordad: todos son ligeramente distintos. Si veis uno, entrad.
Llegamos antes de la hora acordada y pasamos el rato en el fresquito de la tienda. Poco a poco va llegando gente: los dos japoneses (Hisao y Kohei), una china y dos daneses. Todos muy simpáticos. Lo primero es ir al supermercado a comprar varias cosas. A estas horas es baratísimo, puesto que tienen que vender todo el pescado y todo el sashimi y demás está rebajado como mínimo un 25%. Hisao propone hacer temaki sushi, un minirollito de sushi personal que se puede hacer y comer sobre la marcha. Tiene sentido para modo fiesta, así que vamos a ello.
De beber, Hisao tiene cervezas, whisky y sake, así que compramos alguna otra cosilla y un vino español con su correspondiente fanta de limón, para que prueben un tinto de verano. Para la comida, arroz, aliño, algas y pescados varios. Paga Hisao y vamos a su apartamento que, como corresponde a un japonés de ciudad, es enano.
Nos dividimos en dos equipos (arroz e ingredientes) y nos ponemos a preparar la comida después de brindar. A nosotros nos toca en ingredientes, donde descubrimos que no todos los cuchillos japoneses tienen ese legendario filo por el que son famosos. Una vez está todo listo, nos sentamos a comer.
El proceso es bastante sencillo: coges un alga, le pones arroz y le metes lo que te apetezca. Luego enroscas el asunto y te lo comes. Nada muy elaborado, pero está bueno.
Durante todo el proceso (desde que nos encontramos en la tienda, vaya), charlamos un poco con todo el mundo. Con los japoneses, de cosas de Japón, de sus gustos, comidas y anime favoritos, modo de vida y cosas así. Con los demás, intercambiamos experiencias y opiniones de nuestros viajes por Japón. La china lleveba 7 años viniendo a Japón de vacaciones, y los daneses habían venido el año pasado y les gustó tanto Osaka que volvieron otra vez. Nosotros somos los únicos que nos movemos tanto.
En general, la experiencia es muy entretenida y lo pasamos bien. Probamos un sake bastante bueno y a Alberto le dan un whisky japonés añejo (que habría disfrutado más si le gustase el whisky). A eso de las diez y media, acaba la fiesta y nos acompañan hasta la estación de metro, por supuesto, seguimos charlando todo el camino. El plan de Hisao es comprarse una casa de seis habitaciones en breves y alquilarlas por AirBnB. Hasta hace poco, era profesor, pero su plan es vivir de eso. No es mal plan.
Tras un ratito en metro y un pequeño paseo, llegamos a nuestro piso y toca descansar.
A la mañana siguiente, amanecemos con energías renovadas. Lejos quedan ya los pesares del Fuji y nuestros cuerpos no parecen resentidos. Vamos a pata a ver el castillo de Osaka que está a unos 30 minutos de nuestro apartamento. Es bonito, pero hace un calor abrasador, así que vemos el exterior y gran parte de los jardines en 40 minutos.
Una vez completada nuestra ración de cultura, cogemos un tren hacia Kobe, que está a unos 40 minutos. Tenemos reserva en Ishida, un restaurante de teppanyaki donde pensamos tomar la, supuestamente, mejor carne del mundo.
El restaurante no está lejos de la estación y lo encontramos sin mucho problema. Nos atienden enseguida, localizan nuestra reserva y nos sientan frente a la plancha.
Hemos escogido dos menús distintos, ambos con carne de Kobe de calidad A5. Uno de ellos trae un lomo y otro un solomillo, que además te garantiza que está dentro del rango alto de la propia A5, que también tiene una subclasificación. La idea es compartir ambos. Además de la carne, el menú incluye unos entrantes y postres, así que empiezan por traernos una ensalada, un caldo y algo de aperitivo.
En los restaurantes de teppanyaki, el cocinero prepara el plato principal frente a ti, así que cuando llegó el momento, el cocinero se presentó ante nosotros con las carnes (con una pinta impresionante) y preparó unos platos con distintos tipos de sal, mostaza y ajitos fritos. La idea es probar la carne con distintos aderezos si nos apetece.
Lo primero que hace es cortar la grasa de los bordes y usarla para engrasar la plancha. Cuando está todo listo, empieza a preparar las piezas.
Como le decimos que queremos compartir, una vez están hechas (poco hechas, por supuesto), nos las trocea, para poder comerlas con palillos, y nos sirve mitad y mitad. Estamos listos para empezar.
No necesitan más que un poco de sal, y hasta eso les sobra. No sólo es, con diferencia abismal, la mejor ternera que hemos tomado en nuestras vidas, sino que ni siquiera vale la pena intentar compararla, es una experiencia distinta. Se funde en tu boca y las vetas la hacen más jugosa y sabrosa que cualquier otra carne que hayamos probado nunca. Incluso el corte más barato, el lomo, es infinitamente mejor que cualquier solomillo o ribeye que hayamos probado antes. Una experiencia alimenticia única.
Una vez hemos acabado, y todavía medio en éxtasis, nos sirven otra ensaladita y el cocinero le hecha los trocitos de grasa que utilizó inicialmente para engrasar la plancha. Hasta eso está bueno. Nunca podremos volver a comer carne y disfrutarla como antes.
Tras los postres, volvemos a Osaka. Parece que vamos a perdernos el Rakugo una vez más, pero, por ser sábado, hay una sesión vespertina a las seis, así que compramos entradas y nos lo apuntamos para luego.
Mientras esperamos a que dé la hora, seguimos paseando por la ciudad hasta que encontramos algo que habíamos visto el día anterior, pero que esta vez no tenemos excusa para pasar de largo: un café de búhos.
Cada hora en punto, dejan entrar a gente. La entrada incluye una bebida y la posibilidad de trastear con cinco búhos y lechuzas. Tienen muchos más, pero están en sus cubículos, descansando. cada hora, cambian a los búhos para que no se estresen.
Con ayuda de una marioneta, una de las chicas nos explica las reglas y cómo tratar con las aves. A pesar de estar en japonés, es visualmente muy intuitivo. Una vez acabada la explicación, no queda más que ir a tocar los búhos.
Antes de tocarlos hay que pasarles la mano por delante, como saludando, para que no se sorprendas. Son muy suaves.
Además de tocarlos, puedes ponértelos por encima. Los grandes solamente en el brazo, pero el resto pueden ir al hombro o la cabeza. Uno de ellos, Avi-chan (el favorito de Alberto) no hace más que mirar hacia arriba y, en cuanto ve la oportunidad, salta del hombro a la cabeza de Alberto. El objetivo está claro: quedarse frente al aire acondicionado. Se pone muy contento con el fresquito.
El favorito de Ana era Uri-Chan, que era de los grandes. Era todo plumas y le gustaban los mimos.
La hora se nos pasa volando y salimos contentos a seguir con nuestro paseo. Recomendamos el café de búhos antes que el de erizos.
Al final, llega la hora del Rakugo y volvemos al teatro, donde esperamos en una sala adyacente que está fresquita. Somos los únicos extranjeros y, probablemente, los más jóvenes de la sala. Al entrar, conseguimos un sitio muy bueno y esperamos al primer cómico.
Es una pena enorme no poder entender lo que dicen. Las expresiones faciales, los gestos y las voces parecen contar una historia divertidísima cuyo significado se nos escapa entre los dedos. Cada historia nueva es un intento de entender lo que dicen. A pesar de todo, lo pasamos muy bien, nos reímos y nos impresionó la claridad con la que diferenciábamos cada personaje, a pesar de no entender las palabras. Algunos artistas eran claramente más experimentados que otros y la calidad de la obra variaba bastante. Por lo que notamos, los mejores se atrevían con cuentos de más personajes, mientras que los más novatos solo representaban uno o dos.
Nos fuimos en el descanso, porque quedaba otra hora y media y, por más que quisiéramos, no lo íbamos a entender, pero fue una experiencia interesantísima y nos motivó (sobre todo a Ana) a aprender más japonés para poder volver y reírnos más con las historias. Comparamos, además, lo que habíamos entendido cada uno y parece que cogimos la idea de las historias bastante bien, desde el hombre que no quería ir a la guerra al vendedor de panacea. (No se puede expresar con palabras lo que sentí al ver el rakugo, no creo que ningún cómico del tipo al que estamos acostumbrados te lleve a ese umbral. Fue impresionante, pese a no entender la mayor parte – Ana)
Ya solamente quedaba cenar. Empezamos por un okonomiyaki en un puesto callejero. El okonomiyaki es una especie de tortita salada japonesa con verduras y carnes o cosas del mar, normalmente con mucha col y salsa tonkatsu (una especie de salsa barbacoa muy buena). Nos gustó mucho pero no nos impactó tanto como esperábamos. Tal vez haya que probar una mejor, o tal vez la carne de Kobe nos ha estropeado para siempre.
Rematamos la noche en un bar. Al entrar, el hombre no parece muy dispuesto a atendernos, pero, por gestos y con cuatro palabras, nos dice que tenemos que pedirnos dos bebidas y un “set” para quedarnos. Decimos que sí a todo y a ver qué pasa.
Al final, nos acaba cuidando mucho y nos pregunta cosas todo el rato. Lo que comemos es una carne en salsa con verduras, cocinada en un bol sobre un hornillo en la propia mesa. Cuando se acaba la carne, el hombre nos ofrece llenar el bol de udon para aprovechar la salsa que queda. Estamos muy llenos, así que nos negamos. El hombre dice que vale, pero parece decepcionado. Como a Ana le da pena, decimos que venga, que udon. Se pone mucho más contento y nos lo sirve mientras nos cuenta que él es coreano, pero lleva 50 años en Japón.
Tras pagar, volvemos, muy llenos, al piso, ojeando la vida nocturna mientras tanto.
Por todo Japón, es posible encontrar locales muy grandes destinados, en exclusiva, al pachinko y las tragaperras. Están siempre llenos de gente de todas las edades metiendo bolitas en máquinas y, probablemente, dejándose los ahorros. El juego, como el beber y el fumar, no está nada mal visto en Japón.
En Japón puedes beber alcohol en cualquier sitio, incluyendo la calle o el pachinko. Fumar está más restringido. Se puede fumar en bares, izakayas y muchos locales, pero no se puede fumar por la calle, excepto en zonas designadas para ello. Básicamente al revés que en España.
De vuelta al piso, preparamos las maletas. La idea es dejarlas en la estación de Shin-Osaka antes de partir hacia Miyajima. Las recogeremos tres días después, pues al ir hacia Kioto tendremos que pasar por esta estación. Nos vamos de Osaka con ganas de quedarnos un poco más. De las ciudades, ha sido, sin duda, nuestra favorita, por su ambiente, sus gentes y su comida.
Que envidia esa carne, me parece lo mejor del viaje hasta ahora, mejor incluso que intentar morir cogelados subiendo al Fuji…
Parece mejor el turismo por zonas urbanas y mas seguro