Peleando con ciervos en Miyajima

El siguiente destino de nuestro viaje es Miyajima, una pequeña isla cercana a Hiroshima, donde se encuentra el famoso tori en el agua que muchos habréis visto en vídeos o fotos. Está considerada una de las tres vistas más icónicas de Japón, así que es bastante famoso.

Habiendo ya dejado las maletas grandes en la estación, cogemos el Shinkansen dirección a Hiroshima. Aunque pasan muchos trenes por esta línea, la mayoría son del tipo Nozomi, que no están incluídos en el JR Pass, así que tenemos que asegurarnos de no equivocarnos de horario y subirnos al que toca, sobre todo porque pensamos hacer una parada por el camino.

Nuestra pequeña escapada es en Okayama, donde hay un castillo que, si bien dicen que no vale mucho, tiene unos jardines adyacentes preciosos. Está a sólo unos 20 minutos de la estación y no deberíamos tardar mucho en visitarlos. Para asegurarnos de tener tiempo para todo, madrugamos bastante.

¡Qué calor! Sé que no paramos de decirlo, pero es que hace muchísimo todo el rato. Sin embargo, nos atreveríamos a asegurar que, de todos los días calurosos, éste se lleva la palma. En los 20 minutos que nos lleva llegar a los jardines, nos escondemos en tiendas de alimentación dos veces, para refrescarnos. Aún así, tememos convertirnos en charcos antes de llegar.

Algo que nos impacta de Japón es la vestimenta de los japoneses y, en especial, de las japonesas. Por regla general, en las mujeres, se considera bonito tener la piel blanca, así que rehuyen del sol como del diablo. Es bastante común ver a mujeres de todas las edades con paraguas o sombrillas por la calle durante los días soleados, pero lo más impactante son los guantes y las mangas largas que llevan para evitar que los malignos rayos UVA rocen su piel. Así viven tanto los japoneses, no debe de haber ni un solo cáncer de piel en el país.

Tras casi morir calcinados, llegamos a los jardines. Se está algo más fresquito y son preciosos. Tienen lagos, zonas de bambú, plantaciones de cerezos y ciruelos, algunas grullas… vamos, el completo.

Panorámica de los jardines
Frente al lago
Los arcos japoneses son enormes
Con el castillo de fondo

Completada nuestra visita, volvemos a arrastrarnos bajo el Astro Rey hasta llegar a la estación, donde cogemos otro Shinkansen que, esta vez sí, nos dejará en Hiroshima en 40 minutos.

El tren va a tope, así que nos toca estar de pie todo el trayecto. No contentos con eso, el de Hiroshima a Miyajimaguchi va igual.

Como tenemos un ratito en la estación de Hiroshima, aprovechamos para comer. Hiroshima tiene su propia versión del okonomiyaki (la tortita salada que probamos en Osaka), a la que echan soba o udon y mogollón de col. Nos pedimos un par y están buenísimas. Además, son muy contundentes y nos dejan listos para el resto del día.

Preparado para comer okonomiyaki

Desde Miyajimaguchi, hay que coger un ferry para llegar a la isla. Tarda unos 10 minutos y sale bastante a menudo. Además, está incluido en el JR Pass, así que estupendo. A medida que nos acercamos, las vistas de Miyajima son impresionantes, verde a más no poder, rodeada de un mar casi turquesa y con el gigantesco tori naranja dándonos la bienvenida.

Al llegar… resulta mucho menos atractiva. Está hasta las trancas de turistas (españoles a mogollón también, que se les oye) y la mayoría de las tiendas son de recuerdos, regalos y turisteo variado. Apenas se pueda caminar por ellas, y menos con el calor que tenemos encima.

Damos un pequeño rodeo por calles secundarias para llegar a nuestro alojamiento, Mikuniya Guesthouse. Todavía es pronto, así que no podemos hacer el check-in, pero dejamos las maletas (y el palo del Fuji, que todavía lo arrastramos) y el dueño, muy simpático (aunque en un estado de apuro permanente) nos ofrece agua helada y nos explica un poco de la isla.

En base a ello, decidimos esperar a que el grueso de los turistas se vaya para ver el tori. Además, la marea está bajando y pronto se podrá caminar hasta él. Mientras tanto, decidimos coger el teleférico hasta la cima del monte Misen, el principal de la isla, con una altura de 535 metros, y bajar andando viendo los distintos templos del camino.

Subiendo en teleférico

El teleférico no nos deja en la cima, sino a unos 30 minutos. Las vistas, en cualquier caso, son espectaculares, y el camino está bien señalizado, así que ponemos rumbo a la cima, protegidos del fuego infernal que arde en el cielo por los árboles de la montaña.

Arriba, arriba
Las vistas son increíbles

Cerca de la cima se encuentra un pequeño templo y una hoguera bajo una marmita. Al pequeñísimo fuego que arde bajo dicha marmita se le conoce como la Llama Eterna, y se dice que el monje Kukai, fundador del Budismo Shingon en Japón y del que aprenderemos muchísimo más en el monte Koya, la utilizó durante su entrenamiento cuando visitó Miyajima hace más de 1200 años. Desde entonces, la llama se ha mantenido encendida, y se usó también para encender la Llama de la Paz de Hiroshima. La llama forma parte de las llamadas Siete Maravillas del Monte Misen. La mayoría de las otras eran árboles y, por desgracia, ya murieron.

La llama, ya muy pobrecita
Antes de la cima está el paso de Agacharse-Bajo-La-Piedra. No sabemos de dónde viene el nombre.

En la cima del monte vemos también nuestro primer ciervo, muy manso y acostumbrado a la gente, que pastaba por allí comiendo unos hierbajos.

En la cima

La bajada es muy bonita y entretenida, pasando frente a varios templos y santuarios. Por el camino, vemos varias señales que alertan del peligro de las mamushi, una víbora japonesa que mata bastante. Por suerte, son bastante tímidas y no hacen nada a menos que las molestes, pero nunca se sabe y la Wikipedia nos cuenta cosas muy feas.

Una puerta en medio del monte

Llegamos a la base de la montaña casi para la puesta de Sol y ponemos rumbo al tori. Por el camino, vemos algunos ciervos y les damos chisquipurris. Los ciervos de Miyajima están totalmente acostumbrados a los humanos. De hecho, muchos morirían sin la comida que les dan los turistas.

La mayoría de la gente se ha marchado o están en ello, con lo que la isla está mucho más tranquila (y las tiendas, cerradas). El tori es impresionante con el atardecer. Como es la bajamar, se puede llegar hasta la base del mismo, donde descubrimos que los postes verticales son, literalmente, troncos de árboles enormes sin tratar, simplemente pintados.

El famoso tori, pero con la marea baja

El tori de Miyajima no está enterrado. Simplemente lo colocaron ahí y se aguanta por su propio peso. Con el paso de los años, sí se ha ido hundiendo, claro.

Lo dicho, árboles enteros

Como la mayoría de las cosas en Japón, el tori ha sido reconstruido varias veces. El de ahora es de 1875. Bastante me parece, teniendo en cuenta que es de madera y pasa mogollón de tiempo en el agua.

Con el torii visto, decidimos ir a cenar, no sin antes pasar a saludar a los ciervos, que ahora están por todas partes. Ana intenta hacerse una foto con unos que están tumbados, pero comete el error de llevar una bolsa de galletitas en el bolsillo. Los ciervos la localizan en segundos y se la roban. La recuperación falla y los ciervos se ponen las botas. Los ciervos de Miyajima son unos caraduras. Si te despistas, te roban lo que pillen.

Perdiendo la batalla
¿Eso se come?
Robando un mapa

El dueño nos dio una lista de restaurantes que abrían hasta tarde y acabamos en uno de ramen (para Ana) y okonomiyaki (para Alberto). Ambos buenísimos. Como no podía ser de otra manera, había una familia de españoles comiendo allí. Para haber tanta crisis y ser Japón tan caro, la gente se lo monta muy bien (que oye no vienen en grupos de dos o tres, vienen en grupos de ocho o más, toda la familia…)

Volvemos a la guesthouse a dormir. El baño es compartido y tipo japonés, pero te bañas en privado y no hay que compartir bañera. El cuarto es estupendo y los futones, cómodos.

Al día siguiente nos levantamos tempranito para ver un poco más de la isla sin turistas. Visitamos el tori y paseamos por las calles, viendo lo bonito del paisaje y el templo local, que cuando sube la marea queda rodeado de agua, pues están sobre una plataforma elevada al lado del mar.

El tori desde el templo

La isla es preciosa, pero le pasa como a algunas zonas de Mallorca, que cuando se llena de turistas pierde bastante. Vale la pena pasar la noche para poder verla “al natural”.

Más tori

Volvemos a la guesthouse y desayunamos en la cocina, donde el dueño tiene cereales, miso y desayunos varios para los que dormimos allí. A Ana le entusiasmaron los cereales.

Ya con las maletas listas, pagamos y el dueño nos regala unos cascabeles y un kit de origami. Nos han tratado muy bien y no podemos dejar de recomendar el lugar (que además es el sitio más económico si uno quiere quedarse a dormir en la propia Miyajima). Para cuando volvemos hacia el ferry, ya ha empezado la marea de turistas.

2 comentarios

  1. Ana Gallego

    Cómo disfruto de leeros en vuestro viaje. Si algún día tengo que hacer alguno ,os contrataré para que me lo gestionéis.

  2. Ángeles

    Sois increíbles, tal como narráis todo, me parece estar ahí disfrutando con vosotros…Genial, verdaderamente, genial!!!

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