Otro viaje muy largo para darnos más baños

Tras dejar Miyajima y llegar a la estación de tren de Hiroshima, nuestro siguiente destino es un pueblo cerca de la costa del Mar de Japón (osea, la costa donde NO está Miyajima): Kinosaki Onsen.

En Japón encontraréis varios pueblos o ciudades con “onsen” incorporado al final del nombre. Aunque nosotros lo escribimos separado, al escribir en japonés no se usan espacios, así que el “onsen” está totalmente incluido en el nombre del sitio. Básicamente, viene a significar que se encuentra cerca de uno o varios manantiales de aguas termales y tendrá, al menos, unos baños. Lo más normal es que tenga varios ryokanes u hoteles que aprovechen las aguas termales.

El caso de Kinosaki Onsen es algo particular, aunque no único. Los hoteles probablemente tengan sus propios baños, pero, además, hay siete casas de baños con sus onsenes particulares repartidas por el pueblo. Si te alojas en uno de los hoteles, el acceso a todos los onsenes está incluido en el precio. Nuestro objetivo es probarlos todos.

El recorrido en tren es bastante largo y tenemos una escala de una hora en Himeji. Ya que estamos allí, decidimos hacer una escapada rápida para ver el castillo local, que está cerca de la estación.

El castillo de Himeji es uno de los 12 castillos originales de Japón. Esto significa que, al contrario que todos los demás castillos (y la mayoría de templos y monumentos), se trata del castillo que se construyó hace más de 400 años, y no una reconstrucción (aunque sí se ha reformado). Lo que tiene construir en madera en un país plagado de desastres naturales es que las cosas se caen (aunque lo cierto es que la mayoría que se han reconstruido, ardieron una o varias veces).

Frente al castillo

El castillo es precioso, de un blanco impoluto (también se lo conoce como el Castillo de la Grulla Blanca, por su apariencia), con adornos dorados. Vale la pena ir a verlo si se tiene ocasión.

Cerca de la «Grulla Blanca»

No llegamos a entrar, pues había cola de hora y pico y no teníamos tiempo, pero, siendo sinceros, no habríamos hecho cola bajo el sol ardiente de todas maneras. La mayoría de los castillos de Japón no son más que museos por dentro y poco queda del contenido original.

De vuelta a la estación, nos subimos, finalmente, al tren expreso que cruzará la isla y, en unas tres horas, nos dejará en Kinosaki Onsen… o eso pensabamos.

A cosa de 45 minutos del destino, el tren empieza a ir muy, muy despacio, hasta pararse en una estación. Pensábamos que ya habíamos llegado, pero esto no es Kinnonsaki Onsen. Un revisor nos dice, como puede, que hay que bajar, que el tren no sigue.

Entre los trabajadores del tren y de la estación, no hay ni uno que hable una sola palabra de inglés, así que nadie nos puede decir lo que pasa, pero vemos que todo el mundo se ha bajado del tren y está esperando. No entendemos nada y tenemos hambre.

Nuestro desayuno no fueron más que unas gelatinas de flores de cerezo

Preguntando a unos y otros, conseguimos deducir la situación: Un rayo ha derribado una roca sobre las vías y el tren no puede seguir. Han pedido unos autobuses para que nos lleven. Pues nada, qué se le va a hacer. No creo que nadie haya tenido nunca tantos problemas con los trenes de Japón como nosotros.

Mientras llegan los autobuses, localizamos una máquina expendedora que nos da unas bolitas de pulpo calentitas que están bastante bien y nos sirven para matar el hambre.

El autobús llega con un conductor que no sabe muy bien lo que pasa y que nos dice que no va a Kinosaki Onsen. Cuando el resto de los japoneses nos ve ir hacia el siguiente autobús a preguntar, nos paran y, con nuestro japonés chapucero, entendemos que el autobús nos lleva a un pueblo intermedio, pasada la roca, donde tendremos que coger ooooootro tren para llegar a nuestro destino. Qué rollo. Una señora japonesa que sabía un poco de español, pero nada de inglés se asegura de que cogemos el bus y el tren que toca. Fue todo un amor de persona.

Llegamos. Con casi tres horas de retraso, pero llegamos. Entre que dejamos las cosas en el hotel y nos ponemos los yukatas (no los bonitos, sino unos básicos que ofrece el hotel que son básicamente batas), ya ha empezado a anochecer y las tiendas del pueblo empiezan a cerrar. Por suerte, los baños abren hasta las once de la noche.

Solamente podremos probar seis, ya que cada día de la semana cierra uno.

En el recibidor de cada casa de baños, hay un huevo de gran tamaño con la silueta de una una cigüeña recortada en la cáscara. Aprendemos que, según la leyenda, Kinosaki Onsen fue descubierto cuando encontraron a una cigüeña bañándose en un manantial para curarse las heridas.

Los baños, como siempre, están separados por sexos y hay bastante gente. Nos dividimos y quedamos a una hora cada vez que entramos. Cada uno de los locales es distinto. Algunos tienen varias bañeras, otros unas exteriores, saunas, etc.

La experiencia está muy bien y nos relajamos bastante. Aunque hay gente, son todos japoneses, excepto una extranjera que vio Ana intentando cambiarse en una esquina, muerta de vergüenza.

A medida que cae la noche, algunos locales abren para atender a la multitud que va a bañarse, así que aprovechamos para cenar un poco.

No nos pararemos a describir cada baño individualmente, pero los que más nos gustaron fueron el Ichinoyu y el Kounoyu.

El Ichinoyu, se dice, recibe su nombre por ser, según un famoso médico del periodo Edo, extremadamente efectivo (ichi significaría uno o primero). Contaba con baño interior, exterior y sauna. Además, desde el exterior podías ver una pequeña cascada del manantial adyacente (ambos la tocamos y estaba fría, así que lo calientan para el baño).

El Kounoyu es el más alejado de los onsen y es bastante tranquilo. No es tan bonito como el Ichinoyu y no tiene sauna, pero también nos gustó.

Además de los onsen, también hay baños para los pies

En general, la experiencia fue muy interesante. Había, tal vez, demasiada gente para nuestros gustos, pero probar tantos onsen distintos en sólo unas horas y sin caminar más de un kilómetro en total es difícil en cualquier otro sitio. Además, muchos tenían máquinas expendedoras de leche en el recibidor. Es sorprendente lo bien que entra una botellita de leche fría tras un baño caliente.

Paseando por la noche en yukata

Tras tomarnos unas cervecitas locales (y muy buenas) en un bar del pueblo, volvimos a nuestro hotel a dormir. Con un poco de suerte, habrán despejado las vías mañana y no tendremos que coger la combinación de trenes y autobuses para salir de aquí. Nuestro siguiente destino es Kioto, la antigua capital de Japón y, según nos cuentan, una de las ciudades más tradicionales del país.

Cervezas de la zona