En el vientre de Kannon

Salir de Kinosaki Onsen fue bastante más sencillo que llegar. A la mañana siguiente ya habían quitado la piedra de las vías, así que no tuvimos más que coger un tren hasta Himeji, donde cambiamos al shinkansen que nos dejaría on Kyoto, o casi.

Como habíamos dejado las maletas en la estación de Shin-Osaka, tuvimos que pararnos a recogerlas. Son menos de 20 minutos de Shin-Osaka a Kyoto, y hay varios trenes cada hora, así que no nos retrasó demasiado. Lo más complicado fue encontrar la taquilla. La estación es enorme. Por suerte, con el ticket, un guardia de seguridad pudo darnos un par de indicaciones y recuperamos nuestro equipaje sin problemas. No nos queda mucho ropa, así que habrá que poner una lavadora en Kyoto.

Como íbamos cargados, decidimos coger un metro en la estación de Kyoto hasta la parada más cercana a nuestro piso. Como ya comentamos, el transporte público no es barato y lo mínimo que te vas a dejar son un par de euros por un trayecto corto. Cuanta más distancia recorras, más caro te sale, al contrario del metro de Madrid, que con un mismo ticket te permite llegar casi a cualquier sitio.

El apartamento es pequeño, como todos, pero no está mal. Todavía no nos toca el check-in, pero el dueño nos deja abandonar allí las maletas. Una vez libres, nos dirigimos hacia el mercado Nishiki, el más famoso de la ciudad, que cae a unos 5 minutos del piso.

Se parece al de Osaka en que está formado por varias calles techadas llenas de tiendas, bares y restaurantes. Comemos de picoteo por los distintos puestecitos que venden fritanga, pescados y mariscos a la parrilla y dulces. A destacar el pincho de gambas, el takotamago (recordemos, un pulpito relleno de huevo de codorniz) y una bola de queso frito.

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El pincho de gambas

 

El plan es pasar tres días en Kyoto, así que no tenemos demasiada prisa. Es importante entender que es imposible ver todo lo que hay que ver en Kyoto. Hay centenares de templos dispersos por la ciudad y zonas colindantes y el transporte público es pésimo, así que decidimos centrarnos en las cosas que tenemos más a mano.

En el propio mercado encontramos un pequeño templo donde descubrimos que la gente tiene unos cuadernos donde coleccionan los sellos de los distintos templos de Kyoto. A los japoneses les gusta mucho lo de ir haciendo colección de sellos de cosas, incluyendo estaciones, monumentos y hasta tiendas.

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Frente al templo

 

En este pequeño templo encontramos el dragón de la suerte. Una versión asiática de la máquina del genio de Big, donde un dragón mecánico coge una tarjetita de la fortuna y la deja donde puedas recogerla. Tenía opción en inglés, así que tuvimos que probarlo.

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El dragón mágico

Lo que nos cae más cerca es el templo Yasaka. Aunque Kioto es, en general, muy budista, cuenta también, como todas partes, con unos cuantos templos sintoístas. El Yasaka, en el parque Maruyama, es el más grande de la ciudad. Está formado por un patio central rodeado de altares y puertas naranjas, en cuyo centro hay un oratorio. Alrededor del templo hay centenares de farolillos de papel con el nombre de distintos comercios que donaron al templo.

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Los farolillos religioso-comerciales

El Yasaka está, además, en la zona de Gion, el casco antiguo de la ciudad, donde, aún a día de hoy, es posible ver geishas y maikos paseando o, incluso, si estás dispuesto a pagar por el servicio, puedes cenar y beber con ellas.

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Un postre ligerito para bajar la comida

Muchas de las fachadas han sido restauradas y mantienen su apariencia original, en maderas oscuras. Pasear por allí sería como meterse en una película de samurais si no fuera porque el contenido de las casas es, en un 90%, tiendas para turistas.

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Por las callejuelas de Gion

Cerca del templo Yasaka, encontramos el cementerio Otani. Fue una suerte, porque teníamos intención de visitarlo al anochecer y estábamos convencidos de que estaba en un sitio totalmente distinto (más que nada porque Google Maps lo pone mal). Echamos un ojo rápido, pero seguimos con intención de volver al anochecer. Miles de farolillos de papel están ya preparados para ser encendidos al caer la noche.

A mediados de Agosto, concretamente entre el 13 y el 16, se celebra en Japón el Obon. Se trata de una de las festividades más importantes del país, si no la más importante. La gran mayoría de las empresas dan vacaciones a sus empleados y los japoneses aprovechan para volver a sus ciudades natales o viajar donde esté su familia. Comparativamente, como fiesta familiar, es similar a la Navidad en los países occidentales, pero en significado, se parece más a Todos Los Santos. Según la tradición japonesa, durante el Obon, los espíritus de los familiares fallecidos vuelven a la Tierra de visita. Es normal visitar el cementerio y poner ofrendas en los pequeños altares familiares de las casas. Además, se hacen unos “caballos” y “bueyes” poniendo patas de palillos a pepinos y berenjenas respectivamente. Se dice que los familiares utilizan estos animales vegetales como monturas para ir y venir del otro mundo. Los caballos, como son rápidos, se usan para venir, mientras que los bueyes, más lentos, para irse de vuelta al final del Obon.

Debido a estas fiestas, los templos y cementerios estaban de tiros largos y llenos de gente. De hecho, hay ciertos eventos que se realizan solamente en estas fechas, así como algunas zonas de los templos que no se abren al público más que para el Obon.

Uno de estos templos que tiene eventos especiales durante el Obon es el Kiyomizu-dera, un templo budista independiente (no está afiliado a ninguna secta, sino que los monjes de allí conforman su propia congregación) dedicado, mayormente, a la bodhisattva Kannon.

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La entrada al Kiyomizu-dera

Muchas veces se traduce bodhisattva como dios o diosa, pero son, tal vez, más similares a los santos cristianos, con la diferencia de que tienen poderes propios. Según la tradición budista, los bodhisattva son gente que, pudiendo haber alcanzado el Nirvana, escogieron quedarse en la Tierra para ayudar y guiar a otras personas.

Kannon, en concreto, comparte simbología con la Virgen. Es considerada una madre y es la bodhisattva de la misericordia. En Japón es, con diferencia, la figura budista más venerada, y cuenta con 33 advocaciones o avatares que representan las distintas formas con las que se ha aparecido a la gente.

Según la leyenda, la propia bodhisattva, bajo la forma de un viejo asceta, se apareció a un monje cerca de una cascada y le encargó tallar una estatua utilizando un árbol de la zona y construir un templo para venerarla. Ese templo fue creciendo con el tiempo y es hoy la gigantesca estructura que forma el Kiyomizu-dera. La cascada sigue ahí y da nombre al templo (kiyomizu significa agua pura), además de, según aseguran, tener la capacidad de cumplir deseos.

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El agua ultrasagrada

El un lateral del templo, hay una pequeña escalera que baja al subsuelo y puede pasar algo desapercibida, pero da entrada a una de las experiencias más interesantes del templo: el Tainai-meguri.

Tras bajar la escalera y coger la primera curva, la luz exterior desaparece por completo y te encuentras rodeado de la más absoluta oscuridad. Tú única guía es un gigantesco rosario budista que, a modo de pasamanos, te guía por el serpenteante camino subterráneo. A medida que pasan los minutos, tienes la esperanza de que tus ojos se vayan adaptando y así poder ver algo, pero cuando no hay nada de luz, no hay nada que ver. De pronto, puedes ver un objeto. Una gran roca esférica que gira lentamente bajo un rayo de luz que entra por un agujero en el techo. Te aproxima a ella y puedes ver un carácter del sánscrito grabado en ella. Significa vientre. Tras tocar la piedra y formular tu deseo, sigues por el oscuro camino hasta unas escaleras que te devuelven al mundo que conoces.

El Tainai-meguri representa el vientre de Kannon y, tras formular tu deseo y salir, se considera que has renacido como persona y comienzas una nueva vida. Es una experiencia muy interesante. Si tenéis la oportunidad, vale la pena. Por supuesto, sed respetuosos y manteneos en silencio durante el trayecto para no estropear el camino a nadie. Una chica española que iba algo detrás de nosotros opinó que era totalmente razonable sacar y encender el móvil porque le daba miedo la oscuridad. A esta gente habría que echarla del país.

Además del Tainai-meguri, hay muchas cosas que vale la pena ver en el Kiyomizu-dera: El templo principal, el santuario de estatuas (sólo abierto unos días durante el Obón), la pagoda, la cascada de agua sagrada… Es una visita muy interesante a un edificio que, a pesar de su tamaño, no tiene un solo clavo: todas las piezas están encajadas.

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El paseo de las campanillas
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Con la pagoda de fondo

Tras acabar la visita, se acerca la puesta de Sol, así que ponemos rumbo al norte, con la idea de desandar lo andado y volver al cementerio, donde deberían de estar a punto de encender los farolillos.

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Gion de fondo

A medio camino, sin embargo, tenemos que hacer una parada. ¡Hay una estatua gigante de Kannon! Es un santuario totalmente distinto y la estatua es casi tan grande como el Buda de Kamakura. La entrada a los jardines son tan sólo 200 yenes (euro y medio) y está totalmente vacíos, probablemente porque es casi hora de cerrar. Ni cortos ni perezosos, pagamos y entramos.

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Frente a la diosa

Los jardines son pequeños pero bonitos, con un laguito con su grulla japonesa descansando. Frente a la estatua, hay una bola metálica enorme. Según nos cuenta el cartel colindante, se trata de un centro de poder y, si la tocas con la mano y das tres vueltas alrededor de ella mientras pides un deseo, debería cumplirse.

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La bola mágica. Notad que tiene tanto poder que distorsiona la foto (todas salían así)

Al rodear la estatua encontramos una plataforma que deben ser las huellas de la misma, cerca de una zona con tumbas y monumentos plagada de carteles avisando del peligro de los monos de la zona. Por desgracia, no vemos ninguno.

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Las huellas de Kannon

Lo más sorprendente es que, al llegar a la espalda de Kannon, encontramos una puerta. Se ve que la temática del día es entrar en el vientre de la bodhisattva.

Dentro hay un pequeño santuario dedicado a los animales del zodiaco chino. Encendemos unas velas frente a la representación del caballo (el animal de 1990, el año en que nacimos) y salimos de vuelta a los jardines.

Lo último que encontramos… no sabemos muy bien qué es. Centenares, sino millares de pequeñas estatuas con baberos rojos se alinean en unas estanterías, frente a las cuales hay filas de molinillos de colores. Encabezando las estanterías, hay una estatuilla budista representando a, asumimos, otro bodhisattva. Por algún motivo, resulta bastante inquietante.

Utilizando el traductor de Google, desciframos el cartelito que hay frente a la estatua. Como sospechábamos, se trata de un bodhisattva, concretamente del “patrón” de los nonatos. Cada estatuilla con babero representa a un niño que no llegó a nacer, y el babero y el molinillo són para que esté protegido y juegue en el otro mundo. Nos vamos de los jardines con un sabor agridulce.

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Molinillos para proteger a los nonatos

Tras un buen paseo, volvemos al cementerio que, por ser el Obón, está de bote en bote. Centenares de familias vienen a saludar a sus difuntos y a limpiar las tumbas. Como cae ya la noche, han encendido los farolillos, que se extienden casi tanto como alcanza la vista en un espectáculo fascinante.

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¡Es noche de yokais!

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El cementerio iluminándose

Cerca de la entrada hay algunos claramente hechos por niños, con dibujos que van desde sus madres hasta bichos o pokemon. Muy gracioso.

Con la visita al cementerio concluye un día bastante completito y solamente nos queda cenar. Tras pasear un poco, sin decidirnos, acabamos entrando a un yakiniku. Como ya comentamos en el post de Takayama, el yakiniku es carne a la parrilla que te haces tú mismo en un hornillo de la mesa.

La carne no está mal, aunque nada que ver con la de Kobe, pero lo mejor del restaurante es la cerveza. La servían en la jarra más fría que he visto nunca, y he visto muchas jarras frías. La cerveza casi se congelaba al servirla en ellas y la condensación se acumulaba a su alrededor, llegando a reposar en la mesa como niebla. Todas las cervezas deberían ser así.

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Las cervezas más frías del mundo. ¡Mirad el aura de condensación!

Contentos y cansados, volvemos al piso a descansar. Mañana toca más Kioto, aunque hoy hemos visto bastante más de lo que teníamos planeado.

Si vais a Kioto en verano, llevad antimosquitos, en esta ciudad nos han picado en 5 minutos más mosquitos que en el resto del viaje. Tenemos los tobillos hinchados. Al parecer estos mosquitos no vuelan más alto que la rodilla.