Hoy hay mucho que hacer y poco tiempo. Nos levantamos pronto para coger el tren de las seis y media de la línea de Nara. Gracias a nuestra obsesión por la comida, teníamos algo comprado para desayunar.
En nuestra primera parada visitaremos el santuario de Fushimi Inari. Este santuario venera a Inari, una deidad sintoísta de la fertilidad, la cosecha y los negocios. En consecuencia, se relaciona comúnmente con la riqueza. Los zorros blancos se consideran mensajeros de esta deidad y se pueden ver con frecuencia en estatuas o tablillas de templos dedicados a ella, normalmente con una llave en la boca (guardando el acceso al granero donde se almacena el arroz). Se dice que el Fushimi Inari solía tener unos 1000 toris de brillante naranja erguidos para obtener suerte y protección en la cosecha. En la actualidad, se estima que hay más de 10.000, pero se ve que nadie se para a contarlos bien. Los toris son financiados por gremios, familias o empresas en busca de la bendición de Inari.
Como ayer no tuvimos tiempo de mandar las maletas, las tenemos que arrastrar hasta el templo, que se caracteriza por una inmensa escalera montaña arriba bajo los millares de toris. Tenemos la esperanza de poder dejarlas en una taquilla de la estación antes de subir.
Hace un día maravilloso y llegamos al andén correcto sin problema pero, por algún motivo, todos los trenes dirección Nara (que paran en el templo) están sin servicio hasta las siete y media. Esperamos en el andén como bobos, muertos de sueño mientras nos comemos los dorayakis que habíamos comprado el día anterior. No tenemos ni idea de por qué los trenes que había hacia Nara están cancelados y Alberto cada vez tiene una peor impresión de la JR (Japan Railways Group).
A las siete y media nos subimos al tren y en dos paradas nos bajamos. Este primer trayecto es muy cortito.
A pesar de ser una atracción turística famosa, la estación es muy pequeña y no hay taquillas. Al llegar al santuario vemos un letrero que dice que las taquillas abren a las ocho y media y no son ni las ocho todavía. Ni cortos ni perezosos, abandonamos las maletas detrás de la entrada principal del templo. En otro país no nos arriesgaríamos, pero ha llegado el momento de poner a prueba la legendaria seguridad de Japón.
Empezamos la subida desde el templo principal y vamos pasando por los toris leyendo las historias sobre cada figura o construcción que encontramos por el camino. También vemos varios carteles que indican el precio del tori según el tamaño, en caso de querer ofrecerle un tori a Inari.
El paisaje es muy bonito, aunque habría sido mejor llegar antes. El tren se llenó de turistas en la hora que estuvimos esperando, y ahora hay más gente de la que nos gustaría. Como los toris son preciosos, la gente no deja de cortar el paso para hacerse fotos bajo ellos.
Hay algunos lagos en el templo y vemos varios gatitos, la mayor parte de los cuales son negros.
En el camino de subida, vemos distintos santuarios y monumentos. Especialmente queremos destacar el omokaru ishi, o “rocas pesadas-ligeras”. Dice la leyenda que debes pedir un deseo frente a este santuario e intentar levantar una de las dos piedras. Si te resulta más ligera de lo esperado, tu deseo se cumplirá sin problemas; si te resulta pesada, va a ser difícil que se cumpla. Ana deseó que no le robaran las maletas y la roca fue sorprendentemente ligera, sobre todo porque los japoneses que habían levantado las piedras previamente ponían cara de que pesaban mucho.
Tras poco más de media hora de subida, cogimos uno de los desvíos para bajar. El trayecto a la cima se dice que es de dos horas, y nosotros tenemos que abandonar nuestra siguiente parada a las 12:15. Lo que nos da unas tres horas y media para bajar, coger el tren a Nara, visitar Nara, y largarnos hacia el monte Koya (Koyasan).
Nos hubiera gustado pasar más tiempo aquí, pero habría sido infinitamente mejor en otra situación (con menos turistas, más tiempo, y sin maletas). Bajamos por la parte trasera, que colinda con el cementerio del santuario. Es una bajada preciosa. Disfrutamos de observar la arquitectura y los monumentos y casi no hay gente, ya que la mayoría dan la vuelta mucho antes que nosotros y desandan lo andado por el camino principal.
Volvemos al templo y una vez allí recogemos las maletas, que estaban en su sitio como predijo la piedra. Nos subimos al tren de la línea de Nara en dirección a Nara, que, por cierto, viene con 15 min de retraso.
Una hora más tarde llegamos a Nara. La temperatura no podría ser mejor. Por primera vez en días no nos derretimos bajo el sol. Nuestra intención aquí es principalmente visitar a los ciervos del parque. Previamente, habíamos identificado una oficina de envío de maletas de camino al parque. Nos dirigimos allí. La empleada de turno no sabe nada de inglés pero usa el google translate de maravilla y nos hace los arreglos para mandar nuestras maletas a una de sus oficinas en Nippori (Tokio). No vamos a poder recoger las maletas hasta dentro de unos seis días, pero no nos ponen pegas con tal de que las recojamos el día acordado. Nos sale más barato que si las hubiéramos dejado en una taquilla de la estación (asumiendo que se pudieran dejar 6 días, que normalmente el límite es tres).
Con las mochilas pequeñas y nuestro palo, nos dirigimos al parque y llegamos allí raudos y veloces. Hay muchos ciervos, muy animados. Pese a haber varios turistas, hay ciervos para todos. Compramos un paquetito de galletas de ciervo (150 yenes) y nos dirigimos a alimentarlos.
Los ciervos de Nara son especiales, hay que hacerles una reverencia antes de darles de comer, y esperar a que ellos la devuelvan. Estos ciervos reverencian antes y después de comer de manera natural (naturalmente aprendida). No esperéis lo mismo de los de Miyajima.
Al principio parecen tímidos, pero si descubren que te quedan más galletas y no se las das, empiezan a perseguirte. Si les ignoras te tiran de la ropa con la boca, para que te enteres de que están ahí y les des esas galletas que les pertenecen. Luego te hacen una reverencia cuando miras.
Nosotros partimos las galletas en 4 o 5 trozos y nos hartamos de dar de comer a los ciervos. No hizo falta comprar otro paquete.
Después de admirar y alimentar a muchos ciervos (altos, bajos, jóvenes, viejos, machos, hembras, ciegos, videntes, etc.) decidimos ir a ver un templo cercano al parque y buscar algo de comer.
Tras recorrer la calle del mercado y sus alrededores nos decantamos por probar la comida de Coco Curry una segunda vez. Cambiamos bastante nuestra elección con respecto a la vez anterior, y nos gustó mucho el resultado. Pero pese a eso, afirmamos con rotundidad que el curry que tomamos en Kamakura en Curry Way era mucho mejor, incluso teniendo en cuenta los añadidos especiales de Coco Curry.
Con las tripitas felices, nos dirigimos a la estación para pillar el tren al monte Koya. Hay una combinación que funciona de maravilla: coger la línea Yamatoji, de la JR, 34 minutos y bajarse en Shin-Imamiya, para coger la línea al Koyasan desde esta estación. Este último tren no está cubierto por la JR y el trayecto dura hora y cuarto. Creo recordar que nos costó unos 40 euros (entre los dos) el tren de ida, incluyendo el teleférico que hay que coger en la última parada, Gokurakubashi, para ascender al monte.
Hicimos lo que pudimos para estar despiertos durante el trayecto, pero daba la impresión de que Coco Curry había echado somnífero en nuestra comida. El paisaje en el último tren era impresionante (por lo que pudimos ver entre cabezada y cabezada).
El teleférico estaba casi en el andén y tardó sólo 5 minutos en llevarnos arriba. Una vez allí, había una colección de autobuses destinados a distribuir a los pasajeros en tres líneas distintas dependiendo de la zona del pueblo en la que se hospedasen (lo normal si uno va al monte Koya es hospedarse en uno de los shukubos del lugar). La verdad es que, a no ser que llevéis mucho equipaje, no importa el autobús al que subais, ya que el pueblo se cruza a pie en 25 minutos.
Nos bajamos en la parada más cercana a nuestro shukubo, el Yochiin. Eran las tres, así que hicimos el check-in. Nos atendió un aprendiz de monje budista. Fue muy amable y hablaba en inglés perfectamente. Tras explicarnos cuatro normas básicas del shukubo y las distintas zonas en las que podíamos y no podíamos entrar, nos dió el té de bienvenida con un dulce y unas revistas informativas del lugar.
El templo era encantador, con su jardín de piedras zen y su pequeño laguito en el patio interior. Tenía dos baños japoneses muy similares a un onsen, separados por sexo, y una capilla en la que veríamos la ceremonia matutina al día siguiente.
Nuestro cuarto estaba fenomenal, como el que tuvimos en nuestro anterior shukubo en el monte Mitake. Dejamos los bártulos y salimos a la calle con lo mínimo.
Lo primero que debíamos hacer era pararnos en la oficina de turismo para ver si podíamos obtener más información sobre el Kumano Kodo. El Kumano Kodo es el único peregrinaje, aparte del Camino de Santiago, reconocido por la Unesco como patrimonio de la humanidad. Hay 4 rutas, la ruta más larga (Kohechi) es de 70 kilómetros y empieza en el monte Koya. Nosotros empezamos la ruta mañana.
Hay cuatro oficinas dedicadas a visitantes en el monte Koya. En la primera se sorprendieron mucho de que fuéramos a hacer el Kohechi. De una caja polvorienta, sacaron un panfleto en inglés que describe cada día de peregrinaje y marca la ruta, la distancia y la altitud. Nos desearon suerte con mucho entusiasmo. En la segunda oficina, la principal, no parecían tener más información que la que obtuvimos previamente. Nos indicaron qué calle tomar para iniciar el ascenso.
Una vez completada nuestra primera misión, decidimos aprovechar el tiempo que nos quedaba para hacer turismo. Todos los templos en el monte Koya cierran a eso de las cinco. Los baños, donde uno se ducha, suelen estar abiertos sólo desde las cinco de la tarde a las nueve de la noche. Normalmente, los monjes cenan sobre las seis y media, que era también nuestra hora de la cena, ya que nos hospedábamos con ellos; así que el plan era liquidar las visitas turísticas a eso de las cinco y media y ducharnos antes de la cena. Necesitábamos todo el tiempo posible después de la cena para visitar el cementerio (llamado Okunoin), que, según nos habían dicho, era impresionante, ya que el toque de queda en el shukubo son las nueve de la noche.
El primer templo que visitamos fue el Kongobuji, el templo principal del budismo Shingon (cuyo origen proviene de Kobo Daishi, su fundador). La entrada al interior del templo vale 500 yenes. Merece la pena por sus pinturas en los paneles de las puertas correderas y por su gran jardín de piedra, el Banryutei (el más grande de Japón).
Además, al iniciar el recorrido interior, te ofrecen té de bienvenida con un dulce y si sabes japonés y estás de suerte, un monje en la sala del té te contará la historia del templo (o eso creemos que contaba).
Una vez visitado este templo, nos dirigimos al complejo Danjo Garan, una de las dos áreas principales del monte Koya (junto con el Okunoin). La construcción inicial de este complejo data del siglo nueve. Está formado por una pagoda de dos pisos (Konpon Daito), el templo principal (Kondo), la residencia principal de Kobo Daishi (Miedo) y otros lugares de interés.
El complejo en sí no cierra, pero la pagoda y el templo principal chapan a las cinco. Como no estábamos muy interesados en ver el interior de estos, no entramos; pero sí nos detuvimos a ver cada edificio, estatua o elemento digno de mención y leímos todas sus historias.
Kobo Daishi, previamente conocido como Kukai, era un erudito y monje budista de finales del siglo 8 DC. Al poco tiempo de iniciarse en el budismo, en su treintena, Kukai tuvo un sueño en el que un hombre le decía que el Tantra Mahavairocana era el que poseía el conocimiento que estaba buscando, conocimiento que le ayudaría a llenar el hueco que sentía entre la práctica religiosa y el conocimiento adquirido mediante el estudio. Se hizo con una copia de dicho tantra. Decepcionado al encontrar la copia un tanto críptica, debido a su traducción desde el sánscrito, decidió viajar a Xiang (capital de China) para aprender de los grandes maestros budistas y estudiar sánscrito.
Viajó a Xiang con una expedición japonesa y allí fue acogido en un templo budista, empezando en el nivel más bajo. Inicialmente estimaron que adquirir el conocimiento que deseaba le llevaría 20 años de aprendizaje. Kukai, al poco de estar allí, pasó a estar bajo la tutela de Huiguo, maestro budista especializado en budismo esotérico y sánscrito. Tras tan sólo unos meses, Huiguo dio por concluida la enseñanza de Kukai, alegando que el conocimiento fluía a él como el agua de un vaso a otro.
Kukai volvió a Japón y, tras varios años en el mundo del budismo, en 816, el emperador Saga le concedió el permiso de fundar un retiro espiritual en el monte Koya. Donde Kukai empezó su misión de difundir y propagar sus enseñanzas. Kukai empezó su meditación eterna algún tiempo después del año 830. La versión oficial dice que Kukai murió en el 835, pero otras leyendas hablan de él volviendo de su meditación eterna para presentar sus respetos a un difunto amigo, o aseguran que sigue aún vivo en un profundo estado de meditación.
Cuando acabamos con las visitas, volvimos a nuestro shukubo a bañarnos, contentos de poder apreciar mejor su religión y estilo de vida. No había nadie en los baños, así que disfrutamos de un momento de relax. Después de la ducha, nos pusimos el yukata del shukubo para la cena.
Los monjes budistas siguen una dieta estrictamente vegetariana (shojin ryori). Uno de los monjes, una chica, nos explicó qué era cada plato. Todo estuvo muy rico, fue una cena maravillosa y diferente. Aunque no os gusten las cosas, o no sepáis si os gustan o no, por favor, si vais a un shukubo, coméoslo todo. No sólo es de buena educación, sinó que os dará una visión distinta de cómo vive y come otra gente. La cena suele incluir dos platos tradicionales del monte Koya: koya-dofu, tofu que se congela y seca antes de cocinarlo y goma-dofu, tofu de semillas de sésamo blancas en vez de soja. Estaba todo muy rico.
Después de cenar, nos vestimos y fuimos al cementerio, a unos 20 minutos a pata de nuestro shukubo. Es un cementerio impresionante, muy bonito, con más de 200.000 tumbas, muchas de ellas adornadas con gorinto, unos monumentos de piedra, de cinco niveles. La piedra de cada nivel representa uno de los cinco elementos enseñados en el budismo: tierra, agua, fuego, viento y espacio. Dan a entender que al morir, la integración con Mahavairochana es posible.
El cementerio se ilumina de noche, es una preciosidad, y la oficina de turismo tiene tours nocturnos que empiezan sobre las siete y media y acaban a las ocho y media. Nos hubiera gustado hacer uno, pero temíamos no estar de vuelta a tiempo en nuestro shukubo.
De todos modos, nos dio tiempo de recorrer la mayor parte del cementerio, cuya extensión es de unos dos kilómetros. Tuvimos la suerte de llegar al cementerio antes de que anocheciera por completo. Lo recomendamos encarecidamente, la visión del paisaje cambia mucho al anochecer. Opinamos que fuimos a visitarlo en una hora ideal.
Una vez de vuelta en nuestro shukubo, nos damos un último baño. Después, revisamos nuestra doble credencial de peregrino (por un lado tiene la información y sitio para los sellos del Camino de Santiago y por otro, lo mismo para el Kumano Kodo) y nos damos cuenta de que el primer sello de la Kohechi se obtiene en la oficina de turismo. Desgraciadamente, se supone que no abre hasta las ocho y media. Pensábamos empezar la ruta más temprano, pero decidimos esperar a la mañana siguiente por si hay suerte y podemos poner el sello.