Kumano Kodo 1: Empezando la ruta Kohechi tras un despertar espiritual

Nos despertamos a eso de las seis. A las seis y veinte tenemos que estar en la entrada de la capilla si queremos acudir a la ceremonia budista matutina en la que participan los monjes del Yochiin a diario. 

Capilla del Yochiin

Nos dan instrucciones para cantar con ellos el último mantra de la ceremonia, el del corazón, y para participar en la ceremonia de quema de incienso, donde pides por la paz mundial, por tu familia y por ti. Acto seguido, el monje que hay a la entrada nos frota las manos con incienso y nos hace pasar a la pequeña habitación de la capilla donde podemos elegir sentarnos en el suelo o en sillas.

A punto de empezar la ceremonia

La ceremonia es digna de ver. No pudimos evitar pensar en las similitudes entre los tonos y el canto del mantra y algunas canciones cristianas. Tampoco pudimos evitar pensar en el sueño que nos entraba al escuchar su rítmico canto. Nos ofrecieron la traducción del mantra que íbamos a cantar para que entendiéramos un poco el contexto. Sería muy interesante pasar meses aquí aprendiendo más de su religión y sus creencias. La mayor parte de las ramas budistas hacen del budismo un estilo de vida. En Koyasan, el budismo shingon es más parecido a una religión.

Dejando todos los platos limpios

A las siete y media nos sirven el desayuno, también vegetariano, que devoramos rápidamente. Ya listos, cogemos los bártulos y pagamos por nuestra estancia en efectivo.

Nos despedimos del Yochiin

Al salir, lo primero que hacemos es pararnos en el Family Mart, mini supermercado 24 horas, que está a un minuto o menos de nuestro shukubo. Necesitamos abastecernos bien de provisiones, ya que los pueblos en los que pasaremos la noche son pequeños, sin supermercado, y nos han comentado que la comida a veces es ligera, lo cual no conviene después de hacer más de 16 km de montaña diarios.

Una vez aprovisionados, vamos a la oficina de turismo. Son las ocho y media, así que está abierta y tiene, efectivamente, un sello para nosotros. Sellamos nuestras credenciales y nos ponemos en marcha.

El tramo de hoy es de 17 km y une Koyasan con el pueblo de Omata.

Nada más empezar, vemos a dos señoras japonesas de unos setenta años también en marcha, con sus botas de montaña, sus bastones, sus mochilotas, …vamos, todo el equipo.

Las adelantamos tras darles los buenos días y empezamos una cuesta poco pronunciada, pero cuesta al fin y al cabo. El primer lugar de interés de la ruta son los restos del Otaki-guchi Nyonin-do, uno de los pocos templos originales destinados exclusivamente a mujeres. Estos templos solían estar en la periferia del pueblo y sólo queda uno en pie. Antes, las mujeres tenían vetada la entrada al monte Koya, pero hace tiempo que eso cambió y muchos monasterios son ahora mixtos. De hecho, en nuestro shukubo había una monja (con la cabeza tan afeitaza como sus contrapartes masculinas) a la que le hizo mucha ilusión la camiseta de Dragon Ball de Alberto y estaba sorprendida de que fuese famoso en otros países.
Restos, restos, no había. A estas alturas, todo era montaña y la casita de nuestro siguiente sello. Nuestra sorpresa fue bárbara al ver a las señoras aparecer a los pocos minutos de llegar nosotros. Rápidamente re-emprendimos el ascenso.

Si veis este coche vais bien

Las vistas son espectaculares. Podemos ver cordilleras enteras desde las alturas, millones de pinos del monte Koya (son su propia raza) y bosques infinitos de cedros japoneses. Los bosques no dejan de sorprendernos, cada tramo tiene un sonido distinto, las rocas moldean el paisaje y el musgo lo pinta de color. En varias ocasiones se oye el murmullo del agua.

Las vistas

Vemos lagartijas de distintos colores: azules, rojas, marrones… y escarabajos de un azul y verde brillante. Pese a todos los mosquitos que nos picaron en Kyoto, aquí no nos pica ni un bicho.

Hace calor, pero los árboles nos refrescan

Al llegar a nuestra segunda parada no podemos creer lo que ven nuestros ojos: las señoras atacan de nuevo, como si tuvieran 20 años. Van pisándonos los talones. 

Esto es lo más indicativo que se encuentra en la ruta, para saber que no te has perdido

Proseguimos con nuestro camino para entrar en un bosque distinto, donde hay carteles que piden precaución, pues puede haber avispas gigantes y mamushis (de las cuales hablamos en nuestro post por Miyajima). Se ve a un granjero, trabajando en un huerto, no hay casas ni carretera. El hombre tiene la música del coche a tope para alegrarse el día. Bajamos durante bastante rato por una cuesta muy, muy empinada que nos destroza las rodillas, llevándonos hasta el río Odonogawa, que cruzamos por un puente. Como no podía ser de otro modo, luego nos toca subir una cuesta muy, muy empinada hasta llegar a la misma altitud a la que estábamos antes. 

Poco después, nuestro camino se une con la carretera. Es una carretera estrecha, pero fácil de caminar. Las vistas son muy bonitas. Varios coches reducen su velocidad a unos 5 km por hora para observarnos asombrados, pese a haber carteles que indican que puede haber peregrinos, esta ruta es poco común. 

Cartel que avisa de nuestra presencia

El tiempo no podía ser más ideal: hace sol, pero sopla suficiente aire como para refrescarnos, pero no para darnos frío. Llegamos al punto en que nuestro camino prosigue por la montaña, separándose de nuevo de la carretera. Vemos a nuestro primer y único peregrino en dirección opuesta del día. Subimos una ladera muy muy empinada. En la cima, hay señales que alertan de la existencia de osos.

Cuidado con los osos salvajes

El paisaje varía, sin dejar de sorprendernos. Acabamos llegando a otra pequeña carretera de montaña de un sólo carril. Al poco de caminar por aquí, llegamos a un área de descanso (una mesa de picnic) invadida por un japonés y sus enseres. Aparece Katsumi.

Katsumi es un hombre de cincuenta y tantos años que adora ir de acampada. Tiene más trastos de los que podríamos imaginar, incluyendo cargadores con placas solares, coñac, un sinfín de verduras, una tumbona y un largo etcétera que no sabemos cómo es capaz de meter en su coche. Su inglés es bastante bueno. Nos explica que él es de Osaka, y que intenta ir de acampada al menos una vez al mes. Nos prepara unos aperitivos muy cucos que consisten en galletitas con queso de verduras y un trocito de pepino, aderezado con aceite de oliva, pimienta y sal. Están muy buenos. También nos ofrece lo que queramos de beber (de su infinito bar, desde cocacola hasta cerveza, pasando por whisky), así como un bol de tomatitos cherry que están de muerte.

Merendando con Katsumi

Aunque inicialmente le decimos que estamos bien y tenemos agua, insiste en que llenemos la cantimplora con agua bien fría. Aceptamos. Charlamos un poco con él y tras reponer fuerzas y comernos media bolsa de patatilla que llevábamos, decidimos volver a las andadas. Katsumi nos envuelve los tomatitos para llevar, y saca del coche una colección de bollos y dulces “para el camino”. Sin saber cómo agradecérselo lo suficiente, nos marchamos.

Más paisaje

Tras uno o dos kilómetros más, nuestro camino vuelve a las montañas, donde tomamos el camino equivocado en una bifurcación. Decidimos volver al camino correcto, que está más abajo, bajando por la ladera en vez de dar vuelta atrás. Arriesgado, entretenido y, en resumen, un bonito cambio de rutina para nuestras piernas, ya fatigadas de tanta empinada cuesta arriba y cuesta abajo.

Paseando por el bosque

El paisaje no deja de ser magnífico y agradable. El olor de los árboles cambia en cada tramo. Llegamos casi al final de la ruta, donde el bosque se une de nuevo con la carretera. En este punto, estamos bastante cerca de Omata, pero nuestro alojamiento no está en el pueblo. Hay indicaciones para llegar a pie, si es lo que queremos, tomando una ruta alternativa desde aquí.

La ruta alternativa parece interesante. Bajamos por un camino que no parece haber sido transitado con frecuencia y un sinfín de eses nos llevan ladera abajo. Pisamos con precaución, pues el suelo está cubierto de resbaladizas hojas secas. De entre medio de las hojas aparece nuestra primera mamushi, dándonos un susto de muerte. Gracias a Dios, la mamushi es una serpiente muy tímida, pasa de largo y se esconde entre las raíces de un árbol.

Poco después, llegamos a una carretera y encontramos el camino a nuestro minshuku, una posada familiar tradicional japonesa. Este minshuku, el Kawarabi-so, tiene tres habitaciones para invitados, pero cuenta, además, con un restaurante que alquila cañas de pescar y vende cebo. El minshuku está regentado por Tomo y su madre, aunque Tomo se encarga de todo: cocina, limpia y lleva el negocio de pesca. 

Tomo sólo sabe algunas palabras en inglés y su madre no sabe nada de nada. Logramos mantener una conversación con ambos. (¡Yey!) Tomo nos dice que somos los únicos huéspedes junto a otro japonés. También explica que hay un onsen a un kilómetro y nos puede acercar el coche, también nos deja usar sus bicis. Nos dan un descuento de 200 yenes para el onsen y nos dicen que con el descuento debería costarnos unos 400 yenes a cada uno. Saludamos brevemente al otro huésped que nos encontramos en el pasillo, dejamos los trastos, probamos los dulces de Katsumi, cogemos ropa limpia y nos subimos en las bicis de camino al onsen.

Dulces que nos dió Katsumi

El pueblo es pequeño y encantador. El río Kawaharashi lo cruza en toda su longitud. No estamos seguros de si este pueblo es Omata o Nosegawa. Creemos que es Nosegawa, pero si hacéis la Kohechi no importa, el panfleto señala el camino al onsen. Ése es el pueblo.

Llegamos allí en un santiamén. Mientras aparcamos las bicis, Katsumi nos saluda desde su coche. Se ve que, concluido el fin de semana, vuelve a Osaka. Entramos en el Nosegawa Onsen, donde no hablan inglés pese a ser también un hotel. Nos damos cuenta de que nos hemos dejado las toallas de onsen en la habitación, así que tenemos que comprar otras; por suerte son baratas (100 yenes cada una). Subimos las escaleras para buscar el onsen, y una chica japonesa que nos ve un poco perdidos nos enseña donde están.

Cada uno se baña en su onsen, Ana está sólo acompañada de la chica japonesa. Alberto tampoco tiene mucha gente. Nada que ver con Kinonsaki Onsen. Una vez limpios y relajados, nos subimos en la bici de vuelta.

Son todavía las tres de la tarde, y la cena no es hasta las seis, así que hablamos con Tomo y le preguntamos cuánto cuesta alquilar una caña y comprar cebo. Por unos ocho euros tenemos caña, anzuelos de sobra y cebo (huevas grandes de pez). Tomo nos explica de qué tamaño tienen que ser los peces para su apto consumo. Nos da un cubito y nos dice que bajemos al río por el camino número 5. Desde el agua hasta la casa hay unos 100 metros o menos. Alberto, acostumbrado a pescar en el mar, prepara la caña para su primera pesca en río. Ana prepara los enseres de dibujo que compró en Koyasan para pintar mientras tanto. Había otro japonés muy bien preparado pescando, pero al poco de llegar nosotros se resbala y se cae al agua con todo el equipo, incluido el teléfono. El pobre se va muy triste a su casa hecho una sopa.

Pescando en el río

El río lleva muchos peces y en una horita larga Alberto coge cuatro, de los que suelta uno por ser pequeño, y se le escapan otros 2 mientras intenta traerlos a tierra. Ana intenta dibujar algo, pese a ser molestada por una especie de abejorros del lugar. El otro huésped de nuestro minshuku nos saluda desde el camino. A las seis menos cinco volvemos a la casa con tres peces grandecitos y dos dibujos terribles. La cena está lista.

Tomo nos ha preparado un shabu shabu. Consiste en una pila de verduras y carne fileteada que echas en una olla y cueces con caldo. Además, tenemos un pez de aperitivo. Estamos un poco sorprendidos por la falta de arroz. Pedimos cervezas de grifo, que nos sientan de maravilla.

Shabu Shabu

Nos comemos el pez y el shabu shabu rápidamente. Estábamos muertos de hambre. Nos hemos quedado bien, no super llenos, pero bien. Entonces aparece Tomo con un cuenco de somen para cada uno, y desaparece para reaparecer con huevos y una cazuela de arroz. Vierte más caldo en el caldero del shabu shabu, bate los huevos y los añade al caldero seguidos de arroz, bate con energía y nos dice que comamos. Comemos. Al final estamos muy llenos. Probablemente esta sea una de las mejores comidas en Japón.

Alberto disfrutando de la cena
Ana comiendo con la madre de Tomo al fondo

La madre de Tomo nos da unas uvas de postre, saben más bien a ciruela. Están muy ricas.

Durante la cena y la sobremesa, tuvimos el placer de hablar un poco más con Tomo, su madre y el otro huésped (también Tomo). Hablamos de comida, y de nuestros viajes. El otro huésped es de Osaka y se ha tomado 5 días de vacaciones para estar aquí y relajarse tras haberle extirpado unos tumores cancerígenos. Tiene sesenta años y la energía de un niño de diez. Sin darnos cuenta, hemos estado chapurreando japonés y manteniendo conversaciones decentes durante hora y media. Mañana hay que madrugar, así que damos las buenas noches y nos retiramos a escribir un poco, que vamos con retraso.