Ana amanece ya muchísimo mejor. Prácticamente perfecta, vaya. ¿El antibiótico? ¿La poción mágica de Su? Un misterio que quedará sin resolver, pero los arañazos cuchariles siguen ahí.
Al dirigirnos a la reunión matutina descubrimos, ¡alegría!, que el puente está finalmente arreglado y nuestro trayecto se reduce notablemente. Tras la reunión, lo típico, a trabajar a un café con la trifuerza: Wifi, aire acondicionado y enchufes. Hoy repetimos el del martes: el Morning Coffee. Algo caro para lo que es, pero cómodo. Ahí pasamos la mañana hasta la hora de comer, que repetimos, una vez más, el primer restaurante que probamos en Hoi An, Com Lihn, previa parada en Su a recoger nuestros ropajes, que nos vienen ya dobladitos y empaquetados en un par de boldas de tela. Vamos a necesitar otra maleta.
En el restaurante, nos pedimos una sopa de fideos con carne, que estaba bastante buena, y un fracaso de pollo al jengibre, lleno de pieles, huesos y patas de pollo. No todo puede ser perfecto.
Tras dejar la ropa en el hotel, nos ponemos a buscar un cajero que cobre poca comisión al tiempo que nos dirigimos hacia el mercado de telas para echar un vistazo. Por el camino, mantenemos los ojos abiertos en busca de un buen café para que Alberto siga trabajando.
Ni el café ni el cajero aparecen, pero Ana se hace con un vestido de plátanos a buen precio (90.000 dong, unos 4 euros). Los ropajes de plátanos son tremendamente populares en Vietnam, pero aquí en particular. Tras esto llegamos al mercado textil, donde un buen centenar de puestos se aglomeran en un espacio semicerrrado. Trajes de chaqueta, vestidos tradicionales, camisas de plátanos y sandías, y vaqueros Levi’s, potencialmente falsos, se entremezclan en los pasillitos.
No conseguimos salir sin comprar nada y acabamos con un par de vestidos tradicionales, más o menos a juego (por unos 15 euros), que pensamos llevar al «fancy event» la semana que viene. Dejamos a deber algunos miles de dong, porque no tenemos suelto (de ahí la búsqueda de cajero), pero se fían de nosotros, lo que me confirma que pagamos demasiado.
Como no encontramos una opción mejor, ponemos rumbo al Art Space, el café donde estuvimos el primer día. Mientras Alberto trabaja allí, Ana va en busca de un cajero para pagar lo que debemos. El café principal está cerrado por un evento, pero tienen otro espacio detrás, donde tomamos nuestros tés sin problemas.
Acabado el trabajo, el principal evento de la tarde es una escape room. Para los que no lo sepan, es un tipo de juego bastante de moda por todo el mundo, donde os meten, en grupo, en una habitación con cierta temática y tenéis que encontrar la forma de salir. A nosotros nos tocó el antiguo Egipto, con otras dos personas, mientras que otros dos grupos se repartieron entre «Huída de Hoi An» y «Avatar» (los azules). Bastante malilla comparada con otras que hemos hecho. Pocos puzzles y el último código estaba mal. Los otros dos grupos tampoco quedaron encantados, pero bueno, lo pasamos bien, salimos, y nos regalaron un par de silbatos-ocarinas de arcilla al final, con forma de cabra y dragón respectivamente.
Con el grupito de escapados fuimos directamente a cenar (aunque Alberto paró un momento en el hotel para liquidar una cosa del trabajo). ¡Hoy tocaba indio! La gente de Expensify come poca comida vietnamita para estar en Vietnam.
Pedimos varios currys para compartir, que fuimos rulando por la mesa, naan para todos y lassis para los que los quisieran. Todo muy bueno.
Pero la noche no había acabado. Un buen grupo estaba ya en un karaoke y hacia allí pusimos rumbo. Por el camino, intentamos sonsacar a una chica del equipo de organización el destino del próximo viaje de Expensify. Como miente fatal y se ríe cada vez que lo hace, tenemos amplias sospechas de que es España y que una de las ciudades será Toledo.
Nuestra sala de Karaoke está a tope. Unos 20 compañeros de trabajo de Alberto están ahí, dándolo todo, sentados en bancos y sillitas de plástico y bebiendo latas de Larue (una cerveza local) por decenas. A lo largo de la noche, vimos que los del Karaoke ya traían directamente cajas y barreños de hielo.
El karaoke estaba muy bien. Tenía un sistema para buscar las canciones en Youtube, así que podías cantar cualquier cosa. Pasamos ahí un buen rato, cayeron un par de cervezas y Alberto cayó en una trampa de Ana para cantar a dúo «You are the One that I want», de Grease. Sorprendentemente, el registro de Alberto y el de Travolta NO coinciden.
Poco después, a eso de la una nos fuimos de vuelta al hotel, que Alberto trabaja mañana. La mayor parte de los compañeros de trabajo se quedaron ahí aprovechando al máximo.