Un río de azufre en las montañas

Nuestra ruta nos tenía hoy reservado un día bastante aburrido. Tenemos que llegar a Shizuoka, al otro lado de Tokio, para acercarnos al monte Fuji y al resto de nuestro recorrido, que transcurre por esa mitad de la isla, así que nos toca cruzar bastante terreno, probablemente entre 6 y 9 horas de viaje, según combinemos trenes.

Para hacerlo más ameno, planeamos una parada en Fukushima, donde llegamos tras unas tres horas de tren desde Akita. Salimos un poco más tarde de lo que nos gustaría, así que no llegamos hasta pasado mediodía. En el tren comimos un par de bollos (uno de curry y otro de manzana con queso crema) que pillamos en una panadería cerca de la estación. Como siempre, estaban buenísimos. Desde que llegamos a Japón, no podemos evitar hacer paradas en cada panadería que vemos, y recomendamos a todo el mundo hacer lo mismo. Vale la pena.

Una vez en Fukushima, dimos un pequeño paseo (unos 15 minutos) hasta Times Car, el sitio de alquiler de coches donde teníamos nuestra reserva.

El objetivo de esta parada es localizar un rotenburo (un onsen al aire libre) en la sierra de al lado de Fukushima. En Japón, a excepción, tal vez, de Hokkaido, casi todos los onsen están “domesticados”. El agua se trae de manantiales cercanos, se calienta si es necesario (a veces llega caliente) y se distribuye en los distintos baños. Sin embargo, el agua tiene que venir de algún sitio. Tuvimos la suerte de encontrar una pequeña guía en inglés (el 99% de las instrucciones que encontréis estarán en japonés) sobre cómo llegar a una fuente de aguas termales a menos de una hora en coche de Fukushima. Con un poco de suerte, podremos bañarnos en un río caliente.

Antes de coger el coche, compramos algunas provisiones (bolas de arroz y algún postre) para comer por el camino o en el propio onsen.

Como Alberto tiene el carnet de conducir internacional (que se sacó justamente para esto), no nos ponen ninguna pega y nos dan nuestro cochecito.

En Japón hay dos tipos de coche: los de matrícula blanca, que son coches normales y los de matrícula amarilla, que son pequeños, menos potentes y pagan menos impuestos y demás. El nuestro era de los segundos.

El cochecito por dentro era muy muy amplio (pensando en 4 pasajeros en vez de 5). Ana decidió que quería un coche como este para el resto de su vida, no te falta ninguna comodidad y tienes todo el espacio del mundo. Sin duda un diseño muy pensado y además se aparca en cualquier lado.

Conduciendo el minicoche al revés

Conducir por Japón fue interesante. Se conduce por el lado izquierdo de la carretera y el volante está en el lado derecho del coche. Básicamente, está todo invertido, así que Alberto encendía el limpiaparabrisas cada vez que intentaba poner el intermitente. Como curiosidad, los minicoches tienen el freno “de mano” en los pies, como un tercer pedal donde estaría el embrague (era automático).

El cochecito, efectivamente, no tiene mucha potencia y le cuesta pasar de los 60 montaña arriba, pero conseguimos llegar a la estación de esquí (cerrada, claro) que marca el inicio de la ruta y, tras ello, el coche logra también subirnos por una carretera de un solo carril, sin asfaltar y llena de agujeros hasta la explanada donde, según la guía, hay que aparcar.

La mayoría de la gente que viene aquí, lo hace para ver una cascada que hay. Si venís al onsen, no os desvieis para ver la cascada. Tendréis una vista mucho mejor de la misma de camino a las aguas termales.

Las montañas de la zona

Por un caminito bordeando la montaña, avanzamos siguiendo una gran cañería de plástico. La cañería, al tacto, está caliente. Algunos de los tramos son bastante estrechos, pero vamos con cuidado y no nos despeñamos. Olvidaos de esta excursión si tenéis vértigo.

Selfie en las montañas

Por este camino, llegamos a estar justo sobre la cascada y, siguiendo el río, pronto detectamos el inconfundible olor a azufre que indica que nos acercamos a nuestro destino.

La cascada de fondo. Desde el mirador no se ve mejor

Aquí, el camino se vuelve algo más confuso, pero pronto confirmamos nuestras sospechas: la cañería tiene como objetivo llevar aguas termales a los distintos baños y resorts de la zona. El río, además, empieza a ser blanquecino y las rocas están cubiertas de amarillo: residuos de azufre.

El olor impacta al principio, pero luego no está tan mal

Nuestro camino empieza a ascender, alejándose del río, y decidimos que no nos interesa, así que bajamos por la ladera como bien podemos y, finalmente, podemos tocar el riachuelo. En esta zona, está tibio.

Probando las aguas

Seguimos río arriba hasta encontrar el “nacimiento”, un lugar donde el agua fría de un manantial de montaña se une al agua casi hirviendo que baja por un lateral. Ahí empieza, también, el sistema de tuberías que toma parte del agua caliente y la guía hasta la gran cañería que estuvimos siguiendo.

El agua aquí es clara. Todavía no se ha juntado con el azufre

El agua aquí es muy poco profunda, así que no nos podemos bañar. Además, hay tres japoneses que vinieron detrás de nosotros que se instalan por la zona y nosotros no tenemos bañador. Según la guía, el ph de este río es de 1.9. ¡Más ácido que el zumo de limón! Cualquier ropa que metas va a acabar destrozada.

Decidimos volver río abajo, donde habíamos visto algunas “piscinas” con bastante buena pinta, aunque nos preocupa que el agua esté demasiado fría.

Nuestros temores son infundados, parece que hay varias pequeñas fuentes termales que alimentan el río en distintos puntos, manteniéndolo caliente. Encontramos nuestra primera bañera natural y nos metemos. ¡Casi quema!

Estamos un rato remojándonos en el agua sulfúrica hasta que el calor nos hace salir. Aprovechamos, además, para comer las cosas que compramos por el camino.

¡En la primera piscina!

Nos volvemos a vestir y seguimos río abajo.No teníamos pensado bañarnos más, pero encontramos otra piscinita, con cascada y muy buena pinta, así que nos desvestimos y nos quedamos un rato. El agua está algo más tibia en ésta, así que aguantamos más tiempo. Cuando estamos satisfechos, volvemos al coche.

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Por el camino de vuelta divisamos una gran cascada de agua ardiendo.

Una corriente bajo la roca

Tristemente toca regresar antes de que cierren el sitio de alquiler de coches.

Casi al lado de la cascada, el agua está todavía más caliente

La zona de Fukushima se caracteriza por sus frutas. Parece ser que son una de las huertas de Tokyo, y tienen fruta de temporada todo el año. Siendo verano, vemos múltiples carteles de venta de “momos” (melocotones) a los bordes de la carretera. Como tenemos tiempo, decidimos hacer una parada.

No solo están mucho más baratos que en las ciudades, sino que en las dos tiendas que paramos, nos regalan un melocotón a cada uno para que los probemos. Buena jugada, porque están espectaculares. Sin duda los mejores que hemos probado en nuestra vida. Son tan jugosos que al morderlos acabas con todos los brazos y la cara empapada. Los fruteros tienen una fuente y unas toallitas para ayudarte con esto. Al final nos vamos con media docena y unas latas de zumo.

Recogiendo momos
Acabamos con bastantes melocotones

Ya de regreso en Fukushima, devolvemos el cochecito y cogemos un shinkansen rumbo a Tokio, donde cambiaremos de tren para llegar a Shizuoka.

Debido al temporal, el tren llega con retraso (tres minutos), pero cambiamos sin problemas. A pesar de ello, no llegamos a Shizuoka hasta la noche. Después de dejar las maletas en el hotel (por cierto, estupendo y a muy buen precio), salimos a cenar algo. No quedan muchos sitios abiertos, así que acabamos, como siempre, en un izakaya. La comida está muy buena y tenemos la oportunidad de probar ballena, que no está mal.

Una vez cenamos, toca acostarse. Mañana iremos de excursión a Sumatakyo Onsen y haremos noche en Fujinomiya, nuestra entrada al monte Fuji.

1 comentario

  1. Ángeles (Acanto)

    Espectacular viaje q os estáis montando!!!
    Q maravilla!!!

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