Un viaje muy caro para darnos un baño

Este día nos disponíamos a llegar a Sumatakyo Onsen, un pueblo de las montañas de Japón de difícil acceso. Aunque este pueblecito tiene un pequeño onsen, como su nombre indica, la mayor atracción turística del pueblo es su puente colgante y su plantación de té.

Lo primero que hicimos fue coger un tren desde Shizuoka hasta Kanaya. Desde esta estación, debíamos coger un tren de montaña, según nuestra información, de vapor, que nos llevaría a Senzu. Desde Senzu, un autobús nos dejaría en Sumatakyo Onsen.

Al llegar a Kanaya y cambiar de andén para coger el supuesto tren de vapor, nos cobraron un palo. Ya sabíamos que el tren hasta Senzu no lo cubría nuestro JR Pass, pero no esperábamos que fueran unos 60 euros entre nuestros dos tickets (ida y vuelta). Ya que estábamos allí y habíamos madrugado, los pagamos.

El tren resultó no ser de vapor, se ve que el de vapor solo sale una o dos veces al día y además es más caro. El tren en el que íbamos no era muy cómodo y estaba mucho más descuidado que los trenes de la JR. No íbamos a poder dormir mucho.

Del camino lo único que cabe destacar es las innumerables plantaciones de té que vimos. Todos los pueblos del camino parecían dedicarse al cultivo y recolección de té.

Campos y campos de té

Después de unas dos horas, llegamos a Senzu. Identificamos el autobús fácilmente y nos cobraron unos 15 euros entre los dos (sólo ida). Después de unos 25 minutos llegamos al pueblo. Un pueblo, en efecto, muy pequeño.

Estatuas cercanas al pueblo

Estábamos muertos de hambre y eran alrededor de las 10:30 de la mañana así que decidimos comer. Comimos en un restaurante de soba local. Ana pidió el menú con katsudon (un bol de arroz con huevo y pollo empanado) y Alberto el menú con un pez a la parrilla. Ambos venían acompañados de soba y sopa de miso. El local estaba regentado por un grupo de ancianos muy amables que nos dieron una jarra gigante de té verde fresquito para bajar el calor.

Una comida estupenda en el pueblo perdido

Con la barriga llena y un mapa en la mano, empezamos a bordear la montaña en busca del puente colgante. Esperábamos un caminito de montaña, pero era una carretera asfaltada hecha y derecha, si bien de un sólo carril. Las vistas son bonitas y nos mantenemos atentos a ver si localizamos las cabras salvajes o los monos que se supone que campan por la zona, pero no hubo suerte. En cambio, encontramos un insecto palo enorme.

Nos hicimos amigos bastante rápido

Como el mapa no estaba muy claro, nos pasamos el desvío al puente, pero resultó ser una ventaja. El camino es circular con bastante bajada (que luego hay que subir). Desde nuestro lado (en la dirección de las agujas del reloj), la subida era más cómoda y, además nos ahorramos esperar cola. Como todo el mundo cruza el puente desde el lado opuesto, se hace un pequeño atasco, entre que no quieren subir muchos a la vez, que se quieren hacer fotos y que les da miedo. Nosotros simplemente cruzamos y los del otro lado se tuvieron que esperar.

En el puente. Los minerales del agua le dan un color espectacular

Tras subir de vuelta a la carretera de montaña y asados de calor, nos paramos al lado de un pequeño manantial a refrescarnos y beber. Alguien ha colocado un cazo al lado de la fuente de agua, así que no es difícil remojarse. Aprovechamos, además, para comernos un par de melocotones de los que compramos el día anterior.

El viaje fue bastante largo y caro para un pueblo tan pequeño y no queda mucho por ver. Para aprovechar el viaje, decidimos darle un tiento al onsen. Ésta sería nuestra primera experiencia en un baño público japonés.

Si vais a Japón, probar onsens o baños públicos es una experiencia fundamental. Ha sido la forma de baño de los japoneses durante siglos, e incluso hoy, que casi todas las casas cuentan con duchas y/o baños privados, muchos japoneses (especialmente los más mayores) se decantan por ellos habitualmente o incluso hacen escapadas a pueblos famosos por sus baños.

En la actualidad, suelen estar divididos por sexo. Antes de entrar, tendréis que pagar la entrada y se os dará la oportunidad de comprar o alquilar toallas. Puede haber un dependiente o una máquina de tickets. En general, necesitaréis dos toallas, una grande para secaros y una pequeñita, como de manos, para usar en el baño. Deberéis entrar al establecimiento sin zapatos y una vez entréis en la zona destinada para vuestro sexo (rojo para mujeres y azul para hombres) encontraréis el vestuario. Suele ser pequeñito y de madera y tiene un retrete en un cuartito adosado. En el vestuario normalmente hay taquillas en las que tenéis que guardar todos vuestros enseres salvo la toalla de onsen y vuestros jabones, en caso de que no haya jabones en el establecimiento. La llave de la taquilla viene con una gomita, para que la pongáis en la muñeca y no se os pierda.

En este punto deberíais estar completamente desnudos, con una toallita y jabón. El siguiente paso es entrar en la sala de baño.

En ambos casos, encontraréis pequeñas duchas o grifos frente a taburetes y barreños. Los taburetes son para que os sentéis mientras os enjabonáis, los barreños son para tirarse agua por encima si lo necesitáis. Si hay ducha, podéis usarla en vez del barreño.

Ante todo debéis lavaros bien, incluído el pelo, no importa si os lo habéis lavado esta mañana. Usad la toallita de onsen como esponja para frotaros. Id con cuidado y no salpiqueis a nadie ni dejéis que llegue jabón o agua sucia a la “piscina”. Una vez limpios y seguros de que cualquier resto de jabón ha desaparecido, estaréis listos para entrar en el baño. Antes de esto, enjuagad bien la toalla hasta que no quede jabón en ésta y metedla en agua fría. Lo agradeceréis. La toalla o vuestro cabello no deben tocar el agua del baño en ningún momento. Os recomendamos doblar la toalla y ponérosla en la cabeza. De otro modo no durareis mucho en remojo, puesto que la temperatura mínima suele ser de 40 grados. Si no os apetece usar la toalla de sombrero, podéis dejarla a un lado.

Las reglas de comportamiento para onsen y baño público son idénticas. La única diferencia entre ambos es que el agua del onsen proviene de aguas termales de la montaña o el subsuelo. El baño público, en cambio, tiene distintas piscinas de agua corriente calentada.

En el onsen de Sumatakyo Onsen, tuvimos una experiencia muy realista de lo que usualmente ocurre en los pequeños pueblos de Japón. Los onsen de ambos sexos eran pequeños, de roca natural y no estaban completamente cubiertos. Ana tuvo el placer de compartir el baño con tres señoras de más de 65 años, y Alberto con dos hombres de más de 60. Normalmente, en Japón, no ves a mucha gente joven en los onsen de pueblo.

Las señoras intentaban cotillear y chapurrear Inglés para hablar con Ana; los hombres, con menos necesidad de cotillear se bañaban en silencio.

El agua estaba cubierta de unas pequeñas flores rosáceas, que al hundirse y tocar la roca actuaban a modo de musgo. Ana se dio unos pocos carajazos. Alberto aguantó la vertical de milagro, pero la experiencia fue muy buena y relajante. Además, pudimos comprobar las propiedades mágicas del agua. A Ana se le fueron unas varices que le habían salido de tanto caminar y del calor. A Alberto se le fueron las ronchas que le salen a veces en la piel si no se pone su crema de la cara (que se había dejado en casa).

Después del baño nos bebimos una botella de agua para rehidratarnos y nos tomamos un helado de matcha y leche, típico del lugar mientras esperábamos al autobús.

Sep, es un cóctel espumoso porque se le echan mentos

El camino de vuelta en autobús fue exprés, según Ana, que se quedó dormida al sentarse y se despertó al abrirse la puerta de la última parada.

Salimos pitando para coger el tren de vuelta, que pillamos por los pelos. Luego nos dimos cuenta de que se nos olvidó pagar el bus.

El tren estaba repleto de niños y sus respectivos guardianes legales. Se ve que los niños son los principales consumidores de la estación de Senzu. Van allí a ver cosas de tren y al tren de “Thomas the Train”. Venden todo tipo de juguetes y dulces de tren para los niños.

De vuelta en Shizuoka, volvimos al hotel a por las maletas. Antes de salir, vemos que el hotel tiene servicio de transporte Kuroneko y decidimos preguntar cuánto nos costaría mandar la mochila grande y la maleta hasta Takayama, donde tenemos pensado ir tras bajar del Fuji. Librarnos aquí de las maletas nos ahorraría bastantes molestias, y con las dos pequeñas nos da de sobra para llevar lo que necesitemos los próximos dos días.

Resulta que mandar ambos bultos no cuesta más de 12-15 euros y llegan al mismo hotel en Takayama en día que llegamos nosotros. podemos elegir hasta la franja horaria. Perfecto.

El personal del hotel fue maravilloso con nosotros. Nos dejaron re-hacer las maletas en el hall y se encargaron de hacer todo el papeleo para mandarlas.

Libres de maletas cogimos el tren hasta Fujinomiya. Una vez allí hicimos check-in en nuestro nuevo hotel y aprovechamos para dar una vuelta en busca de alimento, nos moríamos de hambre. Vimos algunos sitios interesantes por el camino, pero decidimos explorar un gran centro comercial cerca de la estación, el AEON.

Allí vimos de todo, desde un supermercado de comida hasta tiendas de ropa y ofertas. Gracias al destino, acabamos comiendo en un restaurante de omuraisu. Para los que no veáis anime, el omuraisu es una especie de tortilla rellena de arroz. No parece muy apetecible a simple vista, pero como estamos muy acostumbrados a ver eso en todos los animes y el restaurante está lleno de japoneses decidimos probar. Nos decantamos por una de las recomendaciones de la casa. Viene con una hamburguesa que corona la montaña de arroz cubierta de tortilla. El plato que pedimos para compartir viene con una crema de setas y el huevo de la tortilla a medio cocinar.

La tienda de omuraisus, Tamago no Hoshi (La Estrella del Huevo)

Estaba impresionante. Tanto que nos quemamos los dos por no poder parar de comer. Las combinaciones de huevo con distintos arroces y salsas son muchas, nos estamos planteando seriamente volver al día siguiente a por más. Este día teníamos pensado probar algo más de otros lugares, por eso no podemos pedir otra.

¡La cena!

Tras largarnos con la panza muy feliz, nos sentamos en un izakaya con pinta barata y nos pedimos un surtido de pinchitos, un pulpo “a la romana” y unas setas, con unas cervezas para bajarlo todo. Todo estupendo.

Después de eso, tiramos hacia el hotel para ducharnos y descansar bien, pues es nuestra última noche antes de subir al Fuji. El plan para el día siguiente es pasear un poco por la zona y ver unas cascadas antes de coger el último autobús (a eso de las cinco y media de la tarde) hacia el monte Fuji, que planeamos subir de noche para ver el amanecer desde la cima.

1 comentario

  1. Ana Gallego

    Estoy disfrutando de vuestro viaje!!
    Me encantan vuestros relatos!

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